sábado, 21 de mayo de 2011

Sin miedo a soñar / Jordi Calvo

Las crónicas, análisis, comentarios y declaraciones sobre la revuelta ciudadana a que ha llevado el movimiento Democracia real ya, van desde la descalificación absoluta, la burla y el descrédito a la comprensión paternalista, el apoyo más o menos decidido, el oportunismo e incluso cinismo y algo contra lo que lucha este movimiento, el miedo. 

Quienes descalifican sistemáticamente no merecen más espacio, quienes se suben al carro por conveniencia se delatan por sí mismos, pero quienes apelan al miedo de lo que puede ocurrir porque la gente tome la calle, quiera hacer oír su voz y se dedique a repensar nuestra forma de vivir, y que coinciden en muchos casos con perfiles supuestamente comprometidos y progresistas, podrían estar haciendo un flaco favor a la que se ha denominado la spanish revolution (quizá se use el inglés porque en castellano el término puede dar verdadero miedo). 

Pero el miedo solo lo deben tener quienes se han reído en nuestra cara, sobre todo durante estos últimos años, cuando veían que aquí nadie salía a la calle pese a robarnos la cartera y parte de nuestros derechos en nuestros morros. 

Nos ha costado, sí. Mientras en otros países la ciudadanía tomaba la calle para protestar frente a los recortes sociales, el paro y la falta de futuro, en el Estado español nos quedábamos en casa, atemorizados, esperando a que la tormenta pasara y todo volviera a ser como antes. Pero hemos reconocido que la crisis no es pasajera, que no se trata de un pequeño ajuste económico, sino que el problema es de fondo, es el propio modelo en el que nos basamos, el capitalismo y la democracia liberal.

En las plazas de España se habla de cambiar el sistema económico y también el político, pero no somos idiotas, sabemos que no podremos cambiarlo de la noche a la mañana. Pero tenemos derecho a pensar cómo podría ser el mundo que nos gustaría tener algún día. 

Hay un cartel en una de las plazas que dice algo así como que las luchas y logros de hoy serán disfrutadas por nuestros hijos. Nosotros, que hemos nacido y crecido en la democracia, hemos vivido en un modelo que nuestros padres pensaron que era lo mejor que podían darnos, y que con creces era mucho mejor que el que ellos vivieron. Ahora es la hora de que tomemos la iniciativa y pensemos el mundo que queremos darles a nuestros hijos, que debe ser mejor que el actual, porque sabemos que es considerablemente mejorable. 

No se trata de quemarlo todo y empezar de cero, hay avances que deben permanecer, pero tenemos el derecho a profundizar en la democracia, a pasar de votar cada cuatro años a poder decidir de manera más directa en la política, tenemos derecho a cambiar del capitalismo a ese otro sistema económico que no solo existe sino que está creciendo exponencialmente en los últimos años, la economía cooperativista, social o solidaria, y a mantener y ampliar los derechos sociales conseguidos por anteriores luchas sociales. Tenemos derecho a cambiar el sistema y si ese es nuestro sueño, nadie nos lo podrá impedir.

Ni codiciosos banqueros, desalmados empresarios, corruptos políticos, o pensadores y comunicadores vendidos al mejor postor, podrán quitarnos el derecho a soñar por un mundo mejor. Estamos decididos a pensarlo y mostrar nuestras propuestas más o menos espontáneas, más o menos posibles, más o menos estructuradas a toda la sociedad, desde las plazas y desde donde podamos, porque ese es nuestro sueño y no tenemos miedo a luchar por él. Y ahora, me voy a la plaza.

(*) Investigador en el Centro por la Paz, JM Delàs, de Justicia i Pau, Barcelona. Economista (Universitat Valencia), máster en Ayuda Internacional Humanitaria (Universidad Deusto), DEA en el Departamento de Dirección de Empresas de la Universitat de Valencia y Doctorando y en el Master Internacional de Paz, Conflictos y Desarrollo de la Universitat Jaume I, Castellón.

He aquí la Spanish Revolution / Quim Monzó

Un diario madrileño publicaba un reportaje con el titular Hacia dónde va la #spanishrevolution? Contemplé el hashtag y enseguida tuve clara la respuesta: la Spanish Revolution no va a ningún sitio convincente. Para empezar, porque, más que una revolución, de momento es una acampada. Hacer acampadas está bien, pero una revolución es otra cosa. Explican los diarios que, el domingo, 150.000 personas se manifestaron en España. Si, tal como dice el censo, hay 47.021.031 ciudadanos, la cifra de manifestantes (150.000) supone sólo el 0,037 por ciento de la población. Dudo de que con un 0,037 por ciento se haga nunca revolución alguna.

Más que en un cambio drástico de las instituciones políticas y sociales y de las estructuras económicas, esta presunta revolución española que enarbola su nombre en inglés –Spanish Revolution– hace pensar más bien en los enrollados que van al restaurante a comer noodles porque, llamando noodles a los fideos, creen que son supercosmopolitas. Necesitados de una causa por la que luchar, los campistas se ven como revolucionarios, sin darse cuenta de que ese mismo nombre en inglés denota sumisión a todo un sistema de valores; no sólo lingüísticos. No seré yo quien defienda a los políticos con poltrona, que en general me dan arcadas. Que los campistas digan que luchan contra el bipartidismo es lindo, pero para eso están las urnas: para votar a otros partidos que no sean los dos que cortan el bacalao. La empanada que los campistas exhiben es tan grande que resulta difícil saber qué quieren. ¿Que, el próximo domingo, la gente no vaya a votar? ¿Ejecutar a González Sinde? ¿Enterrar al capitalismo? Vale, pero ¿para poner qué? Y, cuando hablan de acabar con la partitocracia, ¿qué piden exactamente? ¿Que no haya partidos? Miau, porque cuando no hay partidos es que hay partido único.

¿Eso de "Falta pan para tanto chorizo" cabe perfectamente en los 140 caracteres que pide un tuit, pero ¿qué pan proponen? ¿Masacramos las urnas y que a partir de ahora una camarilla autodesignada escoja quién tiene que representarnos? He leído incluso que alguien habla de establecer "un gobierno de transición que nacionalice la banca, acabe con la dictadura de los ricos y saque a España de la UE". ¿Un gobierno de transición? ¿Sacar a España de la UE? ¿Nacionalizar la banca? ¿Dictadura de los ricos? Como pasa con los que alegremente usan la palabra nazi para insultar a los rivales, a los campistas les delata que utilicen dictadura con tanta ligereza. Han visto muchas pelis, y muchas retransmisiones de las manis de Túnez y El Cairo. Anteayer, en Twitter, con ironía y un punto de maldad, @ElGatoMiraRaro escribía: "Pueden cosernos a porrazos, pero nunca nos quitarán... el interneeeEEEER!". Poco después decía @200bares: "¿Mamá, ¿me das dinero para la acampada?".

El acontecimiento / Patricio Hernández *

Lo que está ocurriendo en España es un verdadero acontecimiento, en el sentido que le dan algunos filósofos contemporáneos, como Alain Badiou,  a este concepto.  Un suceso inesperado que subvierte la hegemonía o sistema de creencias dominante y lo presenta como una construcción social a la que se le puede oponer otras que lo trasciendan  amplíando el horizonte de lo posible. 

El pensamiento hegemónico coincide en nuestro país con la democracia ritualizada y vaciada de sentido y la aceptación de los dictados innegociables de la economía neoliberal que las élites del poder (político, económico, mediático) han impuesto sobre la sociedad haciendo una vez más verdad la vieja idea de que las ideas dominantes son siempre las de la clase dominante.

Y de pronto, irrumpe el acontecimiento. Miles de ciudadanos cuestionando el orden político y económico,  la manipulación del lenguaje (”lo llaman democracia y no lo es”), el reduccionismo democrático de convocarnos una vez al cuatrienio y darnos además las cartas marcadas, la impunidad y el envilecimiento de la vida pública, la resignación aprendida  y la servidumbre voluntaria de la ciudadanía.

Los grupos oligárquicos que se enseñorean del espacio colectivo, que lo creen incuestionablemente suyo y se lo reparten como tal, han quedado momentáneamente fuera de juego. Pero sólo por un momento, no lo olvidemos. La formidable coalición de intereses constituida alrededor de todos los que necesitan que nada cambie de verdad no tardará en reaccionar. Hay que temerles, son muy poderosos, se juegan mucho y no tiene escrúpulos, bien lo sabemos.

Frente a ellos hay una multitud decidida a exigir, a producir activamente cambios. Una gran cantidad de personas llenas de indignación y de determinación, lo que los dota, aún siendo una minoría muy numerosa, de una capacidad casi irresistible de transformación de la realidad.  Un segmento de ciudadanos y ciudadanas de todas las edades,  con un raro por inusual predominio de los jóvenes, que no aceptan reformas cosméticas, vagas promesas de arreglar sin fecha alguna cosa del estropicio generalizado en que vivimos.

Pero esta multitud es vulnerable. Su fortaleza es su diversidad, pero también puede explotarse como fuente de contradicciones. Su soberanía es su autogobierno, sus propias redes de comunicación que los emancipan del sistema mediático de información y persuasión. Pero éste intentará aislarles y deslegitimarles frente al resto de la sociedad. Ese resto inmenso intoxicado por el discurso hegemónico al que lo han hecho adicto. Las inercias de la dura realidad tal y como ha sido construida actuarán como resistencia al cambio. Será una mezcla bien medida de presión deslegitimadora y de espera en que aparezca la inevitable fatiga de la movilización permanente y que actúe como disolvente.

Este domingo oiremos repetir una y otra vez que el pueblo ha hablado y que los indignados nada representan. Se desatará la ofensiva postelectoral para acabar con la perturbación, con la amenaza de subvertir en orden de las cosas. Entonces habrá que mantener la resistencia, y defendernos con las armas a nuestro alcance: la irreductible imaginación y la ternura activa que sale espontáneamente de los concentrados, la incredulidad frente a los cuentos ya sabidos,  la determinación de carácter de los que tienen bien  poco que perder, y la ingenuidad inderrotable de los que ignoran el decreto que proclama que el mundo no se puede reformar.
 
(*) Presidente del Foro Ciudadano en la Región de Murcia