viernes, 29 de abril de 2011

Contra-guía para el buen uso de Internet entre los jóvenes

Hoy se publica y difunde una Contra-Guía para el buen uso de Internet entre los jóvenes.
Promusicae, la SGAE, la FAP y otros lobbies de las industrias culturales a través de Childnet han publicado una Guía para padres y profesores sobre el uso de Internet con la intención de hacerla circular entre los y las alumnas de primaria y secundaria, difundida ésta a su vez por el Ministerio de Cultura a sus suscritos.

Esta Guía es un intento gravísimo de manipulación de los jóvenes para hacer de ellos clientes pasivos de productos de entretenimiento de baja calidad con los que los lobbies culturales hacen su fortuna.
  • La Guía de Promusicae contiene una interpretación errónea y tendenciosa de la legislación vigente con la intención de crear infundado miedo entre los padres, los alumnos y los profesores.
  • La Guía contiene publicidad engañosa, anunciando repetidamente como "válidos" portales que dependen de los patrocinadores del documento, intentando encauzar al lector hacia el producto que venden y coartando las habilidades de los jóvenes en escoger espacios culturales virtuales que no dependan de los productos vinculados a las industrias del entretenimiento comercial.

Por esta razón un conjunto de la sociedad civil a través del colectivo Hacktivistas y con la ayuda de altruistas y la supervisión de abogados especializados, ha creado una Guía alternativa, la Guía para madres y profesoras:

Esta guía ha sido pensada para que los jóvenes crezcan aprendiendo sin miedo, desarrollando su espíritu crítico y sus intereses; para que compartan y aprendan los unos de los otros; para que sus habilidades sean comprendidas y apreciadas, no criminalizadas; para que sepan que ayudar a la difusión de la cultura compartiendo es fundamental y para que sepan que los artistas deben recibir un justo sueldo por las industrias culturales que utilizan su talento; para que conozcan la tecnología y sepan utilizarla a su criterio y en su beneficio.

Grupos y asociaciones de madres y padres, profesores, alumnas y alumnos están ayudando a distribuir esta Guía. Apúntate también. Cuantos más seamos mejor.

Con todavía en la retina las espeluznantes imágenes mostradas en el documental de TVE2 "¡Copiad Malditos!" donde se muestra el lavado de cerebro que promueven en las escuelas, mediante programas como "Educar para Crear", deseamos que en la era digital se acompañe a los jóvenes, no se los atemorice.

La educación como responsabilidad, no como lavado de cerebro.

jueves, 28 de abril de 2011

Las 10 trasnacionales "gigantes y secretas" que controlan las materias primas / Alfredo Jalife-Rahme *

Antecedentes: Zheng Fengtian, profesor de la Escuela de Economía Agrícola de la Universidad Renmin, de China (Global Times, 13/4/11), fustiga "el monopolio de los granos que ejerce Occidente" y la "manipulación deliberada de los precios por los especuladores internacionales" gracias a la desregulación que gozan en Wall Street y la City, así como en los paraísos fiscales (v.gr Suiza): "no podemos depender sólo de Estados Unidos (EU) para resolver la crisis alimentaria global" ni de las "cuatro (sic) gigantes (sic) trasnacionales".

No especifica cuáles, pero los lectores pueden consultar mis artículos sobre el "cártel anglosajón de la guerra alimentaria" (ver Bajo la Lupa; 4, 16, 23 y 27/4/08; 4/4/10, 4/8/10, 8/10/10; 16 y 19/1/11) y su "meganegocio" (Radar Geopolítico; Contralínea, 30/1/11). Fengtian adopta la añeja tesis de Bajo la Lupa sobre la "guerra alimentaria" que libra Washington para someter al mundo: "en el pasado (sic), EU tomó ventaja de su papel dominante en el mercado global de alimentos para adoptarlos como arma (¡supersic!) política".

Hechos:
El mundo anglosajón cacarea huecamente la transparencia y la rendición de cuentas, mientras oculta simultáneamente sus "10 gigantes (sic) trasnacionales secretas (¡supersic!)", que "controlan la comercialización de los hidrocarburos y las materias primas", según The Daily Telegraph (15/4/11). ¡Cómo si no nos bastasen las depredadoras trasnacionales (BP, Tepco, Schlumberger/Transocean, etcétera) que cotizan despiadadamente en la bolsa!

Más allá de los tenebrosos grupos de la plutocracia (private equity) –como el grupo texano Carlyle (vinculado al nepotismo de los Bush) y el inimputable Blackstone Group (controlado por Peter G. Petersen y Stephen A. Schwarzman, cuyas hazañas se remontan al macabro cobro de los seguros de las Torres Gemelas del 11/9; ver Bajo la Lupa, 26/9/04 y 3/10/04)–, The Daily Telegraph devela la identidad oculta de "las principales 10 comercializadoras globales de petróleo y materias primas":

1. Vitol Group: sede en Ginebra y Rotterdam, con ingresos por 195 mil millones de dólares en la comercialización de hidrocarburos; la primera petrolera en exportar con puntualidad desde la región controlada por los rebeldes en Libia.

2. Glencore Intl.: sede en Baar (Suiza), con ingresos por 145 mil millones de dólares en metales, minerales, productos agrícolas y de energía; fundada por el israelí-belga-español Marc Rich; acusada por la CIA (¡supersic!) de sobornar a gobernantes; controla 34 por ciento de la minera global suizo-británica Xstrata; apostó al alza del trigo durante la sequía rusa (The Financial Times, 24/4/11); el banquero Nat Rothschild "recomendó" a su polémico nuevo director Simon Murray (The Daily Telegraph, 23/4/11); destaca la circularidad financiera del binomio Rotshchild-Rich.

3. Cargill: sede en Minneapolis, Minnesota, con ingresos por 108 mil millones de dólares en agronegocios, carnes, biocombustibles, acero y sal; severamente criticada por deforestación, contaminación de todo género (incluida la alimentaria) y abusos contra los derechos humanos.

4. Koch Industries: sede en Wichita, Kansas, con ingresos por 100 mil millones de dólares en refinación y transporte de petróleo, petroquímicos, papel, etcétera; empresa familiar (la segunda más importante en EU detrás de Cargill) manejada por los hermanos ultraconservadores David y Charles Koch, quienes financian al Partido del Té.

5. Trafigura: sede en Ginebra, con ingresos por 79,200 millones de dólares en petróleo crudo, comercialización de metales; depredadora tóxica en África; proviene de la separación de varias empresas del israelí-belga-español Marc Rich.

6. Gunvor Intl.: sede en Amsterdam y Ginebra, con ingresos por 65 mil millones de dólares en petróleo, electricidad y carbón.

7. Archer Daniels Midland Co.: sede en Decatur, Illinois, con ingresos por 62 mil millones de dólares en maíz, trigo, cacao; listada en la Bolsa de Nueva York; actuación escandalosa y enjuiciada por contaminación reiterativa; se ha beneficiado de los subsidios agrícolas del gobierno de EU.

8. Noble Group: sede en Hong Kong, con ingresos por 56,700 millones de dólares en azúcar brasileño y carbón australiano; sólidos vínculos con HSBC y la polémica empresa contable Pricewaterhouse Coopers; cotiza en el Índice Strait Times (Singapur).

9. Mercuria Energy Group: sede en Ginebra, con ingresos por 46 mil millones de dólares en petróleo y gas.

10. Bunge: sede en White Plains, Nueva York, con ingresos por 45,700 millones de dólares en granos, soya, azúcar, etanol y fertilizantes; multada en EU por emisiones contaminantes.
The Daily Telegraph agrega sorprendentemente como "mención especial" a Phibro, hoy subsidiaria de Occidental Petroleum Corporation (Oxy): sede en Westport (Connecticut), con 10 por ciento de los ingresos del banco Citigroup en 2007 en petróleo, gas, metales y granos, donde inició su "aprendizaje" el israelí-belga-español Marc Rich.

De las 11 trasnacionales piratas, cinco pertenecen a EU, tres a Suiza (notable paraíso fiscal bancario), dos son suizo-holandesas y una es de Hong Kong (vinculada a Gran Bretaña). Si cotizaran en la bolsa las 11 se colocarían desde el ranking siete hasta el 156 en la clasificación de Fortune Global 500. Sin penetrar en la genealogía de sus prestanombres y verdaderos dueños, destaca la ominosa sombra del israelí-belga-español Marc Rich en tres empresas piratas: Glencore Intl., Trafigura y Phibro.

El israelí-belga-español Marc Rich merece una mención honorífica y cuya biografía mafiosa revela quizá una de las razones del hermetismo de las "gigantes" trasnacionales que no cotizan en las bolsas y que mueven nocivamente verdaderas fortunas sin el menor escrutinio gubernamental ni ciudadano. ¿Será mera casualidad o causalidad que Rich aparezca en tres de las "secretas" 11 empresas "gigantes" que especulan desde las penumbras con los precios de los alimentos, hidrocarburos y metales?

Marc Rich, perseguido por evasor fiscal en EU (luego perdonado controvertidamente por Clinton), ha sido expuesto como "espía del Mossad israelí" (Niles Latham, New York Post, 5/2/01) y "lavador de dinero" de las mafias (The Washington Times, 21/6/02).

El investigador William Engdahl desde hace 15 años expuso "la red financiera secreta (¡supersic!)" detrás de los banqueros esclavistas Rothschild, el megaespeculador "filántropo" George Soros y el mafioso Marc Rich. Cada vez se asienta más el papel determinante de Israel en el lavado de dinero global (ver Bajo la Lupa, 20/4/11).

Conclusión:
¿Cómo puede pasar sin ser detectada una trasnacional "gigante" en la época de la antiterrorista "seguridad del hogar"? ¿Es posible que en el siglo XXI todavía existan empresas "secretas" y/o piratas, que entendemos significa que se den el lujo de no cotizar en las bolsas, pero que gozan de todas las canonjías del "libre mercado" desde su comercialización pasando por su bursatilización hasta su blanqueo criminal?

¿Son "gigantes secretos" y/o "clandestinos" tolerados por el sistema anglosajón y sus mafiosos paraísos fiscales? ¿Se puede mantener "secreta" la actividad pirata y criminalmente blanqueadora de las clandestinas trasnacionales "gigantes" que controlan los alimentos y los energéticos, usados como "armas de destrucción masiva" contra la mayoría del género humano?

(*) Alfredo Jalife-Rahme es especialista en relaciones internacionales, geopolítica y globalización. Es además profesor en la UNAM

De Telefónica y otras desfachateces / Juan Francisco Martín Seco *

Telefónica acaba de anunciar en Londres, tras obtener en 2010 unos beneficios récord, que prescindirá del 20 por ciento de su plantilla en España (6.000 trabajadores). 

El recorte se inserta en un proceso continuo de eliminación de puestos de trabajo, cuyo último episodio, por ahora, fue el expediente de regulación de empleo (ERE) aprobado en 2003 por el entonces ministro de trabajo Eduardo Zaplana, para reducir en cinco años, hasta 2008, un tercio de la plantilla (15.000 trabajadores) y que, a su vez, vino precedido de otro ERE en 1999, que afectó a 10.849 trabajadores, aplicado por Juan Villalonga, presidente a la sazón de la compañía y a quien más tarde sucedería el actual, Alierta. 

El ajuste de plantilla no sólo se encuadra en el hecho de que Telefónica haya obtenido en 2010 -peor año de la crisis-, unos ingentes beneficios, sino en el anuncio de que va a distribuir 7.300 millones de euros en dividendos y primará a sus directivos con gratificaciones por importe de 450 millones. 

Dicen que el ministro de Trabajo mostró su malestar afirmando que no era un buen momento para el recorte. Sería interesante conocer qué momento considera bueno para despedir personal, ¿quizá después de las elecciones? 

En cualquier caso, no debe preocuparse porque es muy posible que dentro de unos años, cuando él cese, con un poco de suerte, Telefónica le ofrezca un buen puesto como ya hizo con su antecesor Zaplana, nombrado por Alierta en 2008 asesor y delegado de la compañía en Bruselas.

Rubalcaba ha afirmado que no está de acuerdo con la medida y que más claro no puede ser. Digo yo que más claro sí podría haber sido tanto él como todo el Gobierno mediante el procedimiento de no aprobar una reforma laboral que propicia decisiones como ésta de permitir que empresas con fabulosos beneficios puedan sin ningún tipo de traba aprobar un ERE. 

Lo grave del asunto es que se intentan justificar las reformas del mercado de trabajo como medidas necesarias para crear empleo, cuando en realidad lo único que se consigue es abaratar los despidos y, por lo tanto, destruir puestos de trabajo. 

¿Nos puede extrañar que la crisis haya destruido en España más empleo que en ningún otro país de la Unión Europea?

Los sucesivos ERE dejan al descubierto un proceso de externalizaciones, mediante el que se logra que muchos trabajadores presten sus servicios en Telefónica sin ser empleados de la compañía. Es un fenómeno generalizado en las grandes sociedades. 

Deberíamos tomar conciencia de este hecho insólito, lo extraordinariamente difícil que resulta para el consumidor entrar en contacto con un trabajador que tenga una relación laboral con la compañía con la que se contrata un determinado servicio. Ni quienes nos atienden para darnos información, ni quienes nos hacen el contrato, ni quienes reciben nuestras reclamaciones, ni los operarios que realizan la instalación o que reparan las averías son empleados de la sociedad prestadora del servicio. Todos ellos son personal de contratas externas y, en algunos casos, subcontratas de subcontratas.

Varias son las consecuencias de esta situación. La primera, la progresiva precariedad de las relaciones laborales: los trabajadores son contratados en condiciones bastante peores que los de la compañía original, a menudo en calidad de autónomos ficticios y con retribuciones variables y mínimas.

En segundo lugar, en momentos de crisis, el despido es mucho más sencillo aun cuando la sociedad esté obteniendo pingues beneficios, ya que la relación laboral es con empresas secundarias, muchas de ellas sin capital y fáciles de cerrar en caso de necesidad. En tercer lugar, y como resultado de las anteriores, la cualificación profesional es mucho peor y la asistencia que reciben los consumidores, por ello, más deficiente.

En Telefónica concurre además otra circunstancia que deja al descubierto la verdadera condición de nuestro sistema económico y político. Telefónica ha sido privatizada y a través de ella se puede conocer en qué ha consistido el proceso de privatizaciones. Se ha producido una simbiosis perfecta entre poder político y económico. El primero ha entregado a manos privadas las grandes empresas públicas que, además de prestar servicios a todos los ciudadanos, aportaban a la Hacienda Pública elevados beneficios. 

Se ha provocado así un expolio. Los políticos han colocado al frente de las empresas privatizadas a sus amigos, sin mayor título ni mérito, y éstos en justa correspondencia les reservan para cuando abandonen la actividad pública un importante puesto o el sillón de un consejo. En este mundo económico empresarial no existen ni el mérito ni la capacidad, todo se reduce al chalaneo, a la recomendación, al tráfico de influencias. 

Se genera de este modo una elite ficticia, cuyos componentes se autodenominan grandes especialistas y se autopremian con retribuciones de escándalo, utilizando la pueril excusa de que de lo contrario, habría fuga de cerebros. Lo peor de todo es que terminan creyéndoselo. ¿Adónde van a fugarse que estén mejor? Por otra parte, al tratarse de mercados cautivos los mayores o menores beneficios de las empresas no guardan relación con la gestión sino con la calidad del servicio y con las tarifas que se imponen abusivamente.

Lo único que han originado las privatizaciones es un incremento del desempleo, peores condiciones laborales, retribuciones de escándalo para los ejecutivos -que no representan a nada ni a nadie excepto a los amiguetes que los han nombrado o contratado-, un empeoramiento de los servicios públicos y la indefensión del consumidor carente de todo poder frente a las grandes empresas.

El colmo de la desfachatez consiste en afirmar, tal como ha hecho Esperanza Aguirre a propósito del Canal de Isabel II que su privatización significa devolver la propiedad a los madrileños; y el colmo de la estulticia, la del presidente de Loterías declarando que si este organismo se privatiza es para que sea más eficaz, con lo que está reconociendo que su gestión ha sido un desastre. El desenlace no debería ser privatizar la entidad sino cesarle.


(*) Juan Fco. Martín Seco es Licenciado en Ciencias Económicas. Licenciado en Filosofía y Letras. Graduado Social. Diplomado en Análisis y Política Monetaria por el Fondo Monetario Internacional. Oposiciones al Cuerpo Superior de Interventores y Auditores del Estado, e Inspector de Entidades de Crédito y Ahorro en el Banco de España.

Tribulaciones del ajuste inmobiliario / José Manuel Naredo *

Los cuatro años transcurridos desde que, a partir de abril de 2007, empezaron a caer los precios en los anuncios de venta de viviendas inducen a reflexionar sobre la duración y las consecuencias de un ajuste que no termina de producirse, pues, en este primer trimestre del año, los precios de la vivienda (de anuncios y tasaciones) han acelerado su caída, a la vez que sigue disminuyendo el empleo en la construcción. 

El ajuste tendrá que dar salida al enorme stock actual de viviendas en busca de comprador. Si a las viviendas nuevas y usadas en venta se añaden aquellas otras en construcción y en proyecto, este stock supera largamente los dos millones. Esta desmesurada oferta se topa hoy con una escuálida demanda, cuyo componente especulativo y turístico se ha desinflado con la crisis, junto a las expectativas de revalorización. 

Además, la demanda efectiva de vivienda de nuestros hogares (los más endeudados de la UE) acusa tanto el declive de la población inmigrante, como el de los nuevos demandantes (de 25 a 45 años), especialmente castigados por el paro y los recortes sociales y salariales. En este contexto observamos la insólita actuación de un ministro de Fomento que se declara socialista y que, en vez de aprovechar la ocasión para reconstruir el casi desaparecido stock de vivienda social, viajará como comercial por el mundo ofreciendo viviendas a “inversores” de lejanos países.

La duración del ajuste depende de la flexibilidad y transparencia de los precios inmobiliarios. Es aquí donde la falta de información de precios de mercado y la valoración del stock inmobiliario en manos de bancos, cajas y promotoras hipotecadas con precios de tasación inflados están retrasando el ajuste. 

Asistimos así a desorientadoras discrepancias entre la caída del 14,8 % de los precios de tasación, la del 24,5 % de los precios de los anuncios y las más acusadas de los precios efectivos de compraventa y de subasta. El hecho de que Caja Madrid haya adjudicado a su “banco malo” la inmensa torre enclavada en la antigua Ciudad deportiva del Real Madrid, que compró y valoró a precios muy superiores a los actuales, ilustra el afán de escabullir minusvalías patrimoniales que caracteriza a las actuales tribulaciones inmobiliarias.

(*) José Manuel Naredo es economista y estadístico

Los tres avisos / Manuel Reyes Mate *

Decía Marx que la Humanidad solo se plantea aquellos problemas que en cada momento puede resolver, lo que no significa, añadimos por cuenta propia, que se emplee en resolverlos. Hay uno que lleva golpeando a nuestras puertas desde hace tres años y no consigue hacerse oír pese a las sobrecogedoras señales que lo anuncian. El susodicho asunto se expresa en formas tan vagas como «no podemos seguir así» o «esto no da más de sí», pero también en fórmulas tan precisas como «nuestro estilo de vida es inviable».
Estas formulaciones tienen un aire truculento pero no lo son si atendemos a los avisos que llevan a esas conclusiones. El primero de ellos tuvo lugar en el verano del 2008. La crisis financiera deshizo la ilusión de vivir en el mejor de los mundos. Había dinero disponible con el que saciar los sueños de consumo, hasta que una crisis se cobra en pocos meses dos millones de parados y cunde la alarma. De repente descubrimos que somos más pobres como país y que, de la noche a la mañana, nos hemos empobrecido individualmente. 
 
El mensaje que nos envían políticos y expertos es que estamos ante una mala racha, fruto, en buena parte como dijeron Obama y Almunia, «de la avaricia de los financieros». Aceptamos, aunque sea a regañadientes, apretarnos el cinturón porque esperamos que vuelvan los viejos buenos tiempos. El aviso no encuentra oídos.
La segunda señal se ilumina en el norte de África. La rebelión de una juventud sin expectativas se lleva por delante en Túnez, Egipto y Libia regímenes dictatoriales y corruptos que han servido mejor a los intereses de los países ricos que a los de sus propios pueblos. Pero el petróleo se dispara. No es un asunto menor pues de su precio controlado depende la recuperación de la maltrecha economía europea. Lo que esos pueblos ganan en libertad perdemos nosotros en esperanza. 
 
En ese momento cobra fuerza la idea de la energía atómica. Asusta la idea de un litro de gasolina a dos o tres euros porque, no lo dudemos, una democratización de esos países conlleva encarecimiento de las energías fósiles. Quienes siempre la han defendido sacan pecho y quienes la cuestionaban, pliegan velas. Tampoco hacemos caso a la señal.

El tercer aviso se presenta con aires apocalípticos. La tierra tiembla en Japón y el mar desatado destroza las instalaciones de Fukushima poniendo al mundo ante una catástrofe nuclear. La primera víctima del tsunami es la euforia, recién estrenada, por la energía nuclear. Angela Merkel, ardiente defensora de las centrales nucleares, declara una moratoria y los demás países la siguen. Empezamos a tomarlo en serio.

Las tres señales apuntan en la misma dirección y llevan el mismo mensaje, a saber, que el modelo de vida basado en el consumo ilimitado es inviable porque no hay energía capaz de mantenerlo en movimiento. Las reservas de petróleo son limitadas y la energía nuclear es un peligro. Sin esas fuentes energéticas el progreso, santo y seña de nuestra civilización, es imposible.

Nuestro problema es el progreso que es, como decía Ernst Jünger, «el templo más visitado por el hombre de nuestro tiempo». El progreso es el mito del siglo XXI porque a él va unida la idea compartida por todos, de que es ilimitado, imparable y salvífico. Hemos asistido a tantos descubrimientos en el último siglo que hemos llegado a la conclusión de que podemos vencer todos los obstáculos y así encontrar remedio a todos los problemas. Por eso es salvífico. 
 
A la vieja receta de abuela -«la hoja del calendario remedia todos los males»- corresponde nuestra fe ciega según la cual con tiempo todo se arregla. Pero si los recursos del mundo son limitados, los avances también. Sin olvidar que cada descubrimiento positivo tiene su lado negativo. Gracias a la energía nuclear podemos vencer al cáncer pero también destruir el planeta.

El problema de nuestro tiempo somos nosotros mismos. Ha llegado el momento de plantear un estilo de vida que permita vivir a todo el mundo con los limitados recursos de los que disponemos. Es hora de empezar a pensar un tipo de felicidad compatible con el empobrecimiento y no con el enriquecimiento indefinido. Hay que abandonar la idea de que el futuro consiste en volver a los viejos buenos tiempos.

Si la Humanidad fuera inteligente, sacaría provecho de los tres avisos. Pero los cambios históricos son en general producto de la necesidad más que de la inteligencia. El caso alemán es significativo. Lo que hizo cambiar a la 'lideresa' europea, Angela Merkel, no fue el miedo nuclear sino el miedo a perder las elecciones. No las razones sino los votos. El desastre electoral en Baden-Wüttenberg, el rico 'Land' feudo durante casi sesenta años de la derecha alemana, es la metáfora de la racionalidad política. 

De momento los ciudadanos están diciendo que no quieren vivir bajo la amenaza del peligro nuclear. Si son consecuentes dirán también que están dispuestos a vivir con menos. La política, que entre sus nobles funciones tiene la de hacer pedagogía, debería revisar su querencia a prometer lo imposible y ayudar a reconciliarnos con las posibilidades reales de la existencia.

(*) Manuel Reyes Mate, filósofo español, dedicado a la investigación de la dimensión política de la razón, de la historia y de la religión.

Homenaje al catedrático de la Universidad Complutense, José Vidal Beneyto, en el Instituto Cervantes, de París

PARÍS.- El Instituto Cervantes, de París, organiza el próximo jueves 5 de mayo, a las 19 horas, un homenaje a la figura de José Vidal Beneyto, pensador, sociólogo y catedrático de la Universidad Complutense, de Madrid, fallecido hace poco más de un año.

Participarán en el citado acto diferentes personalidades como Edgar Morin, filósofo, Jacques Leenhardt, filósofo y director de estudios de  l’École des Hautes Études de Sciences Sociales, Gérard Imbert, profesor de comunicación audiovisual  en la Universidad Carlos III y escritor, Ignacio Sotelo, ensayista y profesor emérito de la Universidad Libre de Berlín, Fernando Álvarez Uría, profesor de sociología de la Universidad Complutense de Madrid y José Luis Dicenta, secretario general de Unión Latina. Moderadora será Juana Escudero, Subdirectora del Departamento de Cultura de  los Institutos Cervantes. El homenaje concluirá con una intervención musical de Paco Ibáñez.

El Instituto Cervantes está en el número 7, de la Rue Quentin Bauchart, 75008 de París. Tlf: 33 14 07 092 92 Fax: 33 14 72 027 49, e-mail: cenpar@cervantes.es / http://paris.cervantes.es

miércoles, 27 de abril de 2011

La privatización del planeta: ¿un mundo demasiado grande para caer? / Noam Chomsky *

El levantamiento democrático en el mundo árabe ha sido un espectacular ejercicio de coraje, dedicación y compromiso de las fuerzas populares que ha venido fortuitamente a coincidir con una notable rebelión de decenas de millares de personas a favor del pueblo trabajador y de la democracia en Madison, Wisconsin, y otras ciudades norteamericanas. 

Hay que decir, empero, que si las trayectorias de las revueltas en El Cairo y en Madison llegaron a intersectar, estaban aproadas en sentido opuesto: mientras en El Cairo se encaminaban a la conquista de derechos elementales negados por la dictadura, en Madison apuntaban a la defensa de derechos que habían sido conquistados con largas y duras luchas y que ahora están sometidos a un desapoderado asalto.

Uno y otro caso son un microcosmos de tendencias presentes en la sociedad global que siguen una variedad de cursos. La cosa no ofrece duda: tendrán consecuencias de largo alcance. Tanto lo que ahora mismo está aconteciendo en el decadente corazón industrial del país más rico y poderoso de la historia humana, como lo que está pasando en lo que el presidente Dwight Eisenhower llamó "el área estratégicamente más importante del mundo" ("una estupenda fuente de poder estratégico" y "probablemente el mayor premio económico del mundo en el campo de la inversión extranjera", en palabras del Departamento de Estado de los años 40, un premio que los EEUU trataron de reservarse en exclusiva, para sí propios y para sus aliados, en el incipiente Nuevo Orden Mundial de la época).

A despecho de todos los cambios habidos desde entonces, se puede razonabilísimamente suponer que los actuales decisores políticos mantienen básicamente su adhesión al juicio del influyente asesor del presidente Franklin Delano Roosevelt, A.A. Berle, según el cual ese control de las incomparables reservas energéticas del Oriente Próximo traería consigo "un control substancial del mundo". Y análogamente y por contraste, que la pérdida de ese control amenazaría el proyecto de dominación global claramente articulado durante la II Guerra Mundial y persistentemente mantenido aun frente a los decisivos cambios experimentados por el mundo desde entonces.

Desde que rompió la Guerra en 1939, Washington anticipó que ésta terminaría con los EEUU en una posición de supremacía. Funcionarios de alto nivel del Departamento de Estado y especialistas en política exterior se reunieron repetidamente durante la Guerra a fin de diseñar planes para el mundo de postguerra. Perfilaron una "Gran Área" que los EEUU tenían que dominar, y que incluía el Hemisferio Occidental, el Extremo Oriente y el antiguo Imperio Británico, con sus recursos energéticos del Oriente Próximo. 

Cuando Rusia comenzó a demoler los ejércitos nazis luego de la batalla de Stalingrado, los objetivos de la Gran Área comenzaron a extenderse hasta abarcar la mayor zona posible de Eurasia, y al menos su núcleo económico en Europa Occidental. Dentro de la Gran Área, los EEUU mantendrían un "poder indiscutible", con "supremacía militar y económica", al tiempo que se asegurarían de "limitar el ejercicio de la soberanía" de los estados capaces de interferir en los propósitos globales estadounidenses. Los circunstanciados planes del tiempo de guerra no tardaron en ponerse por obra.

Siempre se reconoció que Europa podría optar por un curso independiente. La OTAN se concibió en parte para contrarrestar la amenaza de esa independencia. No bien se disolvió en 1989 el pretexto oficial que había dado lugar a la OTAN, la OTAN se expandió hacia el este, en flagrante violación de las promesas verbales hechas al dirigente soviético Mijail Gorbachov. Desde entonces, se ha convertido en una fuerza de intervención manejada por los EEUU. 

El amplísimo radio de acción que se arroga lo expresó bien el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, al informar en una conferencia de la organización que "las tropas de la OTAN tienen que vigilar los oleoductos que transportan petróleo y gas en dirección a Occidente", y más en general, proteger las rutas navales utilizadas por los cargueros y otras "infraestructuras cruciales" del sistema energético.

Las doctrinas de la Gran Área dan manifiesta licencia para la intervención militar arbitraria. Eso quedó patentemente sentado bajo la administración Clinton, que proclamó el derecho de los EEUU a servirse de la fuerza militar para garantizar el "acceso irrestricto a mercados clave, suministros energéticos y recursos estratégicos", y urgió a mantener "desplegadas hacia Europa y Asia enormes fuerzas militares, "a fin de modelar las opiniones de la gente sobre nosotros" y de "modelar los acontecimientos que afecten a las probabilidades de nuestra seguridad".

Idénticos principios rigieron la invasión de Irak. A medida que se ha ido haciendo evidente la incapacidad de los EEUU para imponer su voluntad en Irak, los objetivos reales de la invasión no pueden seguir camuflándose tras una retórica encandilante. En noviembre de 2007, la Casa Blanca emitió una Declaración de Principios exigiendo que las fuerzas estadounidenses se mantuvieran indefinidamente en Irak y ligando la suerte de ese país al privilegio de inversores norteamericanos. 

Dos meses después, el presidente Bush informaba al Congreso de que vetaría la legislación que pudiera poner límites al permanente estacionamiento de las Fuerzas Armadas estadounidenses en Irak o "al control, por parte de los EEUU, de los recursos petrolíferos de Irak": unas exigencias que los EEUU tuvieron que abandonar, a la vista de la resistencia iraquí.  

En Túnez y Egipto, los recientes levantamientos populares han ganado imponentes batallas, pero, como informaba el Carnegie Endowment, aunque los nombres han cambiado, los regímenes permanecen: "Un cambio en las elites dominantes y en el sistema de dominación es todavía una meta lejana". El informe analiza los obstáculos internos atravesados en el camino de la democracia, pero ignora los exteriores, que, como siempre, son significativos.
Los EEUU y sus aliados occidentales están resueltos a hacer todo lo que puedan para prevenir una auténtica democracia en el mundo árabe. 

Para entender por qué, basta echar una ojeada a las encuestas de opinión realizadas en el mundo árabe por las agencias norteamericanas de sondeos. Aunque se ha hecho poca publicad de sus resultados, no por eso dejan de ser conocidos por los planificadores estadounidenses. Revelan que mayorías abrumadoras de árabes ven a los EEUU y a Israel como las mayores amenazas a que se enfrentan: así ven a los EEUU el 90% de los egipcios, y en el conjunto de la región, un 75% de los encuestados. 

Algunos árabes ven como amenaza a Irán: un 10%. La oposición a la política de los EEUU es tan fuerte, que una mayoría cree que la seguridad mejoraría si Irán dispusiera de armamento nuclear (eso cree, por ejemplo, el 80& de los egipcios). Otros cuadros de opinión arrojan resultados semejantes. Si la opinión pública pudiera influir en las decisiones, los EEUU no sólo no podrían controlar la región, sino que serían expulsados de ella junto con todos sus aliados, lo que socavaría los principios fundamentales de la dominación global.

La mano invisible del poder
El apoyo a la democracia es la provincia de los ideólogos y los propagandistas del sistema. En el mundo real, el asco que por la democracia siente la elite es la norma. Son abrumadoras las pruebas de que la democracia sólo es apoyada mientras pueda contribuir a objetivos sociales y económicos, una conclusión a la que reluctantemente llegan los académicos más serios. 

El desprecio de la elite por la democracia se reveló espectacularmente en la reacción a las filtraciones de WikiLeaks. Las que mayor atención recibieron, con comentarios rayanos en la euforia, fueron los cables en los que se informaba del apoyo de los árabes a la posición de los EEUU frente a Irán. La referencia, claro, era a los dictadores árabes. Las actitudes de la opinión pública ni siquiera recibían mención. El principio rector fue claramente sentado por el especialista del Carnegie Endowment para Oriente Próximo, Marwan Muasher, un ex alto funcionario del estado jordano: "Nada va mal, todo está bajo control". En suma: si los dictadores nos apoyan, ¿qué tendría que preocuparnos?. 

La doctrina Muasher es racional y venerable. Para reducirnos a un solo caso hoy particularmente pertinente, en un debate interno habido en 1958 el presidente Eisenhower manifestó su preocupación por la "campaña de odio" contra nosotros librada en el mundo árabe, no por los gobiernos, sino por las poblaciones. El Consejo Nacional de Seguridad (NSC, por sus siglas en inglés) explicó que en el mundo árabe se tenía la percepción de que los EEUU apoyaban a los dictadores árabes y bloqueaban la democracia y el desarrollo para asegurarse el control de los recursos de la región. 

Por lo demás, esa percepción es básicamente correcta, concluía el NSC, y eso es lo que tenemos que hacer, secundar la doctrina Muasher. Estudios realizados por el Pentágono luego del 11 de septiembre confirmaron que lo mismo vale para hoy. 

Es normal que los vencedores arrojen la historia al basurero, mientras las víctimas se la toman muy en serio. Unas breves observaciones sobre este importante asunto acaso resulten aquí de utilidad. No es la primera vez que Egipto y los EEUU se enfrentan a problemas similares y se mueven en direcciones opuestas. Ya ocurrió también a comienzos del siglo XIX. 

Los historiadores económicos suelen sostener que Egipto estaba bien situado para emprender un rápido crecimiento económico al mismo tiempo que los EEUU. Ambos países disponían de una rica agricultura, incluido el algodón, combustible de la primera revolución industrial: pero, a diferencia de Egipto, los EEUU tenían que desarrollar la producción de algodón y una fuerza de trabajo mediante la conquista, el exterminio y la esclavitud, con consecuencias que resultan evidentes todavía hoy en las reservas para supervivientes y en las cárceles que han proliferado rápidamente desde los tiempos de Reagan para albergar a la población que la desindustrialización neoliberal hizo sobrera. 

Una diferencia fundamental fue que los EEUU lograron su independencia, lo que les dio libertad para ignorar las prescripciones de la teoría económica, impartidas en la época por Adam Smith en unos términos parecidos a los que ahora se predican para las sociedades en vías de desarrollo. Smith urgió a las colonias emancipadas a producir materias primas para la exportación e importar, en cambio, superiores manufacturas británicas, y desde luego, a no tratar de monopolizar bienes cruciales, singularmente el algodón. Cualquier otra senda, advirtió Smith, "lejos de acelerar, retrasaría el ulterior incremento del valor de su producción anual, y lejos de promover, obstruiría el progreso de su país hacia una riqueza y una grandeza reales".

Lograda su independencia, las colonias fueron libres para ignorar este consejo y emprender, en cambio, el curso seguido por Inglaterra, el curso, esto es, de un estado independiente capaz de promover públicamente su propio desarrollo con elevadas tarifas arancelarias pensadas para proteger a su industria de las exportaciones británicas –por lo pronto, los textiles; luego, el acero y otros productos— y para poner por obra muchos otros mecanismos aceleradores del desarrollo industrial. La República independiente buscó hacerse también con el monopolio del algodón, a fin de "poner a todas las demás naciones a nuestros pies", señaladamente al enemigo británico, como no se privaron de declarar los presidentes jacksonianos al conquistar Texas y la mitad de México.

En el posible camino análogo de Egipto se atravesó, empero, la potencia británica. Lord Palmerston declaró que "ninguna idea de equidad puede ser obstáculo en el discurrir de intereses tan grandes y supremos" como los británicos en su afán de preservar su hegemonía económica y política. Lo declaró expresando, de pasada, su "odio" hacia el "bárbaro ignorante" de Muhammed Ali, que se había avilantado a proponer un curso independiente, y desplegando la flota y el poder financiero británicos para poner fin a la lucha de Egipto por la independencia y el desarrollo económico.

Luego de la II Guerra Mundial, cuando los EEUU desplazaron a Gran Bretaña de la hegemonía global, Washington adoptó la misma posición, dejando claro que los EEUU no proporcionarían la menor ayuda a Egipto, a menos que acatara las normas usaderas para los débiles, normas, dicho sea de paso, que los EEUU siguieron violando, imponiendo elevados aranceles al algodón egipcio y causando una debilitadora escasez de dólares. La interpretación habitual de los principios del mercado.

Difícilmente sorprenderá, pues, que la "campaña de odio" contra los EEUU que preocupaba a Eisenhower se base en la percepción de que los EEUU apoyan a dictadores y bloquean la democracia y el desarrollo, como hacen también sus aliados.

Ha de añadirse en defensa de Adam Smith que sí se percató claramente de lo que ocurriría si Gran Bretaña seguí las reglas de la teoría económica al uso, que ahora llamamos "neoliberalismo". Alertó de que si las industriales, los comerciantes y los inversores británicos se abrían al mundo, podrían sacar beneficios, pero Inglaterra sufriría. Pero sintió que se dejarían guiar por un sesgo nacional, como si por una mano invisible a Inglaterra no le estuvieran reservados los desquites de la racionalidad económica. 

El paso es difícil de olvidar. Es la única vez en que aparece la célebre frase de la "mano invisible" en toda la Riqueza de las naciones. El otro fundador de la economía clásica, David Ricardo, sacó parecidas conclusiones, en la esperanza de que el sesgo nacional llevaría a los hombres de propiedad a "contentarse con las baja tasas de beneficio en su propio país, antes que a buscar un empleo más ventajoso de su riqueza en las naciones extranjeras"; sentimientos., éstos, que, añadía, "lamentaría ver debilitados". Predicciones aparte, los instintos de los economistas clásicos rebosaban de buen sentido.

Las "amenazas" iraní y china
El levantamiento por la democracia en el mundo árabe se compara a veces con el registrado en la Europa del este en 1989, pero con razones harto dudosas. En 1989, el levantamiento democrático fue tolerado por los rusos, y apoyado por las potencias occidentales conforme la doctrina asadera: se acomodaba patentemente a los objetivos económicos y estratégicos, lo que hizo de él un logro nobilísimo, honrado por doquiera, a diferencia de las luchas que paralelamente se desarrollaban en América Central por la "defensa de los derechos fundamentales del pueblo", en palabras del Arzobispo de El Salvador, uno de los centenares de miles de víctimas de las fuerzas militares armadas y entrenadas en Washington. No había Nunkun Gorbachov en Occidente durante esos horrendos años, y sigue sin haberlo. Y las potencias occidentales siguen siendo hostiles a la democracia en el mundo árabe por muy buenas razones. 

Las doctrinas de la Gran Área siguen aplicándose a las crisis y a las confrontaciones de nuestros días. En los círculos occidentales de toma de decisiones políticas, lo mismo que entre los comentaristas políticos, se considera que, por lo mismo que la amenaza iraní representaría el mayor peligro para el orden mundial, la política exterior de los EEUU debería centrarse primordialmente allí, dejando a la política exterior europea el papel de las educadas negociaciones diplomáticas. 

Ahora bien; ¿en qué consiste exactamente la amenaza iraní? El Pentágono y los servicios de inteligencia estadounidenses nos proporcionan una autorizada respuesta. En sus informes del año pasado sobre la seguridad global, dejaron claro que la amenaza no es de naturaleza militar. El gasto militar iraní es "relativamente bajo en comparación con el resto de la región", concluían. Su doctrina militar es estrictamente "defensiva, concebida para frenar una posible invasión y forzar a una solución diplomática de las hostilidades". Irán sólo tiene "una capacidad limitada de proyectar su fuerza más allá de sus fronteras". Respecto de la opción nuclear, "el programa nuclear de Irán, y su disposición a mantener abierta la posibilidad de desarrollar armamento nuclear, es una parte central de su estrategia de disuasión". Hasta aquí las citas.

El brutal régimen clerical iraní, la cosa no ofrece duda, representa una amenaza para su propio pueblo, pero difícilmente puede decirse que sobrepasa en esta materia a los aliados de los EEUU. Mas la amenaza radica en otra parte, y es, en efecto, ominosa. Un elemento de ella es la capacidad potencial iraní para la disuasión, un ilegítimo ejercicio de soberanía que podría interferir en la libertad de acción de los EEUU en la región. Resulta manifiestamente obvio porqué Irán busca construir una capacidad disuasoria: para explicarlo, basta echar un vistazo a la distribución de bases militares y fuerzas nucleares en la región.

Hace siete años, el historiador militar israelí Martin van Creveld escribió que "el mundo ha sido testigo de cómo los EEUU han atacado a Irak, según ha terminado por verse, sin la menor razón para ello. Si los iraníes no trataran de construir armamento nuclear, estarían locos de remate", sobre todo hallándose, como se hallan, bajo constante amenaza de ataque en violación de la Carta de NNUU. Que terminen construyéndolo o no, es una cuestión sin responder, pero quizá sí.

Ello es que la amenaza iraní va más allá de la capacidad disuasoria. También busca expandir su influencia en los países vecinos, subrayan el Pentágono y los servicios estadounidenses de inteligencia, y así, "desestabilizar" la región, como se dice en la jerga técnica del discurso de la política exterior: la invasión y ocupación militar norteamericanas de los vecinos de Irán es "estabilización"; los esfuerzos de Irán por extender hacia ellos su influencia, algo de todo punto ilegítimo.

Esos usos lingüísticos se han hecho rutinarios. Así, el prominente experto en política exterior James Chace usaba propiamente el término "estabilidad" en su sentido técnico, cuando explicaba que, para lograr "estabilidad" en Chile, era necesario "desestabilizar" el país derrocando al gobierno electo de Salvador Allende e instalando la dictadura del general Augusto Pinochet. 

Hay otras preocupaciones suscitadas por Irán dignas de ser exploradas, pero tal vez baste lo dicho para ilustrar los principios rectores y el estatus de que gozan en la cultura imperial. Como subrayaron en su día los planificadores de Franklin Delano Roosevelt en el alba del sistema mundial contemporáneo, los EEUU no pueden tolerar "ningún ejercicio de la soberanía" que interfiera en sus propósitos globales.

Los EEUU y Europa van a la una en punto a castigar a Irán por su amenaza a la estabilidad, pero resulta útil recordar lo aislados que están. Los países no alineados han apoyado vigorosamente el derecho de Irán a enriquecer el uranio. En la región, la opinión pública árabe es todavía más favorable al desarrollo de armas nucleares por Irán. La mayor potencia regional, Turquía, votó contra las últimas sanciones propiciadas por EEUU en el Consejo de Seguridad, y lo hizo junto a Brasil, el país más admirado en el Sur. Su desobediencia fue drásticamente censurada, y no por vez primera: Turquía fue ya agriamente condena en 2003, cuando su gobierno secundó la voluntad del 95% de su población y se negó a participar en la invasión de Irak, demostrando así su débil noción de "democracia" el estilo occidental.

Luego de su fechoría en el Consejo de Seguridad el año pasado, Turquía fue amonestada por el jefe de la diplomacia de Obama en los asuntos europeos, Philip Gordon: tenía que "demostrar su compromiso como socio de Occidente". Un académico que trabaja para el Consejo de Relaciones Exteriores se preguntaba: "¿Cómo mantener a los turcos en el sendero que les toca?". Pues obedeciendo órdenes, como buenos demócratas. 

El Brasil de Lula fue amonestado en un editorial del New York Times: sus esfuerzos conjuntos con Turquía para abrir una solución el problema del uranio enriquecido fuera del marco establecido por la potencia estadounidense era una "tacha en el legado del dirigente brasileño". En una palabra: haced lo que os decimos, a ver si no.

Una interesante luz lateral, finalmente apagada, la ofrece el hecho de que la negociación Irán-Turquía-Brasil gozó de la previa aprobación de Obama, presumiblemente en la idea de que fracasaría, suministrando, así, una nueva arma contra Irán. Cuando culminó con éxito, la aprobación trocó en censura, y Washington se aprestó a imponer a trancas y barrancas una resolución del Consejo de Seguridad que al final resultó tan débil, que hasta China la  suscribió: ahora se la castiga por atenerse a la letra de esa resolución, en vez de secundar las directrices unilaterales de Washington. 

Aunque los EEUU pueden tolerar la desobediencia turca, aun si con desaliento, China resulta harto más difícil de ignorar. La prensa alerta de que "los inversores y los comerciantes chinos están llenando ahora un vacío en Irán, en la medida en que las empresas de muchas otras naciones, señaladamente europeas, se van: preocupa especialmente la expansión de su papel dominante en las industrias energéticas iraníes. Washington está reaccionando con un punto de desesperación. 

El Departamento de Estado advirtió a China de que si desea ser aceptada en la comunidad internacional –un término técnico para referirse a los EEUU a quienquiera que esté de acuerdo con ellos—, no puede "mantenerse al margen y evadirse de las responsabilidades internacionales, [que] están bien claras", y es a saber: secunda las órdenes de los EEUU. Es muy poco probable que eso causara la menor impresión en China.

Hay mucha preocupación también con la creciente amenaza militar china. Un estudio reciente del Pentágono alertaba de que el presupuesto militar chino se acerca a "un quinto del gasto del Pentágono en operaciones bélicas en Irak y Afganistán", a su vez una fracción del presupuesto militar estadounidense, huelga decirlo. La expansión de las fuerzas militares chinas podría "cegar la capacidad de los barcos de guerra norteamericanos para operar en aguas internacionales fuera de sus costas", añadía el New York Times. 

Fuera de las costas de China, claro está; nadie ha propuesto todavía que los EEUU eliminen las fuerzas militares que cierran el Caribe a los barcos de guerra chinos. La incapacidad china para entender las reglas de la civilidad internacional queda ulteriormente ilustrada con sus objeciones a los planes para que el portaviones nuclear George Washington se sume a los ejercicios navales desarrollados a unas pocas millas de la costa china, supuestamente con capacidad para bombardear Beijing.

En cambio, Occidente comprende cabalmente que esas operaciones estadounidenses se emprende, todas, para defender la estabilidad y su propia seguridad. El periódico liberal de izquierda New Republic expresa su preocupación por que "China envía diez barcos de guerra a aguas internacionales, justo ante la isla japonesa de Okinawa". Es una provocación, a diferencia del hecho, que ni se molesta en mencionar, de que Washington haya convertido la isla en una gran base militar, desafiando las vehementes protestas de la población de Okinawa: eso no es una provocación, conforme al usadero principio de que nosotros somos los propietarios del mundo.  

Dejando de lado la arraigadísima doctrina imperial, hay buenas razones para que los vecinos de China se preocupen por el creciente poder militar y comercial de ésta. Y aunque la opinión pública árabe apoya un posible programa iraní de armas nucleares, nosotros, desde luego, no deberíamos hacerlo. La bibliografía especializada en política internacional está llena de propuestas para evitar esa amenaza. Una muy obvia rara vez merece discusión: trabajar a favor del establecimiento de una Zona Libre de Armas Nucleares (ZLAN) ne la región. 

La propuesta, una vez más, nació en la conferencia del Tratado de No Proliferación (TNP) celebrada en el cuartel general de las Naciones Unidas el pasado mes de mayo. Egipto, en su calidad de presidente de las 118 naciones que componen el Movimiento de No Alineados, hizo un llamamiento para comenzar negociaciones para una ZLAN en Oriente Próximo, como había sido acordado, también por Occidente –incluidos los EEUU—, en la conferencia del TNP de 1995. 

El apoyo internacional a esta propuesta es tan abrumador, que Obama no tuvo otro remedio que sumarse formalmente a ella. Buena idea, dijo Washingtn en la conferencia; pero no ahora. Los EEUU dejaron claro, además, que Israel debería quedar al margen de eso: no son admisibles propuestas que pretendan poner el programa nuclear israelí bajo los auspicios de la Agencia Internacional de Energía Atómica o que exijan información sobre "las instalaciones y las actividades nucleares de Israel". 

Baste eso para hacerse una idea del método con que se aborda el problema de la amenaza nuclear iraní. 

La privatización del planeta
Aunque la doctrina de la Gran Área sigue vigente, la capacidad para ponerla por obra ha disminuido visiblemente. La cima del poder estadounidense se dio luego de la II Guerra Mundial, cuando disponía literalmente de la mitad de la riqueza del mundo. Pero es, como es natural, fue declinando, a medida que otras economías industriales fueron recuperándose de la devastación bélica y la descolonización echó tortuosamente andar. A comienzos de los 70, la participación de los EEUU en la riqueza mundial había disminuido hasta el 25%, y el mundo industrial se había hecho tripolar: Norteamérica, Europa y el Este asiático (entonces con base en Japón).

Hubo también en los 70 un cambio drástico en la economía estadounidense, que derivó hacia la financiarización y la exportación de la producción. Varios factores convergieron para crear un círculo vicioso de radical concentración de la riqueza, primordialmente en la fracción del 1% de la población en la cúspide: básicamente, altos ejecutivos, gestores de fondos e inversión libre y gentes por el estilo. Eso trajo consigo la concentración del poder político, lo que a su vez trajo consigo políticas públicas favorables al incremento de la concentración económica; políticas fiscales, normas de gobernanza empresarial, desregulación, etc., etc. 

Entretanto, los costes de las campañas electorales se dispararon, empujando a los partidos políticos hacia los bolsillos del capital concentrado, crecientemente financiero: los Republicanos, a conciencia; los Demócratas –que ahora son lo que antes solíamos llamar Republicanos moderados—, a la zaga.

Las elecciones se han convertido en una farsa grotesca manejada por la industria de las relaciones públicas. Tras su victoria de 2008, Obama ganó un premio concedido por esta industria a la mejor campaña de marketing del año. 

Los ejecutivos del sector estaban eufóricos. Explicaban en la prensa del mundo de los negocios que desde la época de Regan habían venido haciendo publicidad de los candidatos como si de una mercancía cualquiera se tratara, pero que la campaña de 2008 fue su gran logro y que esa campaña cambiaría el estilo publicitario de las direcciones de las grandes empresas. 

Se espera que las elecciones de 2012 costarán 2 mil millones de dólares, básicamente aportados por la gran empresa privada. No puede, pues, sorprender a nadie que Obama esté eligiendo a dirigentes del mundo de los negocios para ocupar altos cargos. La opinión pública está enojada y frustrada, pero en tanto rijan los principios de Muasher, eso carece de importancia.

Mientras la riqueza y el poder han ido concentrándose en una estrecha franja, los ingresos reales del grueso de la población se han estancado y la gente está cada vez más cargada de horas de trabajo, de deudas y de inflación de activos regularmente destruidos por la crisis financiera que empezó a amagar desde que el aparato regulatorio comenzó a ser desmantelado a partir de los años 80.

Nada de eso resulta problemático para los muy ricos, que se benefician de una póliza pública de seguros llamada "demasiado grande para caer". Los bancos y las empresas de inversión pueden hacer transacciones arriesgadas, con grandes rendimientos, que cuando el sistema inevitablemente se desploma siempre pueden acudir al papá estado para que el contribuyente los rescate, eso sí, bien asiditos a sus ejemplares de los libros de Friedrich Hayek y Milton Friedman. 

Tal ha sido el proceso más común desde los años de Reagan, siendo cada nueva crisis más extrema que la anterior (para el grueso de la población, claro está). Ahora mismo, el desempleo real se halla a niveles de la Gran Depresión para buena parte de la población, mientras que Gdman Sachs, uno de los principales arquitectos de la presente crisis,  es más rico que nunca. Acaba de anunciar, impertérrito, la cifra de 17,5 mil millones de dólares en concepto de remuneraciones para sus ejecutivos en el pasado año, y el presidente de su consejo de administración, Lloyd Blankfein, sólo en concepto de bonos, recibirá 12,6 millones de dólares, mientras su salario base se triplicará. 

No se adelanta nada centrándose en este tipo de hechos. Consiguientemente, la propaganda tiene que buscar otros culpables: estos últimos meses, a los trabajadores del sector público, a sus salariazos, a sus exorbitantes pensiones de jubilación, y así por el estilo.  Todo en la mejor tradición del imaginario reaganitas, con mamás negras llevadas en limousinas por sus chóferes a cobrar los cheques en las dependencias públicas de bienestar social, y otros modelos por el estilo que no merece la pena siquiera mencionar. Todos tenemos que apretarnos el cinturón; bueno, casi todos.

Los maestros y profesores constituyen un blanco particularmente adecuado, como parte del deliberado empeño en destruir el sistema público de educación, desde las guarderías de infancia hasta las universidades, por la vía de la privatización: una vez más, una política buena para los ricos, pero desastrosa para la población, así como para la salud a largo plazo de la economía. Pero eso es otra de las externalidades que hay que dejar de lado, mientras prevalezcan los principios del mercado.

Otro blanco estupendo: los inmigrantes. Eso ha sido así a lo largo de la historia de los EEUU, más aún en tiempos de crisis económica, pero ahora exacerbado por un sentido de que nuestro país nos está siendo arrebatado: la población blanca pronto será una minoría. Se puede entender el miedo de individuos que se sienten agraviados, pero la crueldad de las políticas migratorias resulta estupefaciente.

¿Qué inmigrantes se convierten en blanco de esos ataques? En el este de Massachusetts, que es donde yo vivo, muchos son mayas que lograron escapar al genocidio perpetrado en los altos guatemaltecos por los asesinos preferidos de Reagan. Otros son mexicanos, víctimas del acuerdo NAFTA de libre comercio propiciado por Clinton, uno de esos raros acuerdos entre gobiernos que consiguen perjudicar a los pueblos de todos los países participantes (tres, en este caso: EEUU, México y Canadá). 

Cuando el NAFTA fue aprobado en el Congreso contra las objeciones populares en 1994 fue cuando Clinton inició también la militarización de la fontera entre México y los EEUU, antes razonablemente abierta. Sabiendo que los campesinos mexicanos no podrían competir con el agronegocio públicamente subsidiado en los EEUU  y que las empresas mexicanas no sobrevivirían a la competencia de las trasnacionales estadounidenses. Transnacionales a las que debe considerarse como "nacionales", conforme al falso remoquete de los acuerdos de libre comercio: un privilegio, dicho sea de paso, sólo acordado a las personas jurídicas que son las empresas, no a las personas de carne y hueso. 

Como cabía esperar, esas medidas trajeron consigo una correntada de refugiados caídos en la desesperación, y a la consiguiente histeria anti-inmigratoria entre las víctimas internas de esas mismas políticas del estado y de las grandes empresas privadas.

Algo muy parecido está ocurriendo en Europa, en donde el racismo es probablemente más virulento que en los EEUU. Uno no puede menos de observar con estupor cuando Italia se queja del flujo de inmigrantes procedentes de Libia, aquel escenario del primer genocidio posterior a la I Guerra Mundial –acontecido en el ahora liberado este del país— a manos del gobierno fascista de Italia. 

O cuando Francia, todavía hoy la principal protectora de las brutales dictaduras que gobiernan sus antiguas colonias, se las arregla para pasar por alto las odiosas atrocidades sometidas por ella en África, mientras el presidente francés Nicolas Sarkozy alerta, sombrío, sobre la "ola de inmigrantes" y Marine Le Pen le objeta que no hace nada por prevenirla. No necesitaré mencionar a Bélgica, que se llevaría la palma en lo que Adam Smith llamó "la salvaje injusticia de los europeos".

El ascenso de los partidos neofascistas en buena parte de Europa resultaría ya un fenómeno suficientemente aterrador, aun sin necesidad de recordar lo que ocurrió en el continente en un pasado reciente. Imaginad la reacción, si los judíos fueran expulsados de Francia, condenados a la miseria y la opresión, y comparad con la falta de reacción cuando eso mismo ocurre con los gitanos, la población más brutalizada de Europa, asimismo víctima del Holocausto .

En Hungría, el partido neofascista Jobbik logró un 17% de los votos en las elecciones nacionales, algo que acaso no resulte tan sorprendente, si se recuerda que tres cuartas partes de la población cree estar peor ahora que bajo la dominación comunista. Podríamos sntirse tal vez aliviados por el hecho de que en Austria el ultraderechista Jörg Haider lograra sólo el 10% del sufragio en 2008, si no fuera porque el nuevo Partido de la Libertad, que está todavía más a su derecha, logró rebasar el 17%. Resulta escalofriante recordar que en 1928 los nazis consiguierion menos del 3% del sufragio en Alemania.

En Inglaterra, el Partido Nacional Británico y la Liga de Defensa Inglesa, en la derecha ultrarracista, son fuerza importantes. (Lo que está pasando en Holanda lo sabréis mejor vosotros que yo.) En Alemania, [ex socialdemócrata] Thilo Sarrazin se lamenta de que los inmigrantes estén destruyendo el país y consigue un superventas con su lamento, mientras que la Cancillera Angela Merkel, aun condenando el libro, declara que el multicultutralismo ha "fracasado estrepitosamente": los turcos importados para hacer los trabajos sucios en Alemania han fracasado en punto a volverse rubios de ojos azules, auténticos arios.

Quienes conserven un sentido para la ironía recordarán que benjamin Franklin, una las principales figuras de la Ilustración, alertó de que las recientemente emancipadas colonias norteamericanas deberían andarse con cuidado a la hora admitir la inmigración de alemanes, porque eran demasiado morenos; y lo mismo los suecos. Hasta bien entrado el siglo XX, los mitos ridículos sobre la pureza anglosajona eran comunes en los EEUU, incluso entre presidentes y otras figuras de viso. El racismo en la cultura literaria ha sido una obscenidad insalubre; pero peor ha sido en la práctica, huelga decirlo. Esmucho más fácil erradicar la poliomielitis que esta horrible plaga que una y otra vez reaparece, y con mayor virulencia, en tiempos de malestar económico. 

No quiero terminar sin mencionar otra externalidad que se pasa por alto en los sistemas de mercado: el destino de la especie. Al riesgo sistémico en el sistema financiero puede ponerle remedio el sufrido contribuyente, pero nadie vendrá a rescatar el medio ambiente que está siendo devastado. Que deba se devastado, es poco menos que un imperativo institucional. Los dirigentes empresariales que están desarrollando campañas publicitarias para convencer a la población de que el calentamiento global antropogénico es un bulo izquierdista entienden perfectamente la gravedad de la amenaza, pero tienen que maximizar sus beneficios y sus cuotas de mercado a corto plazo. Si no lo hacen ellos, lo harán otros.

Ese círculo vicioso podría terminar siendo letal. Para percatarse de lo perentorio del peligro, basta con echar un vistazo al nuevo Congreso de los EEUU, entronizado por la financiación y la publicidad empresariales. Casi todos son negacionistas climáticos. Ya han empezado a cortar fondos destinados a medidas capaces de mitigar la catástrofe medioambiental. Y lo que es peor: alguno de ellos se lo creen de verdad; por ejemplo, el nuevo jefe del subcomité de medioambiente, que va por ahí explicando que el calentamiento global no puede ser un problema porque Dios prometió a Noé que no habría otro diluvio universal.

Si tales cosas estuvieran pasando en algún paisito remoto, hasta podríamos sonreírnos. Pero están pasando en el país más rico y poderoso del mundo. Y antes de que nos entre la risa boba, tenemos que recordar que la presente crisis económica se remonta en no pequeña medida a la fe fanática en dogmas como el de la hipótesis de la eficiencia de los mercados, y en general, en lo que el premio Nóbel Joseph Stiglitz llamó hace ya 15 años la "religión" de la omnisciencia de los mercados: una religión que impidió que los bancos centrales y los economistas profesionales se percataran de la existencia de una enorme burbuja inmobiliaria sin la menor base en los fundamentos de la vida económica y que, al estallar, resultó devastadora para el conjunto de la economía.  

Todo eso, y mucho más, puede seguir su curso mientras rija la doctrina Muashar. Mientras el grueso de la población se mantenga pasiva, apática, entregada al consumismo o al odio contra los vulnerables, los poderosos del mundo podrán seguir haciendo lo que les plazca, y a los que sobrevivan a eso no les quedará sino contemplar el catastrófico resultado. 

(*) Noam Chomsky es profesor emérito del Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT. Universalmente reconocido como renovador de la lingüística contemporánea, es el autor vivo más citado, el intelectual público más destacado de nuestro tiempo y una figura política emblemática de la resistencia antiimperialista mundial. El texto aquí traducido procede de una conferencia dictada en Amsterdam el pasado mes de marzo.