miércoles, 27 de abril de 2011

La privatización del planeta: ¿un mundo demasiado grande para caer? / Noam Chomsky *

El levantamiento democrático en el mundo árabe ha sido un espectacular ejercicio de coraje, dedicación y compromiso de las fuerzas populares que ha venido fortuitamente a coincidir con una notable rebelión de decenas de millares de personas a favor del pueblo trabajador y de la democracia en Madison, Wisconsin, y otras ciudades norteamericanas. 

Hay que decir, empero, que si las trayectorias de las revueltas en El Cairo y en Madison llegaron a intersectar, estaban aproadas en sentido opuesto: mientras en El Cairo se encaminaban a la conquista de derechos elementales negados por la dictadura, en Madison apuntaban a la defensa de derechos que habían sido conquistados con largas y duras luchas y que ahora están sometidos a un desapoderado asalto.

Uno y otro caso son un microcosmos de tendencias presentes en la sociedad global que siguen una variedad de cursos. La cosa no ofrece duda: tendrán consecuencias de largo alcance. Tanto lo que ahora mismo está aconteciendo en el decadente corazón industrial del país más rico y poderoso de la historia humana, como lo que está pasando en lo que el presidente Dwight Eisenhower llamó "el área estratégicamente más importante del mundo" ("una estupenda fuente de poder estratégico" y "probablemente el mayor premio económico del mundo en el campo de la inversión extranjera", en palabras del Departamento de Estado de los años 40, un premio que los EEUU trataron de reservarse en exclusiva, para sí propios y para sus aliados, en el incipiente Nuevo Orden Mundial de la época).

A despecho de todos los cambios habidos desde entonces, se puede razonabilísimamente suponer que los actuales decisores políticos mantienen básicamente su adhesión al juicio del influyente asesor del presidente Franklin Delano Roosevelt, A.A. Berle, según el cual ese control de las incomparables reservas energéticas del Oriente Próximo traería consigo "un control substancial del mundo". Y análogamente y por contraste, que la pérdida de ese control amenazaría el proyecto de dominación global claramente articulado durante la II Guerra Mundial y persistentemente mantenido aun frente a los decisivos cambios experimentados por el mundo desde entonces.

Desde que rompió la Guerra en 1939, Washington anticipó que ésta terminaría con los EEUU en una posición de supremacía. Funcionarios de alto nivel del Departamento de Estado y especialistas en política exterior se reunieron repetidamente durante la Guerra a fin de diseñar planes para el mundo de postguerra. Perfilaron una "Gran Área" que los EEUU tenían que dominar, y que incluía el Hemisferio Occidental, el Extremo Oriente y el antiguo Imperio Británico, con sus recursos energéticos del Oriente Próximo. 

Cuando Rusia comenzó a demoler los ejércitos nazis luego de la batalla de Stalingrado, los objetivos de la Gran Área comenzaron a extenderse hasta abarcar la mayor zona posible de Eurasia, y al menos su núcleo económico en Europa Occidental. Dentro de la Gran Área, los EEUU mantendrían un "poder indiscutible", con "supremacía militar y económica", al tiempo que se asegurarían de "limitar el ejercicio de la soberanía" de los estados capaces de interferir en los propósitos globales estadounidenses. Los circunstanciados planes del tiempo de guerra no tardaron en ponerse por obra.

Siempre se reconoció que Europa podría optar por un curso independiente. La OTAN se concibió en parte para contrarrestar la amenaza de esa independencia. No bien se disolvió en 1989 el pretexto oficial que había dado lugar a la OTAN, la OTAN se expandió hacia el este, en flagrante violación de las promesas verbales hechas al dirigente soviético Mijail Gorbachov. Desde entonces, se ha convertido en una fuerza de intervención manejada por los EEUU. 

El amplísimo radio de acción que se arroga lo expresó bien el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, al informar en una conferencia de la organización que "las tropas de la OTAN tienen que vigilar los oleoductos que transportan petróleo y gas en dirección a Occidente", y más en general, proteger las rutas navales utilizadas por los cargueros y otras "infraestructuras cruciales" del sistema energético.

Las doctrinas de la Gran Área dan manifiesta licencia para la intervención militar arbitraria. Eso quedó patentemente sentado bajo la administración Clinton, que proclamó el derecho de los EEUU a servirse de la fuerza militar para garantizar el "acceso irrestricto a mercados clave, suministros energéticos y recursos estratégicos", y urgió a mantener "desplegadas hacia Europa y Asia enormes fuerzas militares, "a fin de modelar las opiniones de la gente sobre nosotros" y de "modelar los acontecimientos que afecten a las probabilidades de nuestra seguridad".

Idénticos principios rigieron la invasión de Irak. A medida que se ha ido haciendo evidente la incapacidad de los EEUU para imponer su voluntad en Irak, los objetivos reales de la invasión no pueden seguir camuflándose tras una retórica encandilante. En noviembre de 2007, la Casa Blanca emitió una Declaración de Principios exigiendo que las fuerzas estadounidenses se mantuvieran indefinidamente en Irak y ligando la suerte de ese país al privilegio de inversores norteamericanos. 

Dos meses después, el presidente Bush informaba al Congreso de que vetaría la legislación que pudiera poner límites al permanente estacionamiento de las Fuerzas Armadas estadounidenses en Irak o "al control, por parte de los EEUU, de los recursos petrolíferos de Irak": unas exigencias que los EEUU tuvieron que abandonar, a la vista de la resistencia iraquí.  

En Túnez y Egipto, los recientes levantamientos populares han ganado imponentes batallas, pero, como informaba el Carnegie Endowment, aunque los nombres han cambiado, los regímenes permanecen: "Un cambio en las elites dominantes y en el sistema de dominación es todavía una meta lejana". El informe analiza los obstáculos internos atravesados en el camino de la democracia, pero ignora los exteriores, que, como siempre, son significativos.
Los EEUU y sus aliados occidentales están resueltos a hacer todo lo que puedan para prevenir una auténtica democracia en el mundo árabe. 

Para entender por qué, basta echar una ojeada a las encuestas de opinión realizadas en el mundo árabe por las agencias norteamericanas de sondeos. Aunque se ha hecho poca publicad de sus resultados, no por eso dejan de ser conocidos por los planificadores estadounidenses. Revelan que mayorías abrumadoras de árabes ven a los EEUU y a Israel como las mayores amenazas a que se enfrentan: así ven a los EEUU el 90% de los egipcios, y en el conjunto de la región, un 75% de los encuestados. 

Algunos árabes ven como amenaza a Irán: un 10%. La oposición a la política de los EEUU es tan fuerte, que una mayoría cree que la seguridad mejoraría si Irán dispusiera de armamento nuclear (eso cree, por ejemplo, el 80& de los egipcios). Otros cuadros de opinión arrojan resultados semejantes. Si la opinión pública pudiera influir en las decisiones, los EEUU no sólo no podrían controlar la región, sino que serían expulsados de ella junto con todos sus aliados, lo que socavaría los principios fundamentales de la dominación global.

La mano invisible del poder
El apoyo a la democracia es la provincia de los ideólogos y los propagandistas del sistema. En el mundo real, el asco que por la democracia siente la elite es la norma. Son abrumadoras las pruebas de que la democracia sólo es apoyada mientras pueda contribuir a objetivos sociales y económicos, una conclusión a la que reluctantemente llegan los académicos más serios. 

El desprecio de la elite por la democracia se reveló espectacularmente en la reacción a las filtraciones de WikiLeaks. Las que mayor atención recibieron, con comentarios rayanos en la euforia, fueron los cables en los que se informaba del apoyo de los árabes a la posición de los EEUU frente a Irán. La referencia, claro, era a los dictadores árabes. Las actitudes de la opinión pública ni siquiera recibían mención. El principio rector fue claramente sentado por el especialista del Carnegie Endowment para Oriente Próximo, Marwan Muasher, un ex alto funcionario del estado jordano: "Nada va mal, todo está bajo control". En suma: si los dictadores nos apoyan, ¿qué tendría que preocuparnos?. 

La doctrina Muasher es racional y venerable. Para reducirnos a un solo caso hoy particularmente pertinente, en un debate interno habido en 1958 el presidente Eisenhower manifestó su preocupación por la "campaña de odio" contra nosotros librada en el mundo árabe, no por los gobiernos, sino por las poblaciones. El Consejo Nacional de Seguridad (NSC, por sus siglas en inglés) explicó que en el mundo árabe se tenía la percepción de que los EEUU apoyaban a los dictadores árabes y bloqueaban la democracia y el desarrollo para asegurarse el control de los recursos de la región. 

Por lo demás, esa percepción es básicamente correcta, concluía el NSC, y eso es lo que tenemos que hacer, secundar la doctrina Muasher. Estudios realizados por el Pentágono luego del 11 de septiembre confirmaron que lo mismo vale para hoy. 

Es normal que los vencedores arrojen la historia al basurero, mientras las víctimas se la toman muy en serio. Unas breves observaciones sobre este importante asunto acaso resulten aquí de utilidad. No es la primera vez que Egipto y los EEUU se enfrentan a problemas similares y se mueven en direcciones opuestas. Ya ocurrió también a comienzos del siglo XIX. 

Los historiadores económicos suelen sostener que Egipto estaba bien situado para emprender un rápido crecimiento económico al mismo tiempo que los EEUU. Ambos países disponían de una rica agricultura, incluido el algodón, combustible de la primera revolución industrial: pero, a diferencia de Egipto, los EEUU tenían que desarrollar la producción de algodón y una fuerza de trabajo mediante la conquista, el exterminio y la esclavitud, con consecuencias que resultan evidentes todavía hoy en las reservas para supervivientes y en las cárceles que han proliferado rápidamente desde los tiempos de Reagan para albergar a la población que la desindustrialización neoliberal hizo sobrera. 

Una diferencia fundamental fue que los EEUU lograron su independencia, lo que les dio libertad para ignorar las prescripciones de la teoría económica, impartidas en la época por Adam Smith en unos términos parecidos a los que ahora se predican para las sociedades en vías de desarrollo. Smith urgió a las colonias emancipadas a producir materias primas para la exportación e importar, en cambio, superiores manufacturas británicas, y desde luego, a no tratar de monopolizar bienes cruciales, singularmente el algodón. Cualquier otra senda, advirtió Smith, "lejos de acelerar, retrasaría el ulterior incremento del valor de su producción anual, y lejos de promover, obstruiría el progreso de su país hacia una riqueza y una grandeza reales".

Lograda su independencia, las colonias fueron libres para ignorar este consejo y emprender, en cambio, el curso seguido por Inglaterra, el curso, esto es, de un estado independiente capaz de promover públicamente su propio desarrollo con elevadas tarifas arancelarias pensadas para proteger a su industria de las exportaciones británicas –por lo pronto, los textiles; luego, el acero y otros productos— y para poner por obra muchos otros mecanismos aceleradores del desarrollo industrial. La República independiente buscó hacerse también con el monopolio del algodón, a fin de "poner a todas las demás naciones a nuestros pies", señaladamente al enemigo británico, como no se privaron de declarar los presidentes jacksonianos al conquistar Texas y la mitad de México.

En el posible camino análogo de Egipto se atravesó, empero, la potencia británica. Lord Palmerston declaró que "ninguna idea de equidad puede ser obstáculo en el discurrir de intereses tan grandes y supremos" como los británicos en su afán de preservar su hegemonía económica y política. Lo declaró expresando, de pasada, su "odio" hacia el "bárbaro ignorante" de Muhammed Ali, que se había avilantado a proponer un curso independiente, y desplegando la flota y el poder financiero británicos para poner fin a la lucha de Egipto por la independencia y el desarrollo económico.

Luego de la II Guerra Mundial, cuando los EEUU desplazaron a Gran Bretaña de la hegemonía global, Washington adoptó la misma posición, dejando claro que los EEUU no proporcionarían la menor ayuda a Egipto, a menos que acatara las normas usaderas para los débiles, normas, dicho sea de paso, que los EEUU siguieron violando, imponiendo elevados aranceles al algodón egipcio y causando una debilitadora escasez de dólares. La interpretación habitual de los principios del mercado.

Difícilmente sorprenderá, pues, que la "campaña de odio" contra los EEUU que preocupaba a Eisenhower se base en la percepción de que los EEUU apoyan a dictadores y bloquean la democracia y el desarrollo, como hacen también sus aliados.

Ha de añadirse en defensa de Adam Smith que sí se percató claramente de lo que ocurriría si Gran Bretaña seguí las reglas de la teoría económica al uso, que ahora llamamos "neoliberalismo". Alertó de que si las industriales, los comerciantes y los inversores británicos se abrían al mundo, podrían sacar beneficios, pero Inglaterra sufriría. Pero sintió que se dejarían guiar por un sesgo nacional, como si por una mano invisible a Inglaterra no le estuvieran reservados los desquites de la racionalidad económica. 

El paso es difícil de olvidar. Es la única vez en que aparece la célebre frase de la "mano invisible" en toda la Riqueza de las naciones. El otro fundador de la economía clásica, David Ricardo, sacó parecidas conclusiones, en la esperanza de que el sesgo nacional llevaría a los hombres de propiedad a "contentarse con las baja tasas de beneficio en su propio país, antes que a buscar un empleo más ventajoso de su riqueza en las naciones extranjeras"; sentimientos., éstos, que, añadía, "lamentaría ver debilitados". Predicciones aparte, los instintos de los economistas clásicos rebosaban de buen sentido.

Las "amenazas" iraní y china
El levantamiento por la democracia en el mundo árabe se compara a veces con el registrado en la Europa del este en 1989, pero con razones harto dudosas. En 1989, el levantamiento democrático fue tolerado por los rusos, y apoyado por las potencias occidentales conforme la doctrina asadera: se acomodaba patentemente a los objetivos económicos y estratégicos, lo que hizo de él un logro nobilísimo, honrado por doquiera, a diferencia de las luchas que paralelamente se desarrollaban en América Central por la "defensa de los derechos fundamentales del pueblo", en palabras del Arzobispo de El Salvador, uno de los centenares de miles de víctimas de las fuerzas militares armadas y entrenadas en Washington. No había Nunkun Gorbachov en Occidente durante esos horrendos años, y sigue sin haberlo. Y las potencias occidentales siguen siendo hostiles a la democracia en el mundo árabe por muy buenas razones. 

Las doctrinas de la Gran Área siguen aplicándose a las crisis y a las confrontaciones de nuestros días. En los círculos occidentales de toma de decisiones políticas, lo mismo que entre los comentaristas políticos, se considera que, por lo mismo que la amenaza iraní representaría el mayor peligro para el orden mundial, la política exterior de los EEUU debería centrarse primordialmente allí, dejando a la política exterior europea el papel de las educadas negociaciones diplomáticas. 

Ahora bien; ¿en qué consiste exactamente la amenaza iraní? El Pentágono y los servicios de inteligencia estadounidenses nos proporcionan una autorizada respuesta. En sus informes del año pasado sobre la seguridad global, dejaron claro que la amenaza no es de naturaleza militar. El gasto militar iraní es "relativamente bajo en comparación con el resto de la región", concluían. Su doctrina militar es estrictamente "defensiva, concebida para frenar una posible invasión y forzar a una solución diplomática de las hostilidades". Irán sólo tiene "una capacidad limitada de proyectar su fuerza más allá de sus fronteras". Respecto de la opción nuclear, "el programa nuclear de Irán, y su disposición a mantener abierta la posibilidad de desarrollar armamento nuclear, es una parte central de su estrategia de disuasión". Hasta aquí las citas.

El brutal régimen clerical iraní, la cosa no ofrece duda, representa una amenaza para su propio pueblo, pero difícilmente puede decirse que sobrepasa en esta materia a los aliados de los EEUU. Mas la amenaza radica en otra parte, y es, en efecto, ominosa. Un elemento de ella es la capacidad potencial iraní para la disuasión, un ilegítimo ejercicio de soberanía que podría interferir en la libertad de acción de los EEUU en la región. Resulta manifiestamente obvio porqué Irán busca construir una capacidad disuasoria: para explicarlo, basta echar un vistazo a la distribución de bases militares y fuerzas nucleares en la región.

Hace siete años, el historiador militar israelí Martin van Creveld escribió que "el mundo ha sido testigo de cómo los EEUU han atacado a Irak, según ha terminado por verse, sin la menor razón para ello. Si los iraníes no trataran de construir armamento nuclear, estarían locos de remate", sobre todo hallándose, como se hallan, bajo constante amenaza de ataque en violación de la Carta de NNUU. Que terminen construyéndolo o no, es una cuestión sin responder, pero quizá sí.

Ello es que la amenaza iraní va más allá de la capacidad disuasoria. También busca expandir su influencia en los países vecinos, subrayan el Pentágono y los servicios estadounidenses de inteligencia, y así, "desestabilizar" la región, como se dice en la jerga técnica del discurso de la política exterior: la invasión y ocupación militar norteamericanas de los vecinos de Irán es "estabilización"; los esfuerzos de Irán por extender hacia ellos su influencia, algo de todo punto ilegítimo.

Esos usos lingüísticos se han hecho rutinarios. Así, el prominente experto en política exterior James Chace usaba propiamente el término "estabilidad" en su sentido técnico, cuando explicaba que, para lograr "estabilidad" en Chile, era necesario "desestabilizar" el país derrocando al gobierno electo de Salvador Allende e instalando la dictadura del general Augusto Pinochet. 

Hay otras preocupaciones suscitadas por Irán dignas de ser exploradas, pero tal vez baste lo dicho para ilustrar los principios rectores y el estatus de que gozan en la cultura imperial. Como subrayaron en su día los planificadores de Franklin Delano Roosevelt en el alba del sistema mundial contemporáneo, los EEUU no pueden tolerar "ningún ejercicio de la soberanía" que interfiera en sus propósitos globales.

Los EEUU y Europa van a la una en punto a castigar a Irán por su amenaza a la estabilidad, pero resulta útil recordar lo aislados que están. Los países no alineados han apoyado vigorosamente el derecho de Irán a enriquecer el uranio. En la región, la opinión pública árabe es todavía más favorable al desarrollo de armas nucleares por Irán. La mayor potencia regional, Turquía, votó contra las últimas sanciones propiciadas por EEUU en el Consejo de Seguridad, y lo hizo junto a Brasil, el país más admirado en el Sur. Su desobediencia fue drásticamente censurada, y no por vez primera: Turquía fue ya agriamente condena en 2003, cuando su gobierno secundó la voluntad del 95% de su población y se negó a participar en la invasión de Irak, demostrando así su débil noción de "democracia" el estilo occidental.

Luego de su fechoría en el Consejo de Seguridad el año pasado, Turquía fue amonestada por el jefe de la diplomacia de Obama en los asuntos europeos, Philip Gordon: tenía que "demostrar su compromiso como socio de Occidente". Un académico que trabaja para el Consejo de Relaciones Exteriores se preguntaba: "¿Cómo mantener a los turcos en el sendero que les toca?". Pues obedeciendo órdenes, como buenos demócratas. 

El Brasil de Lula fue amonestado en un editorial del New York Times: sus esfuerzos conjuntos con Turquía para abrir una solución el problema del uranio enriquecido fuera del marco establecido por la potencia estadounidense era una "tacha en el legado del dirigente brasileño". En una palabra: haced lo que os decimos, a ver si no.

Una interesante luz lateral, finalmente apagada, la ofrece el hecho de que la negociación Irán-Turquía-Brasil gozó de la previa aprobación de Obama, presumiblemente en la idea de que fracasaría, suministrando, así, una nueva arma contra Irán. Cuando culminó con éxito, la aprobación trocó en censura, y Washington se aprestó a imponer a trancas y barrancas una resolución del Consejo de Seguridad que al final resultó tan débil, que hasta China la  suscribió: ahora se la castiga por atenerse a la letra de esa resolución, en vez de secundar las directrices unilaterales de Washington. 

Aunque los EEUU pueden tolerar la desobediencia turca, aun si con desaliento, China resulta harto más difícil de ignorar. La prensa alerta de que "los inversores y los comerciantes chinos están llenando ahora un vacío en Irán, en la medida en que las empresas de muchas otras naciones, señaladamente europeas, se van: preocupa especialmente la expansión de su papel dominante en las industrias energéticas iraníes. Washington está reaccionando con un punto de desesperación. 

El Departamento de Estado advirtió a China de que si desea ser aceptada en la comunidad internacional –un término técnico para referirse a los EEUU a quienquiera que esté de acuerdo con ellos—, no puede "mantenerse al margen y evadirse de las responsabilidades internacionales, [que] están bien claras", y es a saber: secunda las órdenes de los EEUU. Es muy poco probable que eso causara la menor impresión en China.

Hay mucha preocupación también con la creciente amenaza militar china. Un estudio reciente del Pentágono alertaba de que el presupuesto militar chino se acerca a "un quinto del gasto del Pentágono en operaciones bélicas en Irak y Afganistán", a su vez una fracción del presupuesto militar estadounidense, huelga decirlo. La expansión de las fuerzas militares chinas podría "cegar la capacidad de los barcos de guerra norteamericanos para operar en aguas internacionales fuera de sus costas", añadía el New York Times. 

Fuera de las costas de China, claro está; nadie ha propuesto todavía que los EEUU eliminen las fuerzas militares que cierran el Caribe a los barcos de guerra chinos. La incapacidad china para entender las reglas de la civilidad internacional queda ulteriormente ilustrada con sus objeciones a los planes para que el portaviones nuclear George Washington se sume a los ejercicios navales desarrollados a unas pocas millas de la costa china, supuestamente con capacidad para bombardear Beijing.

En cambio, Occidente comprende cabalmente que esas operaciones estadounidenses se emprende, todas, para defender la estabilidad y su propia seguridad. El periódico liberal de izquierda New Republic expresa su preocupación por que "China envía diez barcos de guerra a aguas internacionales, justo ante la isla japonesa de Okinawa". Es una provocación, a diferencia del hecho, que ni se molesta en mencionar, de que Washington haya convertido la isla en una gran base militar, desafiando las vehementes protestas de la población de Okinawa: eso no es una provocación, conforme al usadero principio de que nosotros somos los propietarios del mundo.  

Dejando de lado la arraigadísima doctrina imperial, hay buenas razones para que los vecinos de China se preocupen por el creciente poder militar y comercial de ésta. Y aunque la opinión pública árabe apoya un posible programa iraní de armas nucleares, nosotros, desde luego, no deberíamos hacerlo. La bibliografía especializada en política internacional está llena de propuestas para evitar esa amenaza. Una muy obvia rara vez merece discusión: trabajar a favor del establecimiento de una Zona Libre de Armas Nucleares (ZLAN) ne la región. 

La propuesta, una vez más, nació en la conferencia del Tratado de No Proliferación (TNP) celebrada en el cuartel general de las Naciones Unidas el pasado mes de mayo. Egipto, en su calidad de presidente de las 118 naciones que componen el Movimiento de No Alineados, hizo un llamamiento para comenzar negociaciones para una ZLAN en Oriente Próximo, como había sido acordado, también por Occidente –incluidos los EEUU—, en la conferencia del TNP de 1995. 

El apoyo internacional a esta propuesta es tan abrumador, que Obama no tuvo otro remedio que sumarse formalmente a ella. Buena idea, dijo Washingtn en la conferencia; pero no ahora. Los EEUU dejaron claro, además, que Israel debería quedar al margen de eso: no son admisibles propuestas que pretendan poner el programa nuclear israelí bajo los auspicios de la Agencia Internacional de Energía Atómica o que exijan información sobre "las instalaciones y las actividades nucleares de Israel". 

Baste eso para hacerse una idea del método con que se aborda el problema de la amenaza nuclear iraní. 

La privatización del planeta
Aunque la doctrina de la Gran Área sigue vigente, la capacidad para ponerla por obra ha disminuido visiblemente. La cima del poder estadounidense se dio luego de la II Guerra Mundial, cuando disponía literalmente de la mitad de la riqueza del mundo. Pero es, como es natural, fue declinando, a medida que otras economías industriales fueron recuperándose de la devastación bélica y la descolonización echó tortuosamente andar. A comienzos de los 70, la participación de los EEUU en la riqueza mundial había disminuido hasta el 25%, y el mundo industrial se había hecho tripolar: Norteamérica, Europa y el Este asiático (entonces con base en Japón).

Hubo también en los 70 un cambio drástico en la economía estadounidense, que derivó hacia la financiarización y la exportación de la producción. Varios factores convergieron para crear un círculo vicioso de radical concentración de la riqueza, primordialmente en la fracción del 1% de la población en la cúspide: básicamente, altos ejecutivos, gestores de fondos e inversión libre y gentes por el estilo. Eso trajo consigo la concentración del poder político, lo que a su vez trajo consigo políticas públicas favorables al incremento de la concentración económica; políticas fiscales, normas de gobernanza empresarial, desregulación, etc., etc. 

Entretanto, los costes de las campañas electorales se dispararon, empujando a los partidos políticos hacia los bolsillos del capital concentrado, crecientemente financiero: los Republicanos, a conciencia; los Demócratas –que ahora son lo que antes solíamos llamar Republicanos moderados—, a la zaga.

Las elecciones se han convertido en una farsa grotesca manejada por la industria de las relaciones públicas. Tras su victoria de 2008, Obama ganó un premio concedido por esta industria a la mejor campaña de marketing del año. 

Los ejecutivos del sector estaban eufóricos. Explicaban en la prensa del mundo de los negocios que desde la época de Regan habían venido haciendo publicidad de los candidatos como si de una mercancía cualquiera se tratara, pero que la campaña de 2008 fue su gran logro y que esa campaña cambiaría el estilo publicitario de las direcciones de las grandes empresas. 

Se espera que las elecciones de 2012 costarán 2 mil millones de dólares, básicamente aportados por la gran empresa privada. No puede, pues, sorprender a nadie que Obama esté eligiendo a dirigentes del mundo de los negocios para ocupar altos cargos. La opinión pública está enojada y frustrada, pero en tanto rijan los principios de Muasher, eso carece de importancia.

Mientras la riqueza y el poder han ido concentrándose en una estrecha franja, los ingresos reales del grueso de la población se han estancado y la gente está cada vez más cargada de horas de trabajo, de deudas y de inflación de activos regularmente destruidos por la crisis financiera que empezó a amagar desde que el aparato regulatorio comenzó a ser desmantelado a partir de los años 80.

Nada de eso resulta problemático para los muy ricos, que se benefician de una póliza pública de seguros llamada "demasiado grande para caer". Los bancos y las empresas de inversión pueden hacer transacciones arriesgadas, con grandes rendimientos, que cuando el sistema inevitablemente se desploma siempre pueden acudir al papá estado para que el contribuyente los rescate, eso sí, bien asiditos a sus ejemplares de los libros de Friedrich Hayek y Milton Friedman. 

Tal ha sido el proceso más común desde los años de Reagan, siendo cada nueva crisis más extrema que la anterior (para el grueso de la población, claro está). Ahora mismo, el desempleo real se halla a niveles de la Gran Depresión para buena parte de la población, mientras que Gdman Sachs, uno de los principales arquitectos de la presente crisis,  es más rico que nunca. Acaba de anunciar, impertérrito, la cifra de 17,5 mil millones de dólares en concepto de remuneraciones para sus ejecutivos en el pasado año, y el presidente de su consejo de administración, Lloyd Blankfein, sólo en concepto de bonos, recibirá 12,6 millones de dólares, mientras su salario base se triplicará. 

No se adelanta nada centrándose en este tipo de hechos. Consiguientemente, la propaganda tiene que buscar otros culpables: estos últimos meses, a los trabajadores del sector público, a sus salariazos, a sus exorbitantes pensiones de jubilación, y así por el estilo.  Todo en la mejor tradición del imaginario reaganitas, con mamás negras llevadas en limousinas por sus chóferes a cobrar los cheques en las dependencias públicas de bienestar social, y otros modelos por el estilo que no merece la pena siquiera mencionar. Todos tenemos que apretarnos el cinturón; bueno, casi todos.

Los maestros y profesores constituyen un blanco particularmente adecuado, como parte del deliberado empeño en destruir el sistema público de educación, desde las guarderías de infancia hasta las universidades, por la vía de la privatización: una vez más, una política buena para los ricos, pero desastrosa para la población, así como para la salud a largo plazo de la economía. Pero eso es otra de las externalidades que hay que dejar de lado, mientras prevalezcan los principios del mercado.

Otro blanco estupendo: los inmigrantes. Eso ha sido así a lo largo de la historia de los EEUU, más aún en tiempos de crisis económica, pero ahora exacerbado por un sentido de que nuestro país nos está siendo arrebatado: la población blanca pronto será una minoría. Se puede entender el miedo de individuos que se sienten agraviados, pero la crueldad de las políticas migratorias resulta estupefaciente.

¿Qué inmigrantes se convierten en blanco de esos ataques? En el este de Massachusetts, que es donde yo vivo, muchos son mayas que lograron escapar al genocidio perpetrado en los altos guatemaltecos por los asesinos preferidos de Reagan. Otros son mexicanos, víctimas del acuerdo NAFTA de libre comercio propiciado por Clinton, uno de esos raros acuerdos entre gobiernos que consiguen perjudicar a los pueblos de todos los países participantes (tres, en este caso: EEUU, México y Canadá). 

Cuando el NAFTA fue aprobado en el Congreso contra las objeciones populares en 1994 fue cuando Clinton inició también la militarización de la fontera entre México y los EEUU, antes razonablemente abierta. Sabiendo que los campesinos mexicanos no podrían competir con el agronegocio públicamente subsidiado en los EEUU  y que las empresas mexicanas no sobrevivirían a la competencia de las trasnacionales estadounidenses. Transnacionales a las que debe considerarse como "nacionales", conforme al falso remoquete de los acuerdos de libre comercio: un privilegio, dicho sea de paso, sólo acordado a las personas jurídicas que son las empresas, no a las personas de carne y hueso. 

Como cabía esperar, esas medidas trajeron consigo una correntada de refugiados caídos en la desesperación, y a la consiguiente histeria anti-inmigratoria entre las víctimas internas de esas mismas políticas del estado y de las grandes empresas privadas.

Algo muy parecido está ocurriendo en Europa, en donde el racismo es probablemente más virulento que en los EEUU. Uno no puede menos de observar con estupor cuando Italia se queja del flujo de inmigrantes procedentes de Libia, aquel escenario del primer genocidio posterior a la I Guerra Mundial –acontecido en el ahora liberado este del país— a manos del gobierno fascista de Italia. 

O cuando Francia, todavía hoy la principal protectora de las brutales dictaduras que gobiernan sus antiguas colonias, se las arregla para pasar por alto las odiosas atrocidades sometidas por ella en África, mientras el presidente francés Nicolas Sarkozy alerta, sombrío, sobre la "ola de inmigrantes" y Marine Le Pen le objeta que no hace nada por prevenirla. No necesitaré mencionar a Bélgica, que se llevaría la palma en lo que Adam Smith llamó "la salvaje injusticia de los europeos".

El ascenso de los partidos neofascistas en buena parte de Europa resultaría ya un fenómeno suficientemente aterrador, aun sin necesidad de recordar lo que ocurrió en el continente en un pasado reciente. Imaginad la reacción, si los judíos fueran expulsados de Francia, condenados a la miseria y la opresión, y comparad con la falta de reacción cuando eso mismo ocurre con los gitanos, la población más brutalizada de Europa, asimismo víctima del Holocausto .

En Hungría, el partido neofascista Jobbik logró un 17% de los votos en las elecciones nacionales, algo que acaso no resulte tan sorprendente, si se recuerda que tres cuartas partes de la población cree estar peor ahora que bajo la dominación comunista. Podríamos sntirse tal vez aliviados por el hecho de que en Austria el ultraderechista Jörg Haider lograra sólo el 10% del sufragio en 2008, si no fuera porque el nuevo Partido de la Libertad, que está todavía más a su derecha, logró rebasar el 17%. Resulta escalofriante recordar que en 1928 los nazis consiguierion menos del 3% del sufragio en Alemania.

En Inglaterra, el Partido Nacional Británico y la Liga de Defensa Inglesa, en la derecha ultrarracista, son fuerza importantes. (Lo que está pasando en Holanda lo sabréis mejor vosotros que yo.) En Alemania, [ex socialdemócrata] Thilo Sarrazin se lamenta de que los inmigrantes estén destruyendo el país y consigue un superventas con su lamento, mientras que la Cancillera Angela Merkel, aun condenando el libro, declara que el multicultutralismo ha "fracasado estrepitosamente": los turcos importados para hacer los trabajos sucios en Alemania han fracasado en punto a volverse rubios de ojos azules, auténticos arios.

Quienes conserven un sentido para la ironía recordarán que benjamin Franklin, una las principales figuras de la Ilustración, alertó de que las recientemente emancipadas colonias norteamericanas deberían andarse con cuidado a la hora admitir la inmigración de alemanes, porque eran demasiado morenos; y lo mismo los suecos. Hasta bien entrado el siglo XX, los mitos ridículos sobre la pureza anglosajona eran comunes en los EEUU, incluso entre presidentes y otras figuras de viso. El racismo en la cultura literaria ha sido una obscenidad insalubre; pero peor ha sido en la práctica, huelga decirlo. Esmucho más fácil erradicar la poliomielitis que esta horrible plaga que una y otra vez reaparece, y con mayor virulencia, en tiempos de malestar económico. 

No quiero terminar sin mencionar otra externalidad que se pasa por alto en los sistemas de mercado: el destino de la especie. Al riesgo sistémico en el sistema financiero puede ponerle remedio el sufrido contribuyente, pero nadie vendrá a rescatar el medio ambiente que está siendo devastado. Que deba se devastado, es poco menos que un imperativo institucional. Los dirigentes empresariales que están desarrollando campañas publicitarias para convencer a la población de que el calentamiento global antropogénico es un bulo izquierdista entienden perfectamente la gravedad de la amenaza, pero tienen que maximizar sus beneficios y sus cuotas de mercado a corto plazo. Si no lo hacen ellos, lo harán otros.

Ese círculo vicioso podría terminar siendo letal. Para percatarse de lo perentorio del peligro, basta con echar un vistazo al nuevo Congreso de los EEUU, entronizado por la financiación y la publicidad empresariales. Casi todos son negacionistas climáticos. Ya han empezado a cortar fondos destinados a medidas capaces de mitigar la catástrofe medioambiental. Y lo que es peor: alguno de ellos se lo creen de verdad; por ejemplo, el nuevo jefe del subcomité de medioambiente, que va por ahí explicando que el calentamiento global no puede ser un problema porque Dios prometió a Noé que no habría otro diluvio universal.

Si tales cosas estuvieran pasando en algún paisito remoto, hasta podríamos sonreírnos. Pero están pasando en el país más rico y poderoso del mundo. Y antes de que nos entre la risa boba, tenemos que recordar que la presente crisis económica se remonta en no pequeña medida a la fe fanática en dogmas como el de la hipótesis de la eficiencia de los mercados, y en general, en lo que el premio Nóbel Joseph Stiglitz llamó hace ya 15 años la "religión" de la omnisciencia de los mercados: una religión que impidió que los bancos centrales y los economistas profesionales se percataran de la existencia de una enorme burbuja inmobiliaria sin la menor base en los fundamentos de la vida económica y que, al estallar, resultó devastadora para el conjunto de la economía.  

Todo eso, y mucho más, puede seguir su curso mientras rija la doctrina Muashar. Mientras el grueso de la población se mantenga pasiva, apática, entregada al consumismo o al odio contra los vulnerables, los poderosos del mundo podrán seguir haciendo lo que les plazca, y a los que sobrevivan a eso no les quedará sino contemplar el catastrófico resultado. 

(*) Noam Chomsky es profesor emérito del Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT. Universalmente reconocido como renovador de la lingüística contemporánea, es el autor vivo más citado, el intelectual público más destacado de nuestro tiempo y una figura política emblemática de la resistencia antiimperialista mundial. El texto aquí traducido procede de una conferencia dictada en Amsterdam el pasado mes de marzo.

8 billones de euros no pagan impuestos (como mínimo) / Gerardo Rivas Rico *

La cifra marea, pero se ha estimado por el Banco Mundial que más de ocho billones de euros están a buen recaudo en los paraísos fiscales sin que sus propietarios paguen ni un sólo céntimo al erario público de sus respectivos países. Son los escondrijos de una cuarta parte de la riqueza privada mundial, según datos del Fondo Monetario Internacional. 

Para muestra un sólo botón, en las Islas Caimán, con 52.000 habitantes y un territorio de unos 260 Km cuadrados, están instalados 600 bancos, operan 2.200 fondos especulativos y de pensiones, se estima que manejan más de medio billón de euros y hay domiciliadas y en activo unas 44.000 empresas. Los etéreos “mercados” tienen nombre y apellido aunque permanezcan en el anonimato.

Constructores sin escrúpulos, narcotraficantes, grupos terroristas, políticos corruptos o dictadores de países tercermundistas comparten sus botines con las grandes empresas multinacionales que, a través de complejas operaciones de ingeniería financiera de dudosa legalidad, desvían gran parte de sus excedentes a estas cuevas financieras.

Para situar esta cifra de 8 billones de euros en una dimensión entendible, hagamos un sencillo cálculo para el que vamos a considerar -por la dificultad de depurar el dato- que todo el dinero que se refugia en estos paraísos fiscales fuese de procedencia presuntamente legal, es decir que no proceda de actuaciones claramente delictivas como el cohecho, el tráfico ilegal o el saqueo sistemático de las arcas públicas, y que, por tanto, la única irregularidad de esta riqueza fuese el de no tributar en los países en los que se ha generado. 

Apliquemos para ello el tipo general del Impuesto de Sociedades vigente en nuestro país -el 30%- sobre el total de recursos escamoteados a los respectivos erarios públicos y obtendremos un montante de 2,4 billones de euros.

Una vez realizado este cálculo, para entender mejor la cifra resultante, que sigue siendo inabarcable, pongámosla en relación con el total de recursos que la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional van a tener que destinar a los planes de recate de los países europeos que lo han precisado y que asciende a 270 mil millones de euros (110 Grecia, 85 Irlanda y 75 Portugal). Pues bien, esta comparación pone de relieve que con los impuestos que dejan de pagar los recursos existentes en los paraísos fiscales se podrían rescatar hasta nueve veces a los tres países europeos. 

Dicho de otra forma, con toda seguridad ningún ciudadano de un país del mundo occidental se hubiese visto obligado -como lo está siendo- a ver reducido su sueldo, congelada su pensión o renunciado a importantes beneficios del Estado del bienestar por la razón de que existan desequilibrios entre los ingresos y gastos públicos.

En el año 2007, antes por tanto de la crisis económica, el Fondo Monetario Internacional ya había estimado que de pagar impuestos estos fondos se cubrirían de sobra los Objetivos del Milenio, es decir, se erradicaría la pobreza y se conseguiría un desarrollo humano sostenible antes del año 2015.

Este panorama induce a pensar que la eliminación de los paraísos fiscales debería ser la actuación prioritaria de los políticos del mundo y que, sólo después de que éstos desaparecieran, podría exigirse sacrificios a los que más sufren las consecuencias de una crisis en cuya gestación no han tenido ninguna responsabilidad.

En tanto que estas cuevas financieras persistan con el beneplácito de las autoridades mundiales, que no nos hablen de ajustes presupuestarios que han de soportar nuestras menguadas economías por las exigencias de unos “mercados” que, además de no tributar, pretenden seguir enriqueciéndose a costa de nuestras privaciones. Mientras que así sea, se está incubando una revolución social cuyas consecuencias no me atrevo a pronosticar. ¡Ojalá! me equivoque.

(*) Gerardo Rivas Rico es licenciado en Ciencias Económicas

¡Inadmisibles solidaridades! / Federico Mayor Zaragoza *

1) La de quienes evaden sus responsabilidades fiscales -para compartir democráticamente y hacer que todos tengan acceso a un sistema de Seguridad Social y de salud, a una educación gratuita, a servicios básicos de calidad….- depositando su dinero en “paraísos” que guardan celosamente la identidad de los depositarios. Es una vergüenza colectiva. Europa está “perlada” de países cuya mayor fuente de ingresos son los fondos procedentes de insolidarios evasores. 

Cuando el “gran rescate” de instituciones financieras en zozobra, en noviembre de 2008, los plutócratas del G-20 aseguraron a los honrados contribuyentes que, ahora sí, se regularía el sistema bancario a escala internacional y se acabaría de una vez con los paraísos fiscales… pero incumplieron, una vez más, sus promesas.

Esta lamentable situación deben castigarla los Estados, por el daño social que implica, y regularla mediante unas Naciones Unidas reforzadas y avaladas por el conjunto de los pueblos.

Hace poco, algunas noticias ponían de relieve los miles de españoles que tienen depositadas cuentas en Suiza. Pués que se sepa… porque si es “normal” tiene que poder ser transparente… y, si se oculta, es porque no es trigo limpio.

2) Los que promueven o consienten una economía sumergida… que, a menudo, son los que más airean el número de desempleados, cuyo balance “oficial” incluye a un alto porcentaje de trabajadores “sin IVA”. Otra forma de insolidaridad patronal que debe terminarse urgentemente.

3) Los que deslocalizan en exceso la producción por codicia -igual que se utilizó España cuando éramos “país en desarrollo”-. Ha tenido lugar una inmensa deslocalización productiva hacia países donde la mano de obra es mucho más barata (y en muchos casos trabajan en condiciones laborales y humanas intolerables).

4) Los que declaran menos de lo que corresponde, utilizando argucias (legales incluidas…)
Estamos siendo acosados por una crisis sistémica, y los irreductibles beneficiarios de la globalización no cesan de tratar de permanecer y enquistarse.

Es necesaria una rapidísima reacción ciudadana para que se acabe de una vez con los paraísos fiscales, para que aflore la economía sumergida, para que se re-localice la producción que no se justifica, incluso en términos medioambientales, en lugares tan distantes del consumidor.

Todos solidarios, los problemas se solucionarán. De otro modo, seguirán los gobernantes acorralados por un mercado opaco y protegido, y los políticos harán promesas vanas pensando en los comicios electorales, sabiendo que después, si alcanzan el poder, tendrán que hacer lo que les mande el sistema… o el ridículo, como estos líderes que se desplazan en vuelos de bajo coste pero luego aplican reducciones drásticas en las subvenciones educativas y aumentan los impuestos…

Insolidaridades, no. Los pueblos ya no las aceptarán.

(*) Ex director general de la UNESCO

Nadie va a la cárcel / Joaquín Estefanía

Un amigo me advierte: la segunda parte de Inside Job (el documental que relata la Gran Recesión) se encuentra en el número de abril de la edición española de la revista Rolling Stone. En efecto, tras la portada que recuerda el aniversario de la muerte de Jim Morrison aparece un largo artículo titulado A la cárcel con los de Wall Street, con un sumario que reza: "Los delincuentes financieros derribaron la economía mundial, pero el sistema está haciendo más para protegerlos que para procesarlos". 

Las tesis de la película y del artículo de Rolling Stone coinciden: nadie ha pagado por sus desmanes con la cárcel, y se ha salvado, con el dinero de los ciudadanos, tanto a los bancos como a los banqueros. El autor del texto es Matt Taibbi, familiar para los que han seguido los avatares de la crisis, porque en 2009 publicó otro largo artículo sobre Goldman Sachs en la misma revista, que causó conmoción. En él describía al banco de negocios como "un gran calamar vampiro", cuyo protagonismo ha sido muy activo en todas las crisis financieras de las últimas décadas. Con una peculiaridad: sus hombres, siempre en los más altos puestos del Gobierno de EE UU tanto con demócratas como con republicanos, han manipulado desde el interior del mismo las regulaciones financieras y los mercados de valores.

Taibbi atrae inmediatamente la atención del lector con el arranque del artículo: "Nadie va a la cárcel. Ese es el mantra de la era de la crisis financiera, la que ha visto a casi todos los grandes bancos y compañías financieras de Wall Street enredados en escándalos que han empobrecido a millones de personas y han destruido billones de dólares de la riqueza mundial, y nadie ha ido a la cárcel. Nadie salvo Bernie Madoff, un célebre y extravagante artista del timo cuyas víctimas resultaron ser otras personas ricas y famosas". 

Para Taibbi, los fraudes cometidos son crímenes que implican una elección intelectual, cometidos por personas que ya son ricas y que tienen todas las ventajas sociales que se pueden poseer y que actúan siguiendo un cálculo muy cínico: vamos a robar lo que podamos y luego a ver si las víctimas son capaces de reclamar su dinero a través de una burocracia cautiva. Estos mafiosos atacan la misma definición de la propiedad, que depende en parte de un sistema legal que ha de defender por igual todas las demandas sobre este asunto.

El periodista defiende en su artículo que se sustituya el sistema de multas con las que teóricamente se penaliza a los que defraudan (ya que las personas que cometieron los abusos nunca son los que las pagan: los bancos que han defraudado a sus accionistas suelen usar el dinero de estos para pagar las cuentas con la justicia) por penas de cárcel. Y pone un ejemplo con una de sus bestias negras: "Metes a Lloyd Blankfein [presidente ejecutivo de Goldman Sachs] seis meses en la cárcel y toda esta mierda se acaba".

Creadores de sombras / Francisco de la Torre Díaz *

A medida que la crisis económica avanza en el tiempo, nos olvidamos de sus comienzos y de sus causas mientras intentamos buscar salidas que cada vez se ven más lejanas. Al comienzo de la crisis, algunos gobiernos se plantearon la posibilidad de corregir los problemas e injusticias más evidentes de nuestro sistema económico. El caso más paradigmático es el de los paraísos fiscales, que llegaron a ser señalados como los causantes de la crisis financiera. Ahora es como si, de repente, nada de esto existiese. 

Esta cuestión parece haber quedado en el olvido ante las dos prioridades de casi todos los gobiernos: reducir el déficit público y reestructurar el sistema financiero. Es obvio que los estados no pueden gastar por encima de lo que ingresan de forma indefinida y que los sistemas financieros son imprescindibles para el funcionamiento adecuado de la economía. No obstante, estos objetivos necesarios no son incompatibles con la lucha contra los abusos de los paraísos fiscales.

Empecemos por señalar lo obvio: los paraísos fiscales tienen muy pocos impuestos y compiten por captar capitales del exterior. El uso de paraísos fiscales y de otros territorios de fiscalidad privilegiada perjudica a las haciendas públicas y obliga a aumentar los impuestos de los que no tenemos acceso a estos territorios. En estos momentos, no sólo es un problema de justicia, de que algunos privilegiados e insolidarios de gran poder económico no paguen por los servicios públicos que utilizan, sino también es un problema grave de suficiencia recaudatoria.

Aun así, el problema fundamental de los paraísos fiscales es que son creadores de sombras: su sistema financiero funciona con una opacidad casi absoluta, resultado de la combinación de un secreto bancario blindado y una cooperación con otros estados prácticamente nula. Como no se le escapa al lector, esta oscuridad facilita el fraude fiscal, agravando el problema de la competencia fiscal desleal que los paraísos realizan con sus bajos impuestos.

La oscuridad no sólo es evitar al fisco, también ha sido y es impunidad. Muchos delitos, la inmensa mayoría, se cometen por dinero. La forma más efectiva de perseguirlos es seguir el rastro del dinero. De hecho, el avance más importante en la lucha contra los delitos económicos es el establecimiento del delito de blanqueo de capitales, que consiste en utilizar el sistema financiero para reintroducir fondos que proceden del delito, haciéndolos pasar por dinero obtenido legalmente. Todo este esquema se viene abajo en cuanto aparece un paraíso fiscal y no se puede seguir el rastro de ese dinero, que no siempre tiene una procedencia lícita. La cuestión es importante, ya que la ONU y el Banco Mundial estiman que el intercambio transfronterizo de fondos ligados a la corrupción, el crimen organizado y el fraude fiscal asciende a una cifra entre 1 y 1,6 billones de dólares. La mayor parte se realiza a través de paraísos fiscales.

No es ninguna casualidad que los dictadores del Tercer Mundo, los mafiosos de toda condición, los traficantes de armas y también los grandes beneficiarios de los casos de corrupción más importantes tengan su dinero a buen recaudo en paraísos fiscales. En consecuencia, la lucha contra los paraísos fiscales no sólo es la lucha contra el fraude fiscal y la injusticia más radical en el reparto de las cargas públicas, sino fundamentalmente es la lucha contra todo tipo de delitos económicos, para evitar así que sus autores se lucren con el beneficio de sus delitos.

Que la lucha contra la utilización de los paraísos fiscales es un elemento clave en la lucha contra el fraude fiscal y, por tanto, ayuda a la recaudación fiscal y a la lucha contra el déficit, no necesita mayor explicación. Otra cuestión que quizás no sea tan evidente es que para reformar el sistema financiero es necesario que una parte de él no funcione sin reglas y en la opacidad más absoluta. En consecuencia, para la salida de la crisis resulta muy conveniente limitar el papel que han jugado los creadores de sombras en el sistema financiero y fiscal internacional.

Como el problema de los paraísos fiscales es común a toda la comunidad internacional, la mejor respuesta siempre es la coordinación internacional. Sin embargo, tras unos inicios prometedores, la respuesta internacional sólo está obligando a estos territorios a firmar acuerdos de intercambio de información, muy a menudo con otros paraísos fiscales. De momento, y por decirlo de forma suave, no se ven resultados claros.

Uno de los problemas es la falta de impulso político. El liderazgo de esta iniciativa debía corresponder a Estados Unidos. Si la primera potencia presionara a estos territorios, sería mucho más fácil para los demás estados seguir su estela. Curiosamente, el actual presidente, Barack Obama era uno de los tres promotores de la propuesta legislativa más ambiciosa contra los paraísos fiscales: Levin-Coleman-Obama Stop Tax Haven Abuse Act (Ley de Alto al Abuso de los Paraísos Fiscales). Aun así, esta propuesta sigue languideciendo en el Congreso de Estados Unidos. No parece probable que el Tea Party vaya a tomar el relevo… Paradójicamente, a día de hoy, a los banqueros de estos territorios les preocupan más los jueces y sobre todo la fuga de información y Wikileaks que la presión política.

Aun así, desde España se podría hacer algo más: establecer tasas a las operaciones con paraísos fiscales, negar personalidad jurídica a las sociedades radicadas en los mismos u obligar a nuestros bancos a no operar desde paraísos fiscales; o al menos dar la misma información a las autoridades administrativas y judiciales que los bancos españoles. Es un mandato muy antiguo, desde el Génesis a Platón, contra los creadores de sombras. Fiat lux: Hágase la luz.


(*) Francisco de la Torre Díaz es portavoz en España de la Organización de Inspectores de Hacienda

El capital extranjero toma el poder en el Banco de Santander / Roberto Mazorra *

Durante la última década la entrada de capital estadounidense en el Banco Santander ha sido constante y creciente. Actualmente, siete grupos financieros de origen norteamericano poseen cerca del 50% de las acciones. Emilio Botín continúa al frente del Consejo de Administración del banco, pero ahora es más bien un testaferro de los intereses de estas grandes corporaciones.
En el momento actual, siete grupos financieros de origen estadounidense controlan el 45,3% de los títulos del banco: Chase Nominees Ltd. (12,51%) [1], State Street Bank (9,60) [2], EC Nominees (6,91%) [3], The Bank of New York Mellon (5,57%) [4], Capital Research and Management Company (4,87%) [5], Blackrock Investment (4,78%) [6] y Fidelity Internacional (1,06%) [7]. También hay grupos europeos con participaciones significativas, como BNP Paribas (3,18%) y Credit Suisse (2,87). El resto de los accionistas está muy disperso para tomarlos en consideración y el sindicado de acciones de la familia Botín apenas llega a un exiguo 1,7% del total de los valores del banco.
Estos grupos han ido aumentando su participación de forma gradual desde principios de siglo. Sin embargo, en los últimos meses de 2010 se produjeron una serie de movimientos dignos de resaltar. Salvo EC Nominees, que reducía su participación en un 3% del total de las acciones del banco, el resto de los grupos estadounidenses aumentaban sus activos de forma significativa hasta alcanzar un volumen de concentración accionarial nunca conocido en el banco. Por ejemplo, Chase Nominees crecía un 7% en términos globales y State Street Bank incrementaba en un 4,6% su volumen de títulos sobre el total de valores del banco.
Bancos custodios
Chase Nominees, EC Nominees y State Street Bank son bancos custodios o depositarios, es decir, instituciones financieras que se ocupan de proteger y custodiar los activos de un grupo de accionistas o inversores. Estos activos pueden ser acciones, bonos, metales preciosos o divisas. En el caso de las acciones y participaciones, las gestoras que administran las acciones depositadas en estas entidades pueden tener mandatos de sus inversores para acometer determinadas operaciones de gran alcance. Al manejar grandes capitales, pueden provocar alteraciones significativas en el precio de las acciones de forma directa.
Estas entidades financieras, por tanto, no son las propietarias de las acciones sino sólo las depositarias –aunque también suelen ocuparse de su gestión mediante las gestoras de estos activos– [8]. Normalmente, ninguna de estas entidades se sienta en el Consejo de Administración del Banco Santander ni suele acudir a las Juntas de Accionistas –aunque suelen ser habituales las delegaciones de voto–. Pero esto no quiere decir que no tengan influencia en la política del banco, más bien todo lo contrario. La única diferencia con otros fondos de inversión es que, en este caso, se guarda totalmente el anonimato.
Los clientes de los bancos depositarios son grandes fondos de inversión de origen estadounidense. Las denominaciones de estos fondos y las identidades de los clientes se encuentran ocultas debido a la permisiva normativa española. El Real Decreto 377/1991 sobre Comunicación de Participaciones significativas en Sociedades Cotizadas establece que cada inversor o cliente individual sólo debe comunicar su identidad cuando posee de forma directa o indirecta el 5% o más de una sociedad cotizada. Como la mayoría de los grupos financieros o bancos custodios funcionan en bloque –más allá del uso de las participaciones cruzadas o circulares–, resulta muy difícil o imposible conocer qué inversores forman parte de estas entidades.
En el caso de Chase Nominees, su subcustodio en España –el propio Banco Santander y su presidente, Emilio Botín– es el responsable de comunicar las alteraciones significativas en el accionariado del banco custodio.
‘Los jefes de todo esto’
La mayoría de estos grupos tienen también grandes inversiones en la mayor parte de las grandes empresas y bancos españoles. Por ejemplo, Chase Nominees –filial de JP Morgan– posee acciones en 14 empresas del Ibex 35 (Índice bursátil español). Concretamente participa como uno de los principales accionistas en BBVA, Endesa, Telefónica, Iberdrola, Indra, Repsol, Gas Natural o Inditex. La diferencia entre, por ejemplo, los Amancio Ortega (Inditex), Florentino Pérez (ACS) o Isaac Andic (Mango) y los inversores de Chase Nominees, Fidelity, EC Nominees o State Street Bank, es que de estos últimos no conocemos casi nada. Estos grupos, por otro lado, manejan capitales que se acercan o sobrepasan el PIB español –1,1 billones de euros –, lo que da idea del poder y la influencia que pueden tener, independientemente de sus participaciones en empresas españolas.
Todo ello podría servir de base para explicar en parte los motivos del ataque a los salarios, al empleo y al consumo por parte de las instituciones políticas y, sobre todo, de las grandes corporaciones. Es lógico pensar que grupos como JP Morgan o Capital Group analicen la crisis en un contexto global, no local, y sus intereses y los beneficios que persiguen no dependan, por ejemplo, de una mejora en el empleo y consumo, sino del pago de la deuda y de los rescates bancarios.
Los “PIGS” y JP Morgan
El acrónimo “PIGS” ha sido utilizado por analistas financieros para designar a los países europeos (Portugal, Irlanda, Grecia y España) que más han sufrido los efectos de la crisis económica. Casualmente, la mega corporación JP Morgan & Chase tiene grandes intereses financieros en los cuatro “pigs”.
En febrero de 2010, el periódico The New York Times publicaba las prácticas llevadas a cabo durante cerca de una década por Goldman Sachs y JP Morgan en Grecia para ocultar su déficit fiscal. Estos dos grupos financieros ganaron miles de millones de euros mediante operaciones con derivados financieros vinculados a los valores de deuda y déficit público del Estado griego. Por ello, no es de extrañar que, en esas mismas fechas, estallara una bomba en una de las oficinas de la JP Morgan en Atenas. A pesar de todo ello, el rescate a Grecia de 2010 tuvo como principal defensor al jefe económico para Europa de JP Morgan, David Mackie.
JP Morgan Chase Bank, una de las filiales del grupo, opera desde sus oficinas de Atenas, Dublín o Lisboa para imponer en Europa las políticas que más benefician a sus intereses. De hecho, los informes de sus técnicos o las intervenciones públicas de su presidente, Jamie Dimon, son seguidos a pies juntillas por la mayoría de los Gobiernos europeos y por la propia UE. JP Morgan hace política de forma directa, apoyando medidas extremas para reducir el déficit público y para incrementar las ayudas a la banca o propiciar los rescates a las entidades financieras y las reestructuraciones bancarias que sirven a sus propósitos de concentración capitalista. En Grecia, Irlanda y Portugal lo ha hecho de forma notoria, en España es más sutil y deja que sus aliados españoles (BBVA, Banco Santander, PP y PSOE) se ocupen del trabajo sucio. Pero lo realmente paradójico es que, a pesar de la situación de estos países, la JP Morgan haya aumentado considerablemente su inversión en dichos Estados. O, quizás, lo ha hecho precisamente por ello. Por ejemplo, en enero de 2011 la revista Bloomberg publicaba que iba a extender su red de bancos custodios y subcustodios por Irlanda, país intervenido recientemente por la UE y el FMI.
En noviembre de 2010, Robert Michele, responsable de JP Morgan Asset Management, dijo: “El problema no es ni Irlanda ni Portugal, sino España. Si para Irlanda se consideraban ayudas en torno a los 100.000 millones, España necesitaría un billón de euros. Al final sería necesario algún esfuerzo coordinado a nivel global que incluiría a la UE, el FMI, Estados Unidos y China para poner el dinero necesario”.
[1]

JP MORGAN & CHASE

CHASE NOMINEES (12,51%)
El valor de sus acciones es aproximadamente de 9.700 millones de euros.
Desde noviembre de 2010 es el máximo accionista del banco. Chase Nominees Limited es una filial dedicada a los fondos de inversión –bajo la forma de un banco custodio– del gigante norteamericano JP Morgan & Chase.
JP Morgan & Chase es la enorme corporación bancaria resultante de la fusión de los bancos fundados por John Pierpont Morgan y la familia Rockefeller (Chase Manhattan Bank). A pesar de su enorme poder, no ha podido evitar que el pasado mes de febrero fuera acusada por la Corte estadounidense por presunta complicidad en el fraude de Bernard Madoff.
La corporación JP Morgan & Chase recibió a finales de esta década cerca de 40.000 millones de dólares en el rescate bancario llevado a cabo por el Tesoro de los EE.UU.
Este grupo de inversores aparece como uno de los principales accionistas de algunas de las empresas más relevantes del Ibex-35 (índice de referencia de la bolsa española) como Indra, Inditex, Gamesa, Iberdrola, Repsol, Telefónica o BBVA.
[2]

STATE STREET BANK (9,60%)

El valor de sus acciones es aproximadamente de 7.400 millones de euros.
State Street Bank and Trust Company es otro banco custodio de capital estadounidense. Y es uno de los más importantes accionistas de Indra, Telefónica, BBVA y Banco Sabadell.
En 2008 ingresó dos mil millones de dólares en la operación de rescate bancario del Tesoro estadounidense.
En febrero de 2010, la Securities and Exchange Commission (la CNMV de EE.UU.) presentó una demanda civil contra este banco por engañar a los inversores en el caso de las hipotecas subprime.
[3]

JP MORGAN & CHASE

EC NOMINEES LTD (6,91%)
El valor de sus acciones es aproximadamente de 5.400 millones de euros.
EC Nominees Limited es otro banco custodio, domiciliado en Reino Unido y perteneciente a Euroclear, que es un grupo financiero de capital europeo y norteamericano que opera principalmente en Europa Occidental. Euroclear fue creado por JP Morgan en 1968 en Bruselas, del cual se desvinculó formalmente en 2000, pero la megacorporación estadounidense sigue siendo uno de sus más importantes accionistas.
En la última década, este grupo financiero asumió la responsabilidad de la liquidación de los bonos irlandeses –el Gobierno y el Banco Central delegaron esta función en Euroclear–.
[4]

THE BANK OF NEW YORK MELLON (5,57%)

El valor de sus acciones es aproximadamente de 4.300 millones de euros.
The Bank of New York Mellon es un banco y un grupo de servicios financieros norteamericano. En octubre de 2008, recibió tres mil millones de dólares de las Reservas Federales de los EE.UU. para evitar su bancarrota.
[5]

CAPITAL GROUP

CAPITAL RESEARCH (4,87%)
El valor de sus acciones es aproximadamente de 3.800 millones de euros.
Hasta hace unos pocos meses, este grupo financiero estadounidense era el principal accionista del Banco Santander. Forma parte del holding Capital Group Companies.
Capital Research posee participaciones en Inditex, Telefónica, BBVA o Eon. La corporación matriz, Capital Group, maneja alrededor de un billón de euros en participaciones cotizadas por todo el mundo. Entre ellas figura Fidelity, otro de los accionistas del Banco Santander.
[6]

BLACKROCK (4,78%)

El valor de sus acciones es aproximadamente de 3.700 millones de euros.
Firma de inversores internacionales ubicada en Nueva York. Posee cerca del 20% de Barclays Bank y también es accionista de BBVA y Telefónica. En 2008 obtuvo dos mil millones de dólares en ayudas de las Reservas de EE.UU.
[7]

CAPITAL GROUP

FIDELITY (1,06%)
El valor de sus acciones es aproximadamente de 818 millones de euros.
Fidelity es otro grupo de servicios financieros estadounidense, su matriz se ubica en Boston, pero tiene intereses en todo el mundo. En España su actividad ha girado en torno a las telecomunicaciones –Telefónica, Antena 3 o Telecinco–.
[8]

ACCIONISTAS, IIC, GESTORAS Y DEPOSITARIOS

En este entramado financiero existen cuatro actores principales:
- La persona accionista (física o jurídica).
- Las Instituciones de Inversión Colectiva (IIC) son instrumentos financieros que agrupan a un grupo de inversores o accionistas. En la normativa española y en los registros de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) existen las siguientes IIC: los fondos de inversión (mobiliaria o inmobiliaria), las sociedades de inversión de capital variable (Sicav), las sociedades de inversión inmobiliaria, las IIC de inversión libre y las IIC de IIC de inversión libre.
- Las entidades gestoras (SGIIC) son las encargadas de la administración y gestión de las IIC. Estas entidades, al gestionar estos fondos, ejercen una gran influencia sobre los accionistas.
- Las entidades depositarias se ocupan de la custodia de los activos de las sociedades o fondos y desempeñan funciones de control sobre la entidad gestora. En los bancos custodios del Grupo Santander, la opacidad es casi absoluta en el caso de los accionistas, las IIC o los fondos y las entidades gestoras (normalmente del mismo grupo corporativo de los bancos custodios o depositarios).
El RD 1309/2005 establece claramente la separación entre gestoras y depositarios de las sociedades de inversión. Sin embargo, dicha norma se incumple de forma sistemática y en la mayoría de los casos las gestoras y los depositarios pertenecen a la misma entidad financiera –la separación es formal pero no real –.


ENTRAMADO FINANCIERO Y NORMATIVA

RED FINANCIERA
El funcionamiento del sistema capitalista y la permisividad legal provocan situaciones grotescas, al margen de sus implicaciones éticas. Santander Asset Management, Banif Banca Privada, Banif Inmobiliaria, Banco Banif, Banif Gestión, Banesto, Banesto Banca Privada, Santander Investment, Cantabria de Inversiones, Santander Real State … y así una inmensa lista de cientos de sociedades instrumentales y filiales constituyen la enorme red financiera del Banco Santander. Al analizar someramente algunas de estas sociedades se puede vislumbrar algo extraño en los porcentajes de los accionistas mayoritarios. Por ejemplo, hay entidades –la mayoría de las nombradas– cuyo mayor accionista es una empresa que tiene de inversor principal a otra sociedad cuyo mayor accionista es otra empresa en donde tiene participaciones importantes la primera. ¿Cómo es posible?: los caminos de la banca son inescrutables. Pero, ¿es todo esto legal?
PARTICIPACIONES RECÍPROCAS
El mecanismo de participaciones recíprocas puede ser tan sofisticado y complejo que blinda a las empresas ante cualquier tipo de investigación contable. Este sistema propicia, por tanto, los trasvases de capital, y permite falsear la verdadera situación patrimonial de una corporación con el objetivo de cuadrar los balances.
En teoría, el sistema de participaciones recíprocas está prohibido por ley desde el límite del 10% del capital de las sociedades participadas. Desde septiembre de 2010, la Ley de Sociedades de Capital (Real Decreto Legislativo 1/2010) regula este tipo de cuestiones –hasta esa fecha venía contenida en la derogada Ley de Sociedades Anónimas–.
En dicha normativa, la prohibición se establece tanto para las participaciones que se producen de forma directa (participaciones cruzadas), como en relación con las que se realizan mediante sociedades filiales (participaciones circulares). Sin embargo, el artículo 154 excluye del régimen de la prohibición a las participaciones recíprocas establecidas entre una sociedad filial y su sociedad dominante. Es decir, la mayoría de los casos.
AUTOCARTERA
La normativa permite también la auto compra de las acciones por parte de una empresa, ya sea de forma directa o indirecta –a través de sus filiales –. Aunque la autocartera nunca puede superar el 10% del capital suscrito de la sociedad cotizada (5% hasta 2009), el uso de filiales –que pueden encontrarse domiciliadas en otros Estados e incluso en paraísos fiscales– garantiza la opacidad de este tipo de operaciones. Según datos de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, el Banco Santander tenía en marzo de 2011 una autocartera del 0,324% de las acciones (sobre los 250 millones de euros).

(*) Diagonal Cantabria