domingo, 27 de diciembre de 2015

La Corona necesita más biblioteca / Francisco Poveda *

La Corona es símbolo de unidad y permanencia del Estado y, según la vigente Constitución española, arbitra y modera el funcionamiento regular de las Instituciones. El Rey jura guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes así como respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas. Pero además, la Constitución debe establecer una sociedad democrática avanzada en nuestro país, según los padres de la Patria que la consensuaron y redactaron para su aprobación en su momento por las Cortes Generales ya democráticas.
A partir de lo anterior, la sensación al menos de las burguesias periféricas ilustradas y empleadas en el tercer sector o el terciario avanzado es que Felipe VI ha perdido una gran oportunidad con ocasión de su segundo mensaje de Nochebuena a todos los españoles por no asumir el necesario liderazgo en un país inserto en la incertidumbre tras las elecciones del 20D y sometido de nuevo a tensiones territoriales, en presencia y en potencia, que requieren de inteligentes fórmulas flexibles y variadas que conjuren rupturas unilaterales de efecto inducido acumulativo en Galicia, País Vasco, Navarra y Cataluña para seguir casi seguro por Valencia y Baleares sin descartar concluir con Aragón y Canarias.
Por el bien de la Corona y del futuro de España, el contraste de pareceres sobre la forma y fondo de ese mensaje navideño debe servir de elemento de reflexión y análisis sobre el momento del proceso de todos los españoles hacia el objetivo constitucional de esa sociedad avanzada que el entorno del monarca en la Casa Real, o no parece tener claro del todo, o teme que lleve aparejado el cuestionamiento serio de la utilidad de la institución monárquica por incapacidad de adaptación del régimen del 78 a la tan diferente España del entrado siglo XXI.
Y, efectivamente, desde científicas convicciones monárquicas modernas en mi condición de castellano mediterráneo, me inclino porque eso sea así en tiempos tan utilitaristas por radicales, lo que no legitima que esta vez Felipe VI haya pensado más en conservar su testa coronada, algo importante para la continuidad de su dinastía, que en la urgencia del momento para España, que no pasa ni por la rigidez de posicionamientos personales u oligárquicos ni por el quebradizo dogmatismo constitucional, por lo que se juega en este envite la propia Corona si muestra una actitud de intransigencia e inmutabilidad. 
Y ese mensaje, a mi juicio, sí pone en riesgo a la monarquía al adolecer del más mínimo pensamiento estratégico por sus ideólogos y/o redactores palaciegos al considerarlos como equivocados en nuestro particular trance histórico. ¿Creía asi Felipe VI defenderse mejor de quienes claman un cambio de régimen o de quienes lo desean y no lo dicen desde dentro? ¿Quién o quienes son los que miran hacia atrás? Seamos serios porque nos jugamos mucho todos.
Creo que en La Zarzuela existe una excelente bodega para atender a los relevantes invitados que la frecuentan pero también tengo entendido que la biblioteca personal del monarca es muy exigua pese al impagable asesoramiento docto de la profesora Carmen Iglesias desde niño al actual rey de España. Poner los libros, para empezar, a la altura de la cantidad y calidad de esas botellas sería un acertado primer paso hacia la verdadera excelencia para evitar a la Familia Real cometer más errores de bulto por déficit de cultura general política e histórica.
Porque todas las revoluciones burguesas que en el Mundo han sido a partir de la Ilustración, desde la inglesa de Cromwell en 1648 hasta la americana de George Washington en 1763, pasando por la francesa de Robespierre en 1789, son producto de la falta de perspectiva de los luego perdedores por recluirse a la defensiva en sus viejas posiciones, lo que cargó de razones a quienes a fuer de pedir y no ser atendidos, optaron por abandonar a su suerte lo que ya no servía a sus sociedades respectivas en diferentes pero secuenciales momentos históricos.
Es preocupante, además, que el tradicional mensaje real sólo lo viesen esta vez  6,6 millones de espectadores cuando el pasado año fueron 8,2, lo que denota pérdida de interés en lo que pueda decir o plantear el actual Jefe del Estado pese a los momentos tan complejos por los que atraviesa España. No es ninguna buena señal, pienso, esa falta de confianza en las capacidades del mando como muy bien entiende Felipe de Borbón y Grecia en su calidad de militar de profesión. Y aquí se detecta, creo, otro fallo de información de calidad sobre el estado general de la Opinión Pública y como se percibe en la calle la Monarquía en su papel añadido de catalizadora hacia el Gobierno de turno de los principales anhelos sociales de gran parte de los españoles.
La neutralidad de la Corona está implícita en la Constitución pero le queda margen de maniobra hacia la no beligerancia que conlleva asumir el liderazgo en momentos tan excepcionales como los que estamos viviendo para evitar así un vacío espiritual de poder que impida una deriva como la ya experimentada en la I República española de 1873 en plena emancipación de nuestras colonias americanas, comenzando por Méjico y Argentina primero, y terminando con Filipinas, Cuba y Puerto Rico después, en el desastre nacional de 1898.
Mirar, pues, al pasado no tan idílico para no reconocer la quiebra del presente y hablar de cohesión nacional obviando su sustrato de cohesión social, concluye en un discurso agotado por muy oido desde los tiempos de Franco y suena a un patrioterismo cuartelero que no casa para nada con lo que se esperaba del paso del entonces Príncipe de Asturias por la prestigiosa universidad norteamericana de Georgetown, en Washington.
No se entiende, en consecuencia, que Felipe VI no reconozca en público el reto del cambio hasta decepcionar a la España más vigorosa aunque reciba el aplauso de la subvencionada y menos competitiva, acomodada por propio interés al actual estado de cosas, que vocifera a favor de una unidad y no por otra más justa por una mal entendida solidaridad nacional. Una oportunidad perdida, pues, de demostrar la utilidad de la Corona en semejante coyuntura si el discurso hubiese sido otro o no le hubiese sido impuesto desde La Moncloa, lo que tiene todos los visos.
Porque el Rey pareció apostar por una opción centralista al negar la actual realidad del Estado, donde coexisten varios sentimientos de españolidad, al cerrar el paso a una situación federal que pueda sintetizar la hoy innegable diversidad en una nueva organización política.
Si Felipe VI buscó una neutralidad formal pudo cosechar el efecto contrario creyendo así alinearse con la mayoría sin tener en cuenta que el cambio generacional afecta a todo el territorio y que quedar confinado en la España anterior alimenta la sensación, sino el convencimiento de los jóvenes, de irrelevancia práctica de la Monarquía como herramienta de salida de la situación hacia un futuro mucho más prometedor. 
¿Qué quería decir el monarca al hablar de pluralidad política pero no territorial; ser sensibles con el rigor, la rectitud y la integridad; cuáles son los intereses generales de España, los de quien; a qué compromiso ético, y de quién, se refería; qué es y cómo entiende él esa comunidad de afectos e intereses que mencionó? Basar un discurso en lugares comunes y muletillas innecesarias, para no decir nada en el fondo, y sin la más mínima alusión a la inaplazable reforma constitucional, no es desde luego defender de la mejor manera y prestigiar a su dinastía porque en lo que se va a desembocar, al final, es en un nuevo por inevitable proceso constituyente más pronto que tarde. 
Queda la duda de si, a partir de ahora, Felipe VI asume más democracia para resolver la crisis territorial apuntalando la tan cacareada unidad desde la diversidad, sensatez, prudencia y naturalidad en vez de disfrazarse de pompa y solemnidad, como otro error añadido más. Porque si, en vez de la unidad, la Monarquía simboliza la unicidad y queda reducida a un mal menor que sobrevive ante la desconfianza que suscita una república en manos de otros mangantes, ese riesgo de poder prescindir de ella en cualquier momento tampoco desaparece si deviene en irrelevante para el sentir del pueblo. Quizá ahí radique el miedo de la 'nomenklatura' a un referendum sobre la forma de Estado que, por otra parte, daría estabilidad por legitimidad a la Monarquía de resultar a su favor casi con toda seguridad de no seguir empeorando las cosas.
Desde Cataluña se le reprocha al Rey falta de sensibilidad con siete millones de catalanes por alejado de la ciudadanía desde una monarquía que entienden uninacional y unilingüistica y al que se le pide no ahogar los anhelos democráticos de una minoría que no puede imponerse.
Es de manual que la unidad de España que todos queremos no se asegura ignorando las pretensiones legítimas y democráticas de una parte significativa de españoles que no viven a gusto o cómodos en la actual construcción después de 37 años y plantean reformas para evitar mudarse. La incapacidad de la clase política para encauzar la situación no debe arrastrar nunca al Jefe del Estado ni obligarle a lanzar un bumeran contra esos nacionalistas minoritarios, que también son españoles, con el fin de arrojarles a las tinieblas para esconder el problema que no saben o no quieren resolver otros, hasta poner en un brete a Felipe VI.
Esta claro que el monarca se dejó, hasta aparecer como lo que nunca debe ser, y dar lugar a que se le reprochase dar lecciones de democracia sin haber sido elegido tras la desgranada retahila de obviedades y mitos, que ya no responden a realidad actual alguna, desde una sensación de aparente intransigencia por su parte, que conducía a destilar un mensaje negativo y pesimista sobre la suerte del Estado.
Las recientes elecciones generales las han ganado en su conjunto la izquierda y los nacionalistas, lo que presenta otra oportunidad para buscar un nuevo consenso en pos de la reforma constitucional desde el liderazgo que se le debe exigir a un monarca reinante por mucha inseguridad jurídica por inconcreción que rodee su sucesión y otros aspectos clave de su función arbitral y moderadora. 
Por eso el joven rey no apareció en televisión y radio como un líder y, por contra, sí como mensajero de terceros machacando sobre la unidad -¿contra quién?-, el interés general como vago concepto que no describió; sin menciones al papel disolvente de la corrupción y a sus principales víctimas: niños, mayores y los jóvenes, a quien se ha tratado de robar el futuro, y todo en un escenario, más de autoridad que el familiar propio de estas fechas, y como paralizado en torno al régimen del 78. Todo un paso atrás respecto al tampoco brillante mensaje de 2014 grabado aquella vez en su hogar de Zarzuela.
Un miembro del innegable cambio generacional escenificado en el 15M, como es el líder izquierdista Alberto Garzón, ha tenido que venir a resaltar la falta de conexión de Felipe VI con su pueblo y sus problemas cotidianos al hacer inaceptable esta Nochebuena el discurso de la derecha más antigua sobre una supuesta recuperación económica que casi nadie dice notar.
El Jefe del Estado no habló de reformas cuando muchos españoles lo esperaban ante la necesidad de deconstruir lo tornado en inútil para la mayoría para, a partir de ahí, construir una nuevo país en el que todos los pueblos de España estén dispuestos a vivir sin indecentes y sin indecencias. Tome nota don Felipe y lea estos días alguna de las suertes de sus antecesores en los siglos XIX y XX, y por qué, para cambiar de rumbo antes de que la dinámica histórica termine en un nuevo desastre por fragilidad.

(*) Periodista y profesor

viernes, 18 de diciembre de 2015

Pedagogía para la reflexión electoral / Francisco Poveda *

A menos de 48 horas de apertura de los colegios electorales en España todo indica que las fuerzas en concurrencia están casi todas muy igualadas, lo que supone en la práctica una potenciación de la proporcionalidad implícita en la Ley d'Hondt y la complicación de partida en el proceso de formar gobierno. Porque, por primera vez, vamos a ver una salida distinta a las conocidas hasta ahora desde la restauración democrática, por lo que se pondrá a prueba la capacidad del sistema para catalizar las voluntadades matizadas de todos los españoles y su traducción parlamentaria en un momento más que decisivo para un país todavía muy anclado en la crisis y con decisiones estratégicas pendientes de tomar para poder ahormar un proyecto y mantener su unidad dentro de los bloques internacionales a que pertenece.
Entre esas fuerzas concurrentes tenemos un Partido Popular (PP) que ahora promete hacer lo que ya prometió hace cuatro años y no ha sido capaz de cumplir. Además, ha devenido en una estructura corrupta generalizada y sin solución de continuidad, que ha terminado por destrozar la percepción de su imagen pública durante el liderazgo de Rajoy aunque anteriormente las prácticas fuesen parecidas. Al ser la corrupción el segundo problema expresado por los españoles en las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), se explica mejor la enorme bolsa de indecisos a pocas horas de los comicios y cabe interpretar que muchos de ellos deben ser votantes vergonzantes del PP en anteriores elecciones.
Paradójicamente el mejor banquillo para el manejo del aparato del Estado está en el PP aunque Rajoy ha preferido no echar mano de sus integrantes que por algo no han querido luego ir en sus listas ni participar en la campaña electoral que termina esta noche. En caso de un posible gobierno de coalición PP-Ciudadanos, ya sin Rajoy ni sus gentes, ese banquillo será pieza clave del acuerdo ante el absoluto desconocimiento de Albert Rivera y los suyos de lo que se llama 'engranajes del Estado' y, por otra parte, absolutamente ajenos al complejo burocrático de Madrid al provenir de Barcelona la mayoría. Incluso puede que el presidente sea finalmente una figura no parlamentaria de ese PP en la sombra aceptada por todos. Doble contra sencillo, llegado el caso.
Es una hipótesis más que probable que el mundo económico español, y otros mundos internos y externos, desean a Rajoy fuera de La Moncloa cuanto antes. Él y su actual equipo están descartados 'a priori' por cualquier potencial coaligado porque, propaganda interesada aparte, la recuperación económica efectiva y definitiva es una falacia que el propio De Guindos ha terminado por reconocer hace pocos días mientras es mucho más que evidente que España ha perdido cuota e influencia internacional, incluso dentro de la propia Unión Europea, donde nuestro peso real no se corresponde con nuestra magnitud.
Pero lo más relevante de todo es que el nivel de competencia del PP de Rajoy está por los suelos como evidencian algunas presencias en el Parlamento Europeo y algunas presidencias en comunidades autónomas. Porque este partido es hoy la antítesis de un proyecto político de excelencia por lo que no es nada de extrañar que, con carácter general, sus candidaturas para el 20D estén trufadas de indeseables y/o guiñoles con muy contadas excepciones, que también las hay gracias a algunas calidades personales en trance de extinción pero aún no extintas pese a la derrota tomada hacia el abismo en la reciente legislatura.
Sin abandonar el espectro del centro-derecha emerge, y no por casualidad, Ciudadanos, un partido hibernado en Cataluña desde hace una década tras surgir, dicen que por intervención en su día del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) ante la nula operatividad del PP en el Parlamento catalán y para hacer frente al nacionalismo en progreso desde dentro del propio territorio. También se dice que su tardía activación ahora, tiene mucho que ver con las pretensiones del índice bursátil 'Ibex-35', que integran las principales empresas cotizadas españolas, de sustituir con una derecha nueva a la vieja derecha fundada por Manuel Fraga al observar el éxito del proceso de evolución generacional en la izquierda no socialista.
Pero hay que reconocer que este partido ha improvisado en su forzada expansión por todo el territorio nacional y muchas de sus candidaturas han terminado por ser infumables aunque sea una organización centralista desde Barcelona y la más populista de las que están ahora en presencia y emergencia. Logrado el objetivo de desalojar a Rajoy al frente de la derecha, y recompuesto el PP, es muy probable que casi desaparezca en las siguientes elecciones generales a celebrar antes de dos años ante su liderazgo endeble, incluso ya percibido por los electores de cara al próximo domingo.
Además, detrás de esa endeblez de Rivera se esconden asesores personales influyentes provenientes de otros partidos y verdaderos directores de la estrategia y voluntad de este muchacho de poca sustancia con el afán de gobernar en la sombra llegado el caso de una coalición para alcanzar La Moncloa en posición dominante, cosa hoy que no se ve a tenor de los últimos sondeos publicados en Andorra. Esos asesores no tan ocultos estarían más cerca del Partido de los Socialistas de Catalunya (PSC) que del PP y sólo entienden una coalición con la vieja derecha si es para que el presidente del Gobierno de España sea el catalán Albert Rivera.
Por la izquierda, el histórico PSOE es hoy una organización bajo mínimos pero con un jóven líder, Pedro Sánchez, muy bien visto por la Corona y único homologado por el enigmático Club Bilderberg frente a los otros candidatos, dos matices que no se deben pasar por alto a la hora de reflexionar sobre el voto a emitir teniendo en cuenta, sin embargo, que las candidaturas socialistas presentadas son esta vez de tercera división en bastantes circunscripciones y que también alimentan la enorme bolsa de indecisos vergonzantes socialistas a estas alturas.
La pérdida de credibilidad y nivel son, pues, los peores enemigos en este momento para recibir votos aunque este partido sea el preferido de determinadas instituciones del Estado a pesar de la corrupción, también estructural, que arrastra en Andalucía. Pero Sánchez es una clara pieza del sistema y, pese a su edad y poca experiencia política sólamente municipal, eso no es insuficiente para contender con un muy desgastado Rajoy, hasta decirle en un debate público lo que millones de españoles piensan. Eso podría haber significado un relanzamiento de sus posibilidades para frenar a otras opciones de izquierda -entre utópicas e inexpertas-, lo que no parece ser el caso a tenor de los últimos sondeos trancendidos.
Pero, en cualquier caso, debe quedar claro que un Gobierno sin el PP no puede prescindir del PSOE por muy magros resultados que coseche el próximo domingo, lo que no parece una tendencia fatal tras el rumbo tomado por la campaña electoral en su recta final. El próximo ejecutivo de la nación o lo encabeza una figura impóluta del PP o Pedro Sánchez, tal como desea la Unión Europea para conjurar otra experiencia como la griega de Syriza, si bien parece que la Comisión Europea y la mayoría de centro-derecha en el Parlamento de Estrasburgo prefiere antes que nada lo homónimo para alejar las exigencias de Podemos respecto a la OTAN y algunas negociaciones comunitarias estratégicas hoy en marcha. Si la coalición fuese inevitable, el ministro de Defensa a consensuar parece que será el general José Julio Rodríguez, sin descatar a Carme Chacón como vicepresidenta junto a Iglesias en otra vicepresidencia.
Y aquí llegamos a Podemos, la única fuerza que, además, de emergente sigue emergiendo en todos los sondeos publicados y los conocidos más tarde por difundidos en el extranjero. Porque parece estar en un 'efecto rebote' tras bajar en intención de voto como consecuencia de tantas contradicciones programáticas ante las cámaras de la televisión. El electorado, como es también el caso de Rivera, tiene más que bien medido a Pablo Iglesias y descubierto lo limitado de sus tres principales universos vitales (Vallecas, Zamora y el bar de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense en el campus Somosaguas), no obstante lo cual si le vota es, en muy gran medida, en plan castigo a terceros y no porque este otro muchacho convenza, cada vez, más. 
Porque Podemos es una organización que será sometida a grandes cambios en el futuro si antes de las siguientes elecciones generales no sucumbe por el viejo centralismo democrático que le caracteriza e impone la actual dirección neochavista y caudillista.
Expresión política única, pero no mayoritaria, del 15-M, no parece haber sabido digerir del todo hasta la fecha ese espíritu aunque puede hacerlo más adelante si el propio proceso interno decanta un nuevo rumbo apoyado sobre procedimientos mucho más democráticos y alejados de prácticas comunistas hace tiempo descartadas como opción por sociedades materialmente tan avanzadas como la española.
El proceso de confección de las listas electorales de Podemos, a imitación de como las hacía el viejo PCE, no va a proporcionar nuevos líderes frente a Iglesias-Errejón pero el elemento humano que va conformando la organización es de calidad y terminará por darle la vuelta a este estado inicial de cosas o generar otro proyecto paralelo que anule el actual vista la dinámica observada en los actos de campaña y lo sucedido a Podemos en Cataluña.
En cuanto a Unidad Popular-IU-V, la marca del PCE para concurrir a estas elecciones, tiene el mejor candidato, junto a la ya imposible UPyD, y el más utópico de todos. Puede dar una sorpresa al final y no entrar en solitario en el Congreso de los Diputados aunque, visto lo visto, la Ley d'Hondt lo va a castigar al situarse a mucha distancia de los demás tan igualados. Si logra unos cuantos escaños, resultará vital para el apoyo parlamentario a un hipotético Gobierno de centro-izquierda. De fracasar, acabará en Podemos (o lo que de ella resulte) con toda la gente jóven que ha integrado diversas candidaturas de progreso para medirse con las de los amigos personales de Pablo Iglesias por la negativa de éste a una coalición preelectoral de izquierdas.

(*) Periodista y profesor

martes, 13 de octubre de 2015

La oportunidad del acuerdo comercial entre la Unión Europea y Canadá / Ángel Tomás *

Canadá y la Unión Europea (UE), previamente a la negociación del Acuerdo Económico y Comercial Global (en adelante AECG), acometieron un estudio conjunto de impulso al comercio bilateral, y evaluación de los beneficios potenciales para ambos. Éstos se verían beneficiados en más de 11.000 millones de euros  para la economía de la UE, y cifra no inferior para la de Canadá. Podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que en la delicada coyuntura actual el acuerdo contribuiría al objetivo de conseguir un crecimiento más estable entre dos grandes potencias.

El AECG puede considerarse una excelente iniciativa entre dos grandes potencias económicas, que marcan el camino a seguir para otras grandes potencias desarrolladas, que no encuentran el marco adecuado para una auténtica alianza leal, complementaria, segura  y de crecimiento estable a largo plazo. Si el acuerdo inicia su impulso sin pérdida de tiempo, puede calificarse de histórico para el siglo XXI, y al conjunto empresarial exportador e inversor, se le abren oportunidades de expansión comercial recíproca entre dos economías altamente desarrolladas, que ofrecen en el clausurado del AECG factores de libre comercio, imprescindibles en una economía global, llena de incertidumbres,  cohesión e intereses personalistas. Canadá se ha adelantado a una nueva política económica a imitar por otras grandes potencias, única solución al crecimiento generalizado y al apoyo de los países emergentes.

Análisis de algunas de las ventajas

A la entrada en vigor del importante acuerdo, ambas economías ofrecerán a las empresas  interesadas en mejorar sus exportaciones actuales o iniciarlas de forma creciente,  el 98% de exenciones para todas las líneas de derechos arancelarios, lo que abrirá una  serie de nuevas oportunidades, especialmente a las empresas de la UE, y no solamente para el amplio y potente mercado canadiense sino para aprovechar la apertura de importantes cadenas de alto valor centro y norteamericano.

Cumplidos los siete primeros años, Canadá y la UE suprimirán todas las obligaciones arancelarias dando apertura y libertad a un mercado líder internacional. El AECG liberalizará las exportaciones de las empresas de sectores como equipos y maquinaria industrial, productos químicos, plásticos y asimilados; pero ambos firmantes  del convenio también eliminarán un 93%  de los aranceles para productos agrícolas y agroalimentarios. Es de especial interés que el ACEG no afectará a los requisitos en vigor en la UE sobre organismos genéticamente modificados o el uso de hormonas y factores de crecimiento en la cría de ganado.

La contratación pública también se considera en el importante acuerdo en el que empresas de la UE optarán a la contratación a nivel federal, provincial o municipal. Por primera vez en un acuerdo comercial, Canadá abre la posibilidad de acceder a contratación pública de sistemas de transporte público y de las grandes empresas del sector energético del país con una importante capacidad de producción y distribución de energía. Esta cuestión es de especial interés para España.

En cuanto al comercio de servicios (que supera para ambas partes más del 70% de la actividad económica) y su movilidad laboral, estos permiten crear oportunidades a profesionales, ejecutivos de empresas y especialistas en TIC, entre estos muchos, así como garantizar el cruce de fronteras, los desplazamientos temporales de proveedores de servicios por contratos, inversores y visitantes en viaje de negocios. Canadá y la UE contraerían compromisos, una vez que entrase en vigor el AECG, de establecer un proceso simplificado o marco, a través del cual las organizaciones profesionales u organismos reguladores acuerden reconocimiento mutuo recíproco a sus profesionales, como arquitectos e ingenieros entre otros.

Con referencia a la "inversión o inversores", recibirán un trato justo, equitativo y no menos favorable que el de los inversores nacionales. Recibirán también los inversores y sus inversiones seguridad, transparencia y protección,y el acuerdo mantiene el derecho de los gobiernos a regular en favor del interés público; ni se impondrán restricciones a los gobiernos de ambas partes para legislar de forma legítima en favor del interés público, ni se verán afectadas las medidas legales para la salud pública, el medio ambiente y la seguridad ciudadana. 

En el acuerdo entre Canadá y la UE, existirá un protocolo sobre evolución de la conformidad, que permitirá a los organismos acreditados someter a ensayo los productos para evaluar su uso en otra jurisdicción a costes muy reducidos, lo que beneficia especialmente a las pymes. A  efecto de alcanzar lo anterior junto con un resultado eficaz en el desarrollo sostenible, se creará un foro que permitirá a las organizaciones de la sociedad civil el diálogo sobre los aspectos de las relaciones comerciales. Ambas partes coinciden en conservar el pleno derecho de legislar en favor del interés público, especialmente, cuando se trate de medidas protectoras de la salud de las personas, fauna y flora.

Canadá es ejemplo de la apertura del comercio y de la inversión extranjera , como acreditan 'Forbes' y 'Bloomberg' calificándolo dentro del G-20 como el mejor país para hacer negocios, o el Banco Mundial como el más fácil para la creación de empresas.

El acuerdo que se pretende formalizar definitivamente, y que debe entrar en vigor lo antes posible, podemos calificarlo de modelo único, nuevo y de excelente iniciativa, imprescindible para el crecimiento generalizado, estable, y a imitar entre otras grandes potencias, además de "cumplir con todos los requisitos socio-económicos que permite eliminar el visado a sus ciudadanos".

Esperemos que todos los países integrados en la UE coincidan con las ventajas, equilibrio y generosidad del Acuerdo Económico y Comercial Global, redactado por Comisiones Técnicas de ambas partes, en base a un impulso al comercio bilateral, y de especial interés  para la UE.


(*) Economista y empresario español

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Las fortalezas de Canadá frente a las turbulencias / Ángel Tomás *

La crisis mundial, aún no superada, y la amenaza de otras también bastante generalizadas que están emergiendo, confirman una vez más los "agentes externos", bien provocados o de generación inevitable natural o científica, que afectando profunda y peligrosamente a las economías de los Estados, están obligando a estudiar y desarrollar cambios estructurales de protección ante la recesión, el cese del crecimiento, y la estanflación.
 
Consideramos de interés un ligero análisis de las causas, repercusiones y soluciones de un país ejemplar, Canadá:

Está considerado como el de mejor reputación del mundo, según el sondeo del Instituto de Reputación, basado en una encuesta llevada a cabo en 2015 entre los países que constituyen el G8; a pesar de lo cual, como tantos otros, también soporta la influencia negativa de un nuevo agente externo de carácter mundial. Su crecimiento continuado, su consolidado bienestar social y sus relaciones internacionales se han visto debilitados por la caída en los mercados de los precios del petróleo por debajo de los 50 dólares por barril, del que es quinto productor del planeta, y de cuyo sector depende el 10% de su economía.

El petróleo pesado de Canadá y la menor calidad de las tuberías han influido en empresas como Canadian Oil Sands, mayoritario en el proyecto Syncrude, máximo productor de petróleo sintético a partir de las arenas bituminosas petrolíferas nacionales, que ha entrado en pérdidas debido a los menores precios del petróleo y el mantenimiento de los impuestos corporativos en Alberta, cuestión que ha preocupado a algunos de los mayores bancos nacionales, y retrasado o cancelado más de 30 proyectos en el transcurso de este año.

Durante el primer semestre de 2015 su economía ha retrocedido el 0,6% y Toronto, principal mercado petrolífero y minero, ha perdido más del 3% en el mes de agosto, depreciándose también el dólar canadiense un 1% con relación a la divisa de EEUU. Aunque Glen Hodgson, economista del Conference Board of Canadá pronostica una caída del 37% de los ingresos en 2015, equivalente a 33.000 millones de dólares, estima que el país posee la energía petrolífera y de gas que el mundo necesita, y el desafío está en saber y conseguir llegar a él.

Sin embargo, aún es pronto y no debe afirmarse que la economía canadiense se dirija hacia una recesión creciente y de larga duración, ya que entre otros indicadores, "la resiliencia registrada en su mercado laboral" durante el primer semestre, junto a las nuevas medidas económicas emprendidas de urgencia a medio y largo plazo, pueden compensarla. 
 
El concepto de recesión no debe centrarse solo en el hecho de que se registren dos trimestres seguidos con crecimiento negativo, ocasionados por un fenómeno único, concreto y mundial, sino armonizarlo con el poder de reacción de un país que es ejemplar, capaz de estimular el crecimiento de otros sectores básicos y aprovechando la debilidad de su moneda frente a la de su poderoso vecino del sur. 
 
Podría decirse que lo más probable es que se dirija hacia la estabilización de su crecimiento, ya que cuenta con una renta per cápita de 39.600 dólares, un déficit público del 0,3% y una tasa de paro del 6,8%. Los resultados reales se conocerán con más precisión en la segunda quincena de septiembre, sin duda con la influencia de las próximas elecciones federales a celebrar el 19 de octubre.

Ya se han empezado a tomar las primeras medidas compensatorias a la caída de las exportaciones energéticas, entre las que destacan:

- La revalorización de zonas (como la costa del lago Ontario a desarrollar en un decenio, ya empezado). 
 
- La nueva ley de selección competencial de la inmigración.

- La región de la ciudad de Québec promueve la entrada de trabajadores para vivir y laborar en el tejido empresarial, mediante una selección virtual individual, con 31 perfiles diferentes en los sectores de tecnología de la información y maquinaria industrial.

- Nuevos intercambios comerciales con Méjico y EEUU sin retención aduanera, cuyas exportaciones del último semestre han crecido un 15,6% en productos vegetales, maquinaria, aparatos mecánicos y vehículos de transportación.

- Nuevos acuerdos de libre comercio con Europa, como el recién firmado con Ucrania. 
 
- El recorte de las tasas de interés, ya al 0,50% del Banco Central de Canadá.

Consecuencia de lo expuesto son el estímulo generalizado de las Pymes y la inversión de General Motors en las plantas de montaje de Oshawa y de GM CAMI en Toronto.

Sin abandonar la posibilidad de recesión, que de aparecer, sería el capítulo negativo de su excelente curriculum, puede asegurarse que no traería las consecuencias tan profundas soportadas por Venezuela, Rusia, Irak o Nigeria. Por otro lado, los inminentes procesos electorales en Canadá y en EEUU, podrían contaminar las negociaciones comerciales citadas.

(*) Economista y empresario

Las primarias de los multimillonarios / Serge Halimi *

En 2012, Barack Obama y Willard Mitt Romney destinaron, cada uno, alrededor de 1.000 millones de dólares para la financiación de su propia campaña presidencial. El multimillonario neoyorquino Donald Trump, en lugar de entregar su óbolo a un candidato, ha decidido entrar él mismo en el juego: “Gano 400 millones de dólares al año, así que ¿cuál es la diferencia?”. Ya en 1992, otro multimillonario, Ross Perot, prometía “comprar la Casa Blanca para entregársela a los estadounidenses que ya no se pueden pagar una”.

Probablemente, Trump también va a fracasar, pero no sin haber explicado, a su manera, el funcionamiento del sistema político estadounidense: “Soy un businessman. Cuando [los candidatos] me llaman, yo hago donaciones. Si dos o tres años más tarde necesito algo, los llamo y ellos están ahí para mí”. Hillary Clinton, ex senadora de Nueva York y candidata para las primarias demócratas, también estuvo “ahí”: “Le dije que viniera a mi boda y lo hizo. ¿Saben por qué? Yo había donado dinero a su fundación”. Para conseguir un presidente incorruptible, sugiere Trump, hay que elegirlo de la lista de los grandes corruptos.

En 2010, una sentencia del Tribunal Supremo eliminó la mayoría de las restricciones a las donaciones políticas (1). Desde entonces, las grandes fortunas exhiben sin pudor sus favores. Para explicar la cantidad, sin precedentes, de candidatos republicanos a la Casa Blanca (diecisiete), The New York Times señala que casi todos pueden contar “con el apoyo de un multimillonario, lo que significa que su campaña ya no está relacionada realmente con su capacidad para recaudar fondos dirigiéndose a los electores”. John Ellis (“Jeb”) Bush ya ha redefinido la naturaleza de los “pequeños donativos”. Para la mayoría de los candidatos, es menos de 200 dólares; para él, menos de 25.000 dólares…

Así, tres multimillonarios –Charles y David Koch, y Sheldon Adelson– se han convertido en los padrinos del Partido Republicano. Los hermanos Koch, que aborrecen a los sindicatos, quieren destinar 889 millones de dólares a las elecciones del próximo año, más o menos la misma cantidad que cada uno de los dos grandes partidos. El gobernador de Wisconsin, Scott Walker, parece ser su favorito, pero tres de sus competidores republicanos han cedido ante su convocatoria con la esperanza de obtener, ellos también, algún óbolo (2).

Walker también intenta seducir a Sheldon Adelson, octava fortuna del país y adorador del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu (3). Aunque tampoco es el único que mima al octogenario multimillonario. Hace dos años, Adelson consideraba que Estados Unidos debería lanzar misiles nucleares sobre Irán antes que negociar con sus dirigentes. Puede que los diecisiete candidatos republicanos tuvieran en mente esta apreciación cuando debatieron entre ellos el pasado 6 de agosto. En todo caso, todos se opusieron al acuerdo firmado recientemente entre Washington y Teherán.


(*) Director de 'Le Monde diplomatique'


(1) Véase Robert W. McChesney y John Nichols, “En Estados Unidos, los medios de comunicación, el poder y el dinero culminan su fusión”, Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2011.
(2) Marco Rubio, Ted Cruz y Rand Paul, respectivamente senadores de Florida, Texas y Kentucky.
(3) Véase “Netanyahou, président de la droite américaine?”, La Valise diplomatique, París, 4 de marzo de 2015.

¿Qué podemos aprender del chantaje al gobierno de 'Syriza'? / Oskar Lafontaine *


Muchas personas en Europa recibieron la elección de Alexis Tsipras como primer ministro de Grecia como una noticia esperanzadora. Cuando el presidente de Syriza, después de semanas de agotadoras negociaciones firmó el dictado de recortes, la decepción fue asimismo muy grande. Sería injusto y arrogante señalar a Alexis Tsipras y a Syriza con el dedo acusador de la moral. Mucho mejor sería reflexionar dentro de la izquierda europea bajo qué condiciones es posible en Europa hoy hacer una política democrática y social, es decir, de izquierdas.

Hemos aprendido una cosa: Mientras el supuestamente independiente y apolítico Banco Central Europeo pueda cerrar el grifo del dinero a un gobierno de izquierdas, una política que se oriente hacia principios democráticos y sociales será imposible. El exbanquero de inversión Mario Draghi no es ni independiente ni apolítico. Él trabajaba para Goldman Sachs, en el momento en que ese banco de Wall Street ayudó a Grecia a falsear los balances de su contabilidad. Así fue como se hizo posible la entrada de Grecia en el euro.

En los meses pasados muchos artículos de opinión se han ocupado de la pregunta de si el dracma debería ser introducido de nuevo. No sirve para nada y es una base errónea reducir el debate a esta pregunta. No solo en Grecia, sino en todo el sur de Europa el paro juvenil es insoportable y cada uno de los países que forman parte de la zona euro están siendo desindustrializados. Una Europa en la que la juventud no tiene futuro está en peligro de descomposición y de convertirse en el botín de fuerzas nacionalistas de extrema derecha renovadas.

La vuelta al sistema monetario europeo

La pregunta, por todo ello, no puede ser para nosotros: “¿dracma o euro?”, sino que la izquierda debe decidir, si a pesar del desarrollo social catastrófico se sitúa a favor de una permanencia en el euro, o por el contrario se pronuncia en favor de una reconversión escalonada hacia un sistema monetario europeo más flexible. Yo estoy a favor de una vuelta a un sistema europeo de monedas que tenga en cuenta las experiencias aprendidas con este sistema monetario y que con su construcción beneficie a todos los países que formen parte del mismo.

El sistema monetario europeo funcionó durante muchos años no sin dificultades, pero mejor que la moneda única. A pesar de las tensiones inevitables posibilitó una y otra vez compromisos, que ayudaron a compensar los diferentes desarrollos económicos. Y ello porque los bancos centrales de los países miembros estaban obligados –por desgracia solamente por un corto periodo de tiempo– a estabilizar los cursos de cambio de los socios del sistema monetario europeo. Dentro del euro solamente los trabajadores y pensionistas españoles, griegos o irlandeses cargan el peso de la devaluación interna mediante la bajada de salarios, los recortes de pensiones y las subidas de impuestos.

El sistema monetario europeo requería, y de eso se trata, al contrario que el euro, del progresivo trabajo conjunto de los pueblos de Europa. A través de revaluaciones y devaluaciones regulares se evitó una desnivelación de las economías europeas demasiado fuerte. Bien es verdad que la dominancia del Banco Federal Alemán fue un gran problema, pero uno mucho mas pequeño que la tutela actual de los europeos por la economía alemana y el gobierno de Merkel, Schäuble y Gabriel. Es cuestión de tiempo hasta que, por ejemplo, Italia reconozca un gobierno que no pueda soportar mas la lenta pero firme desindustrialización de su país.

Es necesario descentralizar

En este sentido exite, en especial entre la izquierda alemana, un fallo de pensamiento estructural que se ha vuelto claro y que está virando el debate sobre el futuro de Europa en la dirección equivocada. Cada una de las exigencias sobre una reversión de las competencias de Europa a la esfera nacional son difamadas como nacionalistas u hostiles a Europa. Los conglomerados mediáticos que están defendiendo los intereses de las grandes empresas alemanas y los bancos tocan la música de acompañamiento correspondiente. Y buena parte de la izquierda cae en la trampa.

Que el traspaso de competencias a la esfera internacional abre el camino al neoliberalismo es algo que mostró una de los estilistas de esta ideología, Friedrich August von Hayek, en un artículo de principios de 1976. De ahí que la Europa del mercado libre y del tráfico incontrolado de capitales no será nunca un proyecto de izquierdas.

Desde el momento en que se pone de manifiesto en qué medida la Comisión Europea y el Parlamento Europeo se volvieron muletas ejecutoras del lobby financiero, transferir mas competencias a nivel europeo es equivalente al desmontaje de la democracia y del estado social de derecho. A esta conclusión deberíamos haber llegado antes, y lo digo haciendo autocrítica, pues yo mismo como europeo convencido, defendí durante mucho tiempo la política de transmisión de tareas a nivel europeo.

Y es lamentable que el influyente filósofo alemán Jürgen Habermas y muchos políticos y economistas, que toman parte en esta discusión, sigan aferrándose a ese camino a pesar de que cada año resulta mas evidente que lleva al error y que enfrenta a los pueblos europeos entre sí. El deseo de Thomas Mann de una Alemania europea se ha convertido en lo contrario. Tenemos una Europa alemana.

Democracia y descentralización se requieren mutuamente. Cuanto mayor sea la unión será más opaca, más lejana y menos controlable también. El principio de subsidiariedad es y permanece como la piedra angular de cualquier orden de sociedad democrática. Lo que en el nivel más bajo, a nivel de municpio, es posible regular debe ser regulado ahí, y en el nivel regional o de países, en el nivel de los estados nacionales, a nivel de la UE o de las Naciones Unidas debe funcionar el mismo principio. En el nivel más alto debe transmitirse solamente lo que pueda verdaderamente ser regulado mejor allí.

Ejemplos de transferencias erróneas hay a montones. No necesitamos casinos que funcionen a nivel global, sino cajas de ahorros, que aun puedan ser controladas. Para necesidades financieras mayores bastan largos años de bancos nacionales que sean regulados estrictamente en sus comienzos. No necesitamos gigantes de la energía que actúen en toda Europa con grandes centrales y redes eléctricas, sino centrales municipales que funcionen con energías renovables y con capacidades locales de almacenamiento.

Los bancos nacionales de moneda se vieron bajo una presión tal que se abrieron las puertas a los flujos de capital desregulados y a la especulación mundial. Los bancos de monedas deberían hacer de nuevo, aquello para lo que fueron fundados un día: financiar a los estados.

La transición a un sistema monetario europeo renovado debe llevarse a cabo paso a paso. Para reintroducir el dracma por ejemplo –ello sería un primer paso en dicha dirección– el BCE debería apoyar el curso de dicha moneda. Tal vez el gobierno griego debería haber requerido a Schäuble que concretase su salida definida de Grecia de la Eurozona. Él prometió una reestructuración de las deudas y un apoyo humano, técnico y que favoreciese el crecimiento.

Desarrollar un plan B

Si esta oferta se toma en serio y el apoyo monetario del BCE estuviese garantizado, entonces cualquier escenario terrorífico, de los que los defensores del euro diseñaron en contra de la reintroducción del dracma, sería privado de su base. Grecia tendría entonces, como Dinamarca con la corona, la oportunidad de participar en el mecanismo de cambio de curso monetario. Es sorprendente en qué medida economistas de renombre internacional y expertos en moneda del espectro conservador y liberal defienden la salida de Grecia del sistema del euro.

El valiente ministro de finanzas griego Yanis Varufakis, que lo tenía difícil con sus colegas ministros de finanzas europeos por eso mismo, porque él de hecho comprende algo de economía política, había diseñado un escenario para la introducción del dracma. Él quería tener un plan B para el caso de que Draghi cerrase el grifo del dinero, es decir, hiciese uso de la “opción nuclear” como se le llama en los círculos financieros. Y efectivamente el exbanquero de inversión ha hecho uso de dicha arma. Junto a Schäuble, él es el verdadero chico malo de la Eurozona. Justo después de que el gobierno de Syriza tomase posesión en Atenas, el Banco Central Europeo utilizó los mecanismos de tortura para hacer arrodillarse a Tsipras.

La izquierda europea debe ahora desarrollar un plan B para el caso de que un partido en uno de los miembros europeos se vea en una situación parecida. El código europeo debe ser reconstruido de tal forma que se le quite el poder al Banco Central (que no está legitimado democráticamente) de anular la democracia a golpe de botón. La introducción escalonada de un nuevo sistema monetario europeo allanaría para ello el camino. También la izquierda alemana debe desenmascarar el mantra de Merkel según el cual “si muere el euro, entonces muere Europa”. El euro se ha convertido en un instrumento de dominación económica de la economía alemana y del gobierno alemán en Europa. Una izquierda que quiera una Europa democrática y social, debe cambiar su política europea y escoger nuevos caminos.

(*) Ex líder del SPD

lunes, 10 de agosto de 2015

El diktado de Alemania / Ignacio Ramonet *

Sólo en las películas de terror se ven escenas tan sádicas como las que vimos el 13 de julio pasado en Bruselas, cuando el primer ministro griego Alexis Tsipras –herido, derrotado, humillado– tuvo que acatar en público, cabizbajo, el diktado de la canciller de Alemania, Angela Merkel, renunciando así a su programa de liberación por el cual fue elegido, y el cual precisamente acababa de ser ratificado por su pueblo mediante referéndum.

Exhibido por los vencedores como un trofeo ante las cámaras del mundo, el pobre Tsipras tuvo que tragarse su orgullo y tragar también tantos sapos y culebras que el propio semanario alemán Der Spiegel, compadecido, calificó la lista de sacrificios impuestos al pueblo griego de “catálogo de horrores”...

Cuando la humillación del líder de un país alcanza niveles tan espeluznantes, la imagen se queda en la historia para aleccionar a las generaciones venideras, incitadas a no aceptar nunca más un trato semejante. Así han llegado hasta nosotros expresiones como “pasar por las horcas caudinas” (1) o el célebre “paseo de Canossa” (2). Lo del 13 de julio fue tan enorme y tan absolutamente irreal que quizás este día también será recordado en el futuro de Europa como el día del “diktado de Alemania”.

La gran lección de ese escarnio es que se ha perdido definitivamente el control ciudadano con respecto a una serie de decisiones que determinan la vida de la gente en el marco de la Unión Europea (UE) y, sobre todo, en el seno de la zona euro, hasta tal punto que podemos preguntarnos: ¿de qué sirven las elecciones si los nuevos gobernantes se ven obligados a hacer lo mismo que los precedentes en los temas esenciales, es decir, en las políticas económicas y sociales? Bajo este nuevo despotismo europeo, la democracia se define, en menor medida, por el voto o por la posibilidad de escoger y, en mayor medida, por el imperativo de respetar reglas y tratados (Maastricht, Lisboa, Pacto Fiscal) adoptados hace tiempo y que resultan verdaderas cárceles jurídicas sin posibilidad de evasión para los pueblos.

Al presentar a las muchedumbres a un Tsipras con la soga al cuello y coronado de espinas –“Ecce Homo”–, Merkel, Hollande, Rajoy y los otros pretendían demostrar que no hay alternativa a la vía neoliberal en Europa. Abandonad toda esperanza, electores de Podemos y de otros frentes de izquierda europeos; estáis condenados a elegir gobernantes cuya función consistirá en implementar las reglas y los tratados definidos una vez por todas por Berlín y el Banco Central Europeo.

Lo más perverso es que, al igual que en un juicio estalinista a semejanza del “Proceso de Praga”, se le ha exigido a quien más criticó el sistema, a Alexis Tsipras, que sea quien se humille ante él, que lo elogie y que lo suplique.

Los que ignoraban que vivíamos en un sistema despótico lo han descubierto en esta ocasión. Algunos analistas dicen que ya estamos en un momento que podríamos calificar de “postdemocrático” o de “postpolítico”, ya que lo que pasó el 13 de julio en Bruselas demuestra el desgaste del funcionamiento democrático y del funcionamiento político. Además, muestra que la política ya no consigue dar las respuestas que los ciudadanos esperan, aunque voten mayoritariamente a favor de ellas.

La ciudadanía observa, desesperanzada, cómo se exige al partido griego Syriza, que ganó las elecciones y que ganó un referéndum con un discurso contra la austeridad, que aplique con mayor brutalidad la política de recortes que los electores rechazaron. Consecuentemente, muchos se preguntan: ¿para qué sirve elegir una alternativa si la alternativa acaba siendo exactamente una repetición de lo mismo?

Lo que Angela Merkel ha querido demostrar de manera muy clara es que, hoy en día, no existe lo que llamamos alternativa económica, representando ésta una opción contraria a la política neoliberal de recortes y de austeridad. Así, cuando un equipo político elabora un programa alternativo, lo somete a la ciudadanía para que pueda elegir entre éste y otros programas y cuando dicho programa gana las elecciones y un equipo nuevo alcanza legítimamente, democráticamente, la dirección de un país, ese equipo de gobierno, con su proyecto alternativo antineoliberal, descubre que, en realidad, no tiene margen de maniobra. En materia de economía, de finanzas y de presupuestos no dispone de ningún tipo de margen de maniobra porque, además, están los acuerdos internacionales, que “no se pueden tocar”; los mercados financieros, que amenazan con sanciones si se toman ciertas decisiones; los lobbys mediáticos, que hacen presión; los grupos de influencia oculta como la Trilateral, Bildeberg, etc. No hay espacio.

Todo esto significa, simplemente, que el gobierno de un Estado de la zona euro, por mucha legitimidad democrática que posea y aunque haya sido apoyado por el sesenta por ciento de sus ciudadanos, no tiene las manos libres. Sí las tiene si decide realizar reformas legislativas para modificar aspectos importantes de vida social como, por ejemplo, el aborto, el matrimonio homosexual, la reproducción asistida, el derecho a voto de los extranjeros, la eutanasia, etc. Sin embargo, si desea reformar la economía para liberar a su pueblo de la cárcel neoliberal, se encuentra con que no puede hacerlo. Sus márgenes de maniobra aquí son prácticamente inexistentes, no sólo por la presión de los mercados financieros internacionales sino también, sencillamente, porque su pertenencia a la zona euro le obliga a someterse a los imperativos del Tratado de Maastricht, del Tratado de Lisboa, del Pacto fiscal (que exige que el presupuesto nacional no puede tener un déficit superior al 0,5% con respecto al PIB del país), del Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (que endurece las condiciones impuestas a los países que necesitan un crédito), etc.

Como consecuencia, se ha creado, efectivamente, en Europa en la actualidad, el estatus de “nuevo protectorado” para los Estados que han pedido un rescate. Grecia, por ejemplo, es gobernada de manera “soberana” para todas las cuestiones que tienen que ver con la gestión de la vida social de sus ciudadanos (los “indígenas”). No obstante, todo lo que tiene que ver con la economía, con las finanzas, con la deuda, con la banca, con el presupuesto y, evidentemente, con la moneda está gestionado por una instancia superior: la tecnocracia euro de la Unión Europea. Es decir, Atenas ha perdido una parte decisiva de su soberanía, el país ha sido rebajado al grado de protectorado.

Dicho con otras palabras: lo que está ocurriendo no sólo en Grecia sino en toda la zona euro –en nombre de la austeridad, en nombre de la crisis– es, básicamente, el paso de un Estado de bienestar hacia un Estado privatizado en el que la doctrina neoliberal se impone con un dogmatismo feroz, puramente ideológico. Estamos ante un modelo económico que está arrebatando a los ciudadanos una serie de derechos adquiridos después de largas y, a veces, sangrientas luchas.

Algunos dirigentes conservadores tratan de calmar al pueblo diciendo: “Bueno, se trata de un mal periodo, un mal momento que hay que pasar. Tenemos que apretarnos el cinturón, pero saldremos de este túnel”. La pregunta es: ¿qué significa “salir del túnel”? ¿Nos van a devolver lo que nos han arrebatado?¿Nos van a restituir los recortes salariales que hemos padecido? ¿Van a restablecer las pensiones al nivel en el que estaban? ¿Vamos a volver a tener créditos para la salud pública, para la educación?

La respuesta a cada una de estas preguntas es “no”. Porque no se trata una “crisis pasajera”. Lo que ocurre es que hemos pasado de un modelo a otro peor. Y ahora se trata de convencernos de que lo que hemos perdido es irreversible. Lasciate ogni speranza (3). Ése fue el principal mensaje de Angela Merkel el pasado 13 de julio en Bruselas mientras exhibía, cual teutónica Salomé, la cabeza de Tsipras en una bandeja...

(*) Periodista y editor de 'Le Monde Diplomatique' para España.


(1) La batalla de las Horcas Caudinas tuvo lugar el año 321 a. C., entre los ejércitos romano y samnita. Los samnitas de Cayo Poncio, gracias a su posición estratégica, rodearon y capturaron a un ejército romano de unos 40.000 hombres. Los soldados fueron desarmados, despojados de sus vestimentas y, únicamente con una túnica, fueron obligados a pasar de uno en uno por debajo de una lanza horizontal dispuesta sobre otras dos clavadas en el suelo, lo que les obligaba a inclinarse como condición para ser liberados. Esta derrota es el origen de la frase “pasar por las horcas caudinas” o “pasar bajo el yugo”, utilizadas en varias lenguas occidentales cuando hay que pasar un trance difícil, humillante y deshonroso por la fuerza.
(2) El “paseo de Canossa” hace referencia al viaje del emperador Enrique IV del Sacro Imperio Romano Germánico desde Espira (Speyer, Alemania) al castillo de Canossa (Italia) para ver al Papa Gregorio VII en enero de 1077. El objetivo era solicitarle que le levantara la excomunión. Cuando llegó a Canossa, Enrique IV tuvo que permanecer arrodillado a las puertas del castillo tres días y tres noches, nevando, vestido como un monje, con una túnica de lana y descalzo, para poder conseguir el perdón papal. Hoy en día, la expresión “Paseo de Canossa” (“Gang nach Canossa” en alemán, “Walk to Canossa” en inglés, “Aller à Canossa” en francés y “L’umiliazione di Canossa” en italiano) se usa para señalar una petición humillante.
(3) “Abandonad toda esperanza”, Dante Alighieri, La Divina Comedia. El Infierno. Canto III.

miércoles, 20 de mayo de 2015

La batalla profunda contra 'Podemos' / David Hernández Castro *

Como si las tropas de Pablo Iglesias hubieran cruzado el Rubicón, tres artículos, aparecidos en tres días consecutivos, nos han alertado de que la marcha de Podemos hacia la Moncloa ha dejado de estar en su elemento. Manuel Monereo lo resume así: El poder ha levantado «un fuerte muro defensivo» y ha pasado «resueltamente al contraataque» (05-05-2015, Cuarto Poder). ¿Cómo interpretar este nuevo escenario? Para muchos, volviendo al arsenal teórico de Gramsci. El primero en hacerlo ha sido el propio Pablo Iglesias: «En la política occidental la guerra de maniobra (el asalto) perdería relevancia frente a una compleja guerra de posición en la que el Estado no sería más que la trinchera avanzada del conjunto de fortificaciones de la sociedad civil» (03-05-2015, Público). En los Cuadernos de la cárcel, Gramsci extrapoló al campo de lo político los grandes cambios que la Primera Guerra Mundial había desencadenado sobre la estrategia militar. Iglesias continúa: «La política de la guerra de trincheras es la lucha por la hegemonía». 

Así, el Rubicón es el paso de la «guerra de movimientos» a la «guerra de posiciones» (o «de trincheras»), algo sobre lo que también Miguel Urbán, otro de los promotores iniciales de Podemos, se hacía eco al día siguiente: «Y es que la revolución democrática se está mostrando, cada vez más, como una escalada en la guerra de posiciones» (04-05-2015, Público). Pero esta no fue la última palabra. Como sabrá el lector informado, no hacen falta más de dos invocaciones a Gramsci para que comparezca una de las personas que mejor lo conoce en nuestro país, el politólogo Manuel Monereo: «La dirección de Podemos se lanzó a una guerra de maniobra que rápidamente se convirtió en una guerra relámpago». Pero pasada la sorpresa inicial, el poder reaccionó con «un fuerte muro defensivo» y un contraataque que ha sometido a esta fuerza política a «una durísima guerra de posiciones». Y añade: «enfangada en las casamatas, duramente acosada, combate para el que no estaba preparada (¿Quién lo está?), se ve obligada a construirse como organización en el cerco, en la lucha, en el conflicto» (05-05-2015, Cuarto Poder). 

Cada uno de estos tres artículos, a pesar de la urgencia de la situación, contiene indicaciones valiosas para interpretar la coyuntura. Y aunque a veces apuntan en direcciones distintas, todos coinciden a la hora de describir el cambio de escenario. De la guerra de movimientos (o de maniobras) a la guerra de posiciones (o de trincheras). En cierto sentido, tienen razón. Si, como recuerda Iglesias, vinculamos la guerra de trincheras a la lucha por la hegemonía, y entendemos la hegemonía como el conjunto de mecanismos supraestructurales, en sentido cultural, que contribuyen a la producción política de consenso, entonces la «guerra de trincheras» es la mejor forma para describir la situación en la que se encuentra Podemos. Pero en otro sentido, esta interpretación, al reducir al ámbito de la hegemonía lo que se está librando en el campo de la estrategia política, implica el grave riesgo de solapar el análisis de los acontecimientos políticos bajo el manto de unas categorías que no se ajustan a lo que está ocurriendo fuera de la esfera cultural. 

La culpa no es de Gramsci. Y como buen conocedor de Gramsci, Monereo parece haberlo intuido cuando señala que los poderes «reaccionaron al modo de los generales rusos». Esta es la pista que conviene seguir. Porque Gramsci, cuando escribió los Cuadernos de la cárcel, no tenía ni idea de cómo iban a reaccionar los generales rusos ante el avance de las tropas nazis. Así que no pudo introducir este elemento en su reflexión sobre la naturaleza de los cambios políticos que podrían derivarse de los cambios en la estrategia militar. Y se da la circunstancia, como ha sabido apreciar Monereo, de que es en el corazón de la doctrina militar que animó a los generales rusos donde hay que rastrear la respuesta estratégica que el poder ha orquestado contra Podemos. Nos encontramos en el terreno de la teoría operacional compleja que figuras como Tujachevski, Isserson o Triandafillov desarrollaron durante los años veinte y treinta para el Ejército Rojo, y que resultó finalmente condensada bajo el concepto de «batalla en profundidad» (Operativnoe Iskusstvo). 


Por desgracia, el interés de lo que estamos planteando no es secundario, porque lo que vamos a intentar fundamentar en este artículo no es solo que el concepto de «batalla profunda» ofrezca en la actual coyuntura un mayor rendimiento explicativo que el de «guerra de posiciones», sino que lo que está en juego debajo de estos marcos de interpretación es la orientación estratégica de la unidad popular. Hagamos una sencilla extrapolación. Durante mucho tiempo, la bibliografía imputó la derrota sufrida por los alemanes en el frente oriental al «rodillo soviético», es decir, a la inmensa cantidad de recursos humanos y materiales movilizados por Stalin. Pero esto no fue lo que ocurrió. En realidad, la estrategia militar de los alemanes, la guerra relámpago o Blitzkrieg, fue superada por la estrategia de la batalla profunda desplegada por el Ejército Rojo. Una respuesta, al menos para los derrotados, más difícil de digerir que la anterior, porque implica un reconocimiento de la inteligencia estratégica del adversario, la asunción de los propios errores, y la renuncia al consuelo que pudiera otorgar la atribución del fracaso a una insuperable desigualdad de fuerzas, al abismo infranqueable de las trincheras del enemigo. 

Pero mantenerse en el error solo puede conducir a nuevas derrotas, y como al fin y al cabo, el arte de la guerra está más interesado en la victoria que en el consuelo, la estrategia de la batalla profunda terminó convirtiéndose en materia de estudio para los adversarios de la Unión Soviética. No sin que pasaran bastantes años de por medio. Y este es el riesgo que queremos conjurar con nuestro artículo, porque se trata de la misma tesitura en la que se encuentran los que interpretan el estancamiento de Podemos como una consecuencia casi inevitable de su exposición a los poderes que combate. No hay duda de la brutalidad y desmesura de la reacción. Pero al igual que no hubo «rodillo» que pudiera contener en Grecia el avance de la Syriza, tampoco en España existe ninguno que ofrezca más garantías. No se trata de una cuestión de peso, sino de cualidad. No de cuántos recursos, sino de cómo son utilizados.  

Empezaremos analizando las dos teorías militares sobre las que Gramsci fija su atención en los Cuadernos de la cárcel: la guerra de movimientos y la guerra de posiciones. La primera constituye la base del arte operacional alemán y fue desarrollada originariamente por la escuela del general Schlieffen, proponiendo una guerra de maniobras rápidas y vigorosas capaces de cercar y destruir al ejército enemigo en una batalla de aniquilación. Tomaba como punto de partida las experiencias exitosas de Aníbal en la antigua Batalla de Cannas y del ejército prusiano en la más reciente Batalla de Sedán. Schlieffen no tuvo tiempo de ver cómo su Plan se llevaba a la práctica en Francia, pero en el verano de 1914, tras una serie de buenos resultados iniciales, sus sucesores pudieron comprobar que el avance impetuoso de las tropas alemanas no era suficiente para batir la resistencia encarnizada que los Aliados opusieron en la Batalla del Marne, obligando a las partes a fortificarse e iniciar la terrible guerra de trincheras o de posiciones. 

Esta y otras experiencias fueron las que influyeron en Gramsci y le llevaron a escribir que «el ataque de choque como táctica termina en un desastre» (1980, 80). La guerra de posiciones «no está constituida sólo por las trincheras propiamente dichas, sino por todo el sistema organizativo e industrial del territorio que está ubicado a espaldas del ejército» (80). Esto, continúa Gramsci, es lo que garantiza que esta forma de operación se termine imponiendo sobre la guerra de maniobras, a través de la combinación del tiro rápido de los cañones, las ametralladoras, los fusiles y la concentración de armas en un determinado punto, con «la abundancia del reabastecimiento que permite sustituir en forma rápida el material perdido luego de un avance o un retroceso» (80). 


Sin embargo, una vez pasada la Primera Guerra Mundial, y ya con la sombra de la Segunda en el horizonte, la aparición de nuevos medios técnicos como la aviación y los carros de combate ayudaron a que Guderian y Manstein pudieran persuadir al Estado Mayor alemán para que renovara su confianza en los principios estratégicos del Plan Schlieffen. Fue el origen de la Blitzkrieg, la guerra relámpago que derrotó al ejército franco-británico en 1940. Más arriba, ya hemos tenido ocasión de comprobar cómo los artículos de Iglesias y Monereo asociaban la estrategia inicial de Podemos con la de la guerra relámpago. Estamos de acuerdo con esta tesis. Pero a partir de aquí, tenemos que presentar tres discrepancias: en primer lugar, que la situación de estancamiento a la que ha conducido esta orientación estratégica se deba a los límites impuestos por una resistencia feroz del sistema, entendiendo esta ferocidad en los términos de abundancia y cantidad que Gramsci describe en los Cuadernos de la cárcel

En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, que el concepto de «guerra de trincheras» sea el más apropiado para describir el nuevo escenario estratégico ante el que se encuentra Podemos. Y en último lugar, que Podemos, a pesar de las palabras de su secretario general, se haya desembarazado en realidad de los principios estratégicos de la guerra relámpago. Si se trata de establecer un paralelismo a la gramsciana, su situación se encuentra mucho más cercana a la que sufrieron las tropas alemanas frente al Ejército Rojo que a la que habían experimentado en la Batalla del Marne. No es que Podemos se haya visto obligado a variar sus premisas operativas ante la situación de estancamiento político, sino que esta situación de estancamiento se deriva precisamente de sus premisas operativas, que siguen siendo las de la guerra relámpago. Pero para argumentar cada una de estas cuestiones, deberemos introducir algunos principios básicos de la «batalla profunda». 


Para empezar, el sistema. La guerra no es un mecanismo, sino un sistema que combina una gran multitud de elementos entre sí: industriales, políticos, logísticos, naturales, etc. Y la clave de esta combinación, al igual que en los sistemas biológicos, es la comunicación, que es puesta en el centro del interés estratégico a través del concepto de «choque operacional» (Udar), cuyo objetivo es crear las condiciones de desorganización y parálisis que conduzcan a la descomposición interna del enemigo. Mientras que la guerra relámpago ataca a una parte del sistema, la batalla profunda intenta paralizar los centros neurálgicos que permiten su funcionamiento (Veramendi, 30-01-2013). 


Triandafillov y Tujachevski, a partir de ciertas ideas de Svechin, pusieron las bases de esta teoría incorporando por primera vez un nuevo nivel en el arte militar: las operaciones, cuya función era servir de puente entre las orientaciones estratégicas y el despliegue táctico, que habían quedado desconectadas tras la experiencia de la Primera Guerra Mundial. La capacidad del enemigo de restaurar con rapidez sus defensas y de alargar la línea del frente para impedir los movimientos de flanqueo, condujeron a los soviéticos a replantear su forma de ataque. El objetivo estratégico fundamental ya no es la primera línea del frente, sino el lugar donde el sistema extrae sus órdenes y recursos: la retaguardia profunda, o en palabras de Clausewitz, el centro de gravedad, «el centro de todo el poder y movimiento de lo cual todo depende… el punto sobre el cual deben ser dirigidas todas nuestras energías» (cit. por Somiedo García, 2013, 2). En el siglo XIX, el teórico militar suizo Antoine Henri Jomini ya había llamado la atención sobre la existencia de ciertos lugares geográficos o sucesos clave específicos, los «puntos decisivos» (Schwerpunktes), que cuando se retienen o neutralizan, incrementan la vulnerabilidad del enemigo. Los puntos decisivos son, por tanto, los elementos esenciales para atacar o proteger los centros de gravedad (Somiedo García, 2013, 3-4). 


Una vez localizados los centros de gravedad, el Udar intenta paralizarlos horizontal y verticalmente, separando a las unidades unas de otras y la línea del frente de la retaguardia. El objetivo es obligar al sistema a replegarse para intentar recomponer sus fuerzas en un punto donde sus distintas partes puedan recuperar el contacto entre sí, abandonando el espacio estratégico que había logrado ocupar, perdiendo profundidad, y exponiéndose a importantes pérdidas de recursos humanos y materiales. Básicamente, el choque operacional se desplegaba coordinando dos tipos de fuerzas distintas: Por un lado, una fuerza móvil y blindada, que trataba de acceder al centro de gravedad a través de un punto decisivo, intentando romper la línea del frente con un gran impulso que combinaba velocidad, masa y sorpresa. Por otro, una fuerza aerotransportada, que intentaba coger desprevenido al enemigo interviniendo directamente sobre el centro de gravedad al que las fuerzas de penetración trataban de acceder (Veramendi, 30-01-2013). La clave de esta coordinación es que ambas fuerzas debían actuar no secuencialmente, como en la guerra relámpago, sino simultáneamente. Todo el arte operacional soviético estaba diseñado para hacer irrelevante la escala de los recursos del enemigo, poniendo en el centro de la diana su funcionalidad. 


Ahora podemos volver sobre nuestros pasos y señalar el problema más importante de la Blitzkrieg: buscar un resultado estratégico, la rendición del enemigo, a través de medios operacionales y tácticos, la batalla concreta. Veramendi lo explica poniendo como ejemplo la batalla de Francia de mayo de 1940, donde la ruptura del frente francés en Sedán sería el acontecimiento táctico, la carrera hacia la costa que supuso el «Corte de Hoz», la parte operacional, y la huida de las tropas británicas y una cantidad importante de tropas francesas por Dunkerque, el fracaso estratégico (Veramendi, 06-02-2013). Desfilar por debajo del Arco del Triunfo debió de infundir a Hitler una gran confianza en los resultados de la guerra relámpago, pero estaba cometiendo un grave error, que fue reducir el objetivo estratégico (no lo olvidemos, la derrota del enemigo), a un solo golpe operacional, la batalla concreta. Mientras los jerarcas nazis se hacían fotos en la Plaza de Trocadero, De Gaulle, arropado por las tropas británicas y un resto importante de su propio ejército, ya estaba organizando la recuperación de Francia al otro lado del canal de la Mancha. 


Hemos reunido ya los suficientes elementos como para volver al análisis de la coyuntura política. Empecemos con la cuestión de la guerra relámpago. Como hemos tenido oportunidad de constatar, se trata de un concepto estratégico mucho más elaborado de lo que da entender la palabra «relámpago». Decir que Podemos ha iniciado una guerra relámpago porque ha irrumpido como un relámpago en la vida política española, es tanto como decir que estamos de acuerdo con la teoría de la relatividad porque todo nos parece relativo. Puede que, en efecto, todo sea relativo, salvo el hecho de que no tenemos ni idea de lo que es la teoría de la relatividad. Por eso es importante profundizar en el concepto, ya que estamos de acuerdo con Pablo Iglesias y Manuel Monereo en que se trata de una descripción adecuada para la situación estratégica que ha iniciado Podemos. Veamos por qué. 

En primer lugar, porque nos encontramos ante la búsqueda de un resultado estratégico, que es la derrota del enemigo, la casta, a través de un medio operacional y táctico, que es la batalla concreta, la disputa por el poder en el escenario de una contienda electoral. Pablo Iglesias es muy claro: «Podemos nació para ganar las elecciones generales» y «ninguna batalla previa, por importante que sea, nos va a distraer de la principal» (Público, 03-05-2015). 

Con esto pasamos, en segundo lugar, a otro de los elementos que caracterizan a la Blitzkrieg: se trata de una estrategia que se despliega secuencialmente, y no simultáneamente. Podemos ha intentado cercar al enemigo a través de una serie de maniobras rápidas y audaces, distribuidas linealmente en torno a cuatro procesos electorales, y buscando marcar un ritmo exponencial de crecimiento. Primero, en mayo de 2014, las elecciones europeas. Diez meses después, las andaluzas. A continuación, cumplido el año, las autonómicas y municipales. Y como colofón, el último asalto, la batalla de la que ninguna de las anteriores debe distraernos: las elecciones generales. Hay una reducción clara, que refuerza lo que hemos dicho en primer lugar, del interés estratégico a la cuestión táctica de la toma del Congreso. Aparentemente, ganar las elecciones generales implica la derrota del enemigo. 

Esto tiene que ver con lo que diremos en tercer lugar, que es la diferencia que Manuel Monereo ha señalado entre corruptos y corruptores: «No me gusta el término casta. ¿Por qué? Porque no anuda, no engarza y no relaciona a los poderes económicos y mediáticos con la clase política. Parecería que la corrupción es cosa de los políticos y solo de ellos. ¿Y los corruptores?, ¿dónde están?, ¿quiénes son?, y ¿para qué compran los poderosos a los políticos?» (18-10-2014, Cuarto Poder). Es decir, la reducción del elemento estratégico a la cuestión táctica, esto es, de la derrota del enemigo a la conquista del Congreso, es solidaria del concepto de casta, que identifica al enemigo con los políticos corruptos, y por tanto, a la victoria, con la derrota de estos políticos en unas elecciones generales. 

A pesar de que en el relato de Podemos juega también un papel importante la crítica al sistema financiero, a los bancos o a la plutocracia, la combinación de estos dos elementos, la palabra casta y las elecciones generales como batalla principal, ha tenido como consecuencia lo que señalaba Manuel Monereo: la invisibilización de los corruptores. La batalla relámpago ha puesto en el centro de gravedad a los títeres, pero no a quien mueve los hilos. Y esto nos lleva a la cuarta consideración, que es la carencia de una concepción sistémica del enemigo. Solo de esta manera se puede confiar en que la derrota de uno de sus elementos implique necesariamente la aniquilación del conjunto. Porque la estructura del poder, o la trama, como dice Monereo, es mucho más amplia y compleja que la de los partidos políticos que están a su servicio. 


Retomemos ahora la cuestión de la guerra de posiciones. La Blitzkrieg de Podemos se ha encontrado con una resistencia radical. Desde los grandes medios de comunicación, los tribunales y las alcantarillas del Estado, el poder ha iniciado un contraataque que parece haber terminado con el sueño de una marcha triunfal. En lugar de avanzar, Podemos se encuentra estancado en el fango. La guerra ya no es una secuencia de maniobras audaces, sino una batalla que se libra palmo a palmo, una durísima guerra de posiciones. Como en la Batalla del Marne, la guerra relámpago se ha detenido allí donde el enemigo ha levantado una trinchera infranqueable. O al menos, es lo que parece. Porque el enemigo, en realidad, no ha cavado ninguna línea de trincheras. No estamos en la Batalla del Marne, sino en el frente ruso, donde la guerra relámpago se ha encontrado con la horma de su zapato: la batalla profunda. 


Podemos, en su disputa contra la casta, ha eludido el verdadero centro de gravedad de su adversario. Porque si algo ha quedado claro con las últimas operaciones judiciales es que el lugar donde el sistema extrae sus órdenes y recursos no es la sede de los partidos políticos, sino las oficinas mucho más discretas de las empresas que los financian. Pablo Iglesias abrió una vigorosa línea de frente en los medios de comunicación, pero mientras pulverizaba en esta primera línea la imagen de los políticos corruptos, los poderes que los alimentaban permanecían a salvo en la retaguardia profunda. Ellos no cometieron este error. Porque tras el desconcierto inicial de las elecciones europeas, idearon una estrategia orientada no a la excavación de trincheras en los medios de comunicación, sino a paralizar el centro de gravedad de Podemos. Ni los corruptores, ni los corruptos, se dejaron tentar por las múltiples solicitudes de comparecencia pública que les lanzó en vano Pablo Iglesias. Sus intenciones, fueron otras. 


No es difícil localizar el centro de gravedad de Podemos. Así como la trama del poder se caracteriza por ocultar los lugares en los que toma sus decisiones, Podemos ha sido transparente desde el principio. Es cierto que se han establecido varios procedimientos de participación popular. Pero el poder no es tan ingenuo como para confundir los círculos o las asambleas con el lugar donde se coordinan las decisiones importantes. El centro de gravedad de Podemos está constituido por un reducido número de personas, un grupo que no coincide exactamente con los promotores iniciales del proyecto, pero casi. Más que el Consejo Ciudadano, su expresión política más definida es el Consejo de Coordinación, las once personas que tienen en sus manos el timón de Podemos. Entre ellas, Carolina Bescansa, Iñigo Errejón, Luis Alegre, Pablo Iglesias y, hasta su dimisión reciente, Juan Carlos Monedero. 


Si el poder hubiera querido iniciar una guerra de posiciones contra Podemos habríamos visto a sus candidatos recoger el guante de Pablo Iglesias en los medios de comunicación («Estoy esperando que el presidente de mi país deje de ser un maldito avestruz y dé la cara», ha terminando diciendo el secretario general de Podemos). Pero solo comparecieron tertulianos sin ninguna proyección política, como Eduardo Inda o Francisco Marhuenda, porque el poder estaba mucho más interesado en hacer irrelevantes los recursos políticos de Podemos que en cebarlos a costa suya. Por supuesto que los medios de comunicación han desempeñado un papel importante en la estrategia contra Podemos. Pero no como una línea de trincheras destinada a contener su avance, sino como los puntos decisivos que permitían acceder a su centro de gravedad. El objetivo nunca fue colapsar a Podemos en el territorio que mejor se mueve, sino paralizar su centro de gravedad, crear un problema de comunicación interna para que fuera el propio Podemos quien se replegara con el fin de proteger su cabina de mando. 

Dos fuerzas distintas se desplegaron simultáneamente para conseguir este objetivo: por un lado, grandes operaciones mediáticas destinadas a desacreditar a sus miembros más relevantes. Por otro, un bombardeo sistemático de su centro de gravedad a través de una agresiva campaña de comunicación que lo vinculaba con el Gobierno de Venezuela. En el caso de Iñigo Errejón, la operación fue bastante seria. Podemos tuvo que dar muchas explicaciones sobre el contrato de investigación que el responsable de su Secretaría Política había firmado con la Universidad de Málaga. Pero donde los dos extremos del choque operacional lograron anudarse fue en torno a la persona de Juan Carlos Monedero. 

A finales de enero de 2015, las investigaciones abiertas por la Universidad Complutense y el Ministerio de Hacienda permitieron que la operación de desprestigio personal se conectara con la campaña en profundidad que los medios de comunicación desplegaban contra Podemos. El éxito de la batalla profunda no fue conseguir la cabeza de Juan Carlos Monedero, sino abrir a través suyo una brecha en el frente de comunicación que le permitió acceder al centro de gravedad de Podemos. Este fue el punto decisivo que marcó el declive de la guerra relámpago, porque Podemos se vio obligado a consumar su repliegue de los medios de comunicación para atajar su incipiente estado de desorganización interna. Sin duda, se trataba de una retirada provisional. Pero sus adversarios no necesitaron mucho tiempo para rellenar el asiento vacío. Las parrillas de televisión, el espacio estratégico que con tanta audacia había conquistado Pablo Iglesias, fueron ocupadas casi al instante por la fuerza política que el poder había invocado para sacarle las castañas del fuego: Ciudadanos. 


Que Podemos no lo viera venir, es producto de su confianza en las virtudes de la guerra relámpago, pero también de su desconocimiento de los principios de la batalla profunda. Si se hubiera distanciado de la primera y dejado conducir por la segunda, habría logrado evitar varios errores importantes. Uno de ellos, confundir al Régimen con los partidos del Régimen. La trama que se agazapa detrás del bipartidismo es perfectamente capaz de sobrevivir al bipartidismo. Porque mientras su centro de gravedad permanezca intacto, el sistema no tendrá muchos problemas para reemplazar sus partes dañadas. 

Esta es la razón por la que la estrategia operacional de la guerra relámpago no permite reconocer la verdadera realidad de la situación, que no es la de una fuerza impetuosa marchando triunfalmente sobre un enemigo en retirada, sino la de un enemigo que se pone a salvo mientras conduce a las fuerzas de su adversario a una ratonera. Hemos dicho que Podemos no ha abandonado, a pesar de las declaraciones de su secretario general, la estrategia de la guerra relámpago. Esto es algo que se desprende de su propia retórica, instalada todavía en una guerra escalonada de movimientos que debería conducir, elección tras elección, a la toma del poder. 

Pero la guerra de posiciones, fuera del campo de la hegemonía social, no sirve para dar cuenta de una estrategia que sigue buscando la victoria en una batalla de aniquilación. La impresión es la de que Podemos, ante la situación de estancamiento en la que se encuentra, se siente más incómodo con la palabra «relámpago» que con la estrategia, y ha decidido cambiar la palabra, pero conservar la estrategia. 


Desde el punto de vista de la batalla profunda, Podemos debería asumir otra clase de cambios. Para empezar, reorganizar sus operaciones políticas teniendo en cuenta que el centro de gravedad de su adversario no se encuentra en el frente de comunicación, sino en la retaguardia profunda, y que solo podrá acceder a esta retaguardia si combina sus intervenciones mediáticas con un ataque sostenido sobre el núcleo estructural de la trama, que es, como señala Monereo, «la cúspide del poder corporativo y mafioso de las finanzas» (18-10-2014, Cuarto Poder). 

 En este sentido, el actual presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, en cuyo currículo figura haber sido dirigente de Goldman Sachs, o el ministro de Economía, Luis de Guindos, antiguo director de la filial en España y Portugal de Lehman Brothers, ofrecen un flanco mucho más vulnerable para acceder al corazón de la trama que Mariano Rajoy o Pedro Sánchez. Pero si hay algo que debería enseñarnos la fulminante irrupción de Ciudadanos (además de que Podemos no tiene el monopolio de los relámpagos), es que los tentáculos de la trama están demasiado instalados en la industria de la comunicación como para ser ingenuos al respecto. Por tanto, es necesario ampliar la línea del frente. 

Y en este sentido tiene razón Miguel Urbán cuando dice que Podemos tiene que tener «mil pies en las calles», de acuerdo a las prácticas y el «estilo» del 15M, las mareas y, en definitiva, el conjunto de la movilizaciones sociales (04-05-2015, Público). No se trata de que Iglesias esté equivocado cuando señala la importancia estratégica de construir un relato coherente, capaz de disputar la centralidad del tablero político (20-04-2015, Público). Sino de que las dos posturas que representan Urbán e Iglesias están condenadas a entenderse, porque hace falta un relato que inspire a la movilización social, pero hace falta también una movilización social que sostenga al relato. No se puede prescindir de los medios de comunicación, pero tampoco se puede esperar que hagan el trabajo que corresponde a los movimientos sociales. En resumen, comunicación y movilización deben ir de la mano, pero no subordinando la movilización a las necesidades de la comunicación, sino poniendo la comunicación al servicio de la movilización. 


Esto nos lleva a nuestra última consideración, no por ello, menos importante. La batalla profunda implica también una carácter defensivo, porque identifica dónde se encuentran los elementos estratégicos propios cruciales que deben ser protegidos del ataque del enemigo (Somiedo García, 2013, 5-6). Podemos, al concentrar su estructura de dirección, ha ganado en operatividad lo que ha perdido en seguridad. Mientras que la trama del poder se esfuerza por difuminarse y permanecer en un segundo plano, Podemos se ha empleado a fondo para conseguir justo lo contrario: constreñir su centro de gravedad y exponerlo públicamente. 

Pero se trata de dos cosas distintas. La transparencia es un valor político al que conviene aferrarse, pero la concentración del poder, en el sentido de estrechar los límites de su reparto, conlleva más riesgos que beneficios. Hay muchas razones por la que Podemos debería ganar en horizontalidad, pero una de ellas es puramente estratégica. Ampliar los ámbitos de decisión, fomentar la pluralidad interna, establecer alianzas con otros actores políticos y sociales, no solo contribuirá a mejorar su funcionamiento democrático, lo cual ya de por sí redundará en beneficio de sus vínculos con el movimiento social, sino que hará más fuerte a su dirección, porque tendrá más recursos, y mejor distribuidos, con los que afrontar las situaciones de riesgo. La batalla profunda contra Podemos no se detendrá con Juan Carlos Monedero, sino que es previsible que continúe buscando nuevos puntos de penetración entre sus figuras más destacadas. 


La unidad popular debe tener un centro de gravedad, pero los que interpretan de manera estrecha el sentido de la palabra centro andan tan desencaminados como los que reducen la unidad del pueblo a la simple unidad. El pueblo no habita en un solo lugar, y su centro de gravedad, tampoco debería hacerlo. 

(*) Miembro de IU-Verdes en la Región de Murcia


Nota:

Los datos sobre el arte operacional soviético y la Blitzkrieg alemana los hemos obtenido fundamentalmente de J. Veramendi y J. P. Somiedo en los artículos señalados en la bibliografía. Una información más detallada se puede encontrar en Naveh (1997). Todas las extrapolaciones e interpretaciones políticas que realizamos aquí a partir de estas informaciones son evidentemente responsabilidad nuestra. 


Bibliografía:

Gramsci, A. (1980), Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, traducción y notas, José Aricó, Madrid, Ediciones Nueva visión.

Naveh, S. (1997), In Pursuit of Military Excellence. The evolution of operational theory, Cummings Center Series.

Somiedo García, J. P. (2013), «Simultaneidad operativa y su aplicación a operaciones no lineales de amplio espectro y a la lucha contraterrorista», en Documentos de Opinión, nº 85, Instituto Español de Estudios Estratégicos. 


Fuentes de información electrónicas [obtenidas en consulta del 17-05-2015]:

De Cuarto Poder [http://www.cuartopoder.es/]:

Monereo, M. (05-05-2015), «Podemos y la táctica de los generales rusos».


De GEHM. Grupo de Estudios de Historia Militar [http://www.gehm.es/]:

Veramendi, J. (30-01-2013), «El Arte Operacional del Ejército Rojo».




— De Público [http://www.publico.es/]:

Iglesias, P. (20-04-2015), «La centralidad no es el centro».


Urbán, M. (04-05-2015), «Podemos. Debates y elecciones».